EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Ser y sentirse

FEDERICO REYES HEROLES

Parecería otra curiosidad estadística, pero no lo es. Hace unos días el Inegi dio a conocer una investigación sobre las clases medias en México. El hecho en sí mismo es significativo pues el tema es apasionante, pero muy complejo. ¿Quién pertenece a las clases medias? ¿Por qué el plural, por qué no la clase media? ¿Como se les mide, por su ingreso, por su calidad de vida, por su autodefinición? Desde los años sesenta los teóricos de las ciencias sociales tan relevantes como Ralph Miliband, se han devanado los sesos sobre el fenómeno de las clases medias. Para algunos su crecimiento es garantía de mayor estabilidad política pues normalmente se definen en el centro. Cualquier fuerza política que quiera acceder al poder tendrá entonces que conquistarlas. Pero con ellas crecen las expectativas de bienestar y consumo y por ello se pueden convertir -como los movimientos de las cacerolas- en fuentes de reclamo e inestabilidad. ¿Por fin?

Vayamos por partes. Si se comparan exclusivamente los ingresos per cápita el asunto es un galimatías. Se afirma que 25 mil dólares de ingreso per cápita es la línea divisoria entre las economías emergentes y una sociedad desarrollada. En México rondamos los 11 mil y con una muy alta concentración. Además el ingreso de los mexicanos ha crecido poco -Coneval estima en 2.6% para 2012- si se le compara con otros países, Panamá casi 9%, Perú 5%, Chile 4.6%, para el mismo período. Vayamos al extremo. Las clases medias de Suecia, un país con alrededor de 40 mil dólares de ingreso per cápita, son otro universo de consumo. Pero siguiendo el reporte del Inegi casi 40% de los mexicanos pertenece a la clase media. Cómo explicarlo.

Otra forma de aproximación es medir la forma o género de vida. En eso México sí ha cambiado sensiblemente. En 1960 el 80% de las viviendas tenía dos cuartos o menos. Medio siglo después, en 2010, 60% tenía ya tres o más cuartos. Más dramático aún: en 1960 sólo 20% de las viviendas tenía instalaciones sanitarias básicas. El censo de 2010 arrojó un 90% con servicios sanitarios instalados. Son dos mundos. Lo mismo ocurre con el equipamiento: 82% cuenta con refrigerador, 66.4% con lavadora, 92% con televisión. Cerca del 98% de los hogares tiene energía eléctrica. En México hay más de 100 millones de teléfonos celulares. Son cambios significativos en la vida cotidiana. Es por esos cambios que el Índice de Desarrollo Humano nos da una calificación alta, 0.775 sobre uno. No hay engaño, aunque el ingreso no ha escalado, las condiciones de vida han mejorado. Pero se podría observar el vaso medio vacío.

En el mismo informe de Inegi el 59.1% de la población es considerada "clase baja". Pero esa definición no es sinónimo de pobreza. Ese umbral se establece cuando los ingresos y el acceso a servicios públicos son tan bajos y escasos que el individuo no puede desarrollar sus capacidades básicas. Además el crecimiento de las clases medias y la mejoría en la forma de vida de la gran mayoría se puede presentar al mismo tiempo que un segmento empeora. Es la actual situación, en los últimos años varios productos de la canasta básica -pollo, huevo, jitomate, cebolla, limón- han tenido alzas en sus precios muy por encima del incremento de los ingresos. De ahí la necesidad de un programa abocado a atacar el hambre.

Otra forma de acercarse al fenómeno es la autodefinición, usted a qué clase pertenece, es usted pobre, miembro de la clase media baja, de la clase media, de la clase media alta o rico. Lo interesante de este camino es que el individuo se compara. La comparación corre por dos vías, la horizontal y la vertical. En la primera es muy conocido que la desigualdad irrita. Sin embargo en la vertical o diacrónica, cuando los mexicanos se comparan con la forma de vida de sus padres y abuelos reconocen una franca mejoría. De allí que sólo 16% se defina como pobre y 1% como rico. El resto, un avasallante 82% se autodefine como clase media en sus diferentes modalidades. Ya no es el ingreso o la condición de vida sino un corte de caja generacional que los hace sentirse miembros de esas clases medias muy amplias y diversas. El optimismo subyacente es fantástico, una gran mayoría de los mexicanos piensa que a su descendencia le irá mejor.

Pero quizá lo más apasionante del fenómeno mexicano es la satisfacción con la vida. No es una medición, ya son muchas y desde hace décadas que muestran como los mexicanos se sienten satisfechos con la vida y más felices que naciones con ingresos muy superiores. De nuevo, cómo explicarlo. El ingreso no aumenta gran cosa, pero la forma de vida sí mejora y la satisfacción es muy alta. La explicación predominante se centra en el hecho de que las últimas décadas México ha vivido una ampliación en las libertades de todo tipo, desde políticas e informativas hasta de consumo. Esa ampliación ha traído a los mexicanos bienestar subjetivo. No es poca cosa, ser y sentirse.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 882625

elsiglo.mx