¿Sin intereses?
No hay forma de saldar estas deudas. Sólo seremos libres cuando muramos.
Haresh, otra víctima de la moderna esclavitud
Durante siglos, la oración favorita del Señor, la que el mismo Jesús enseñó a sus apóstoles, el Padre Nuestro que durante mucho tiempo rezamos los católicos, repetía entre otras cosas “perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores”, petición que se origina en el tiempo en que de acuerdo al derecho romano, una deuda no pagada podía convertir en esclavo al deudor quien a partir de una sentencia condenatoria, era vendido en subasta pública en el mercado de esclavos para con su venta resarcir el dinero obtenido, o forzado a trabajar como esclavo de su acreedor el resto de su vida. Frente a aquella esclavitud Espartaco encabezó una rebelión y los primeros cristianos que participaron del movimiento antiesclavista, con toda inocencia comenzaron a pedir al Padre Nuestro que se les perdonaran sus deudas como ellos perdonarían a sus deudores; ya que pobres al fin, no tenían ningún deudor a quién condonar su deuda.
Así, por largo tiempo el Padre Nuestro se rezó de esa manera aunque nunca se supo de algún acreedor por devoto y buen cristiano que fuera, que condonara una deuda a los rezadores. Yo todavía recuerdo el momento en que nos cambiaron aquello de “perdona nuestras deudas” por algo menos oneroso para el acreedor que no tiene por qué arriesgarse a perder dinero. Comenzamos entonces a decir: “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. La razón es evidente, la jerarquía eclesiástica que no es por cierto una hermana de la caridad, pensó que el Padre Nuestro podía llevar implícita una explosiva carga si la condonación de la deuda comenzaba a implorarse en el mundo moderno con la misma intención de los primeros cristianos en las catacumbas. ¡Dios nos guarde!, pensarían alarmados. “No vamos a fomentar que los pobres impaguen sus deudas, en todo caso, mantengámoslos sumisos con la promesa de que ellos serán los primeros en el reino de los cielos. Avalemos a sus poderosos acreedores aunque practiquen la usura más vil, la extorsión y el despojo mediante una delincuencia escrupulosamente organizada, legalizada y ahora hasta computarizada” (el entrecomillado es mío).
Y fue así como la esclavitud se adaptó a las circunstancias y hoy los dueños del dinero cuentan con mil estrategias para esclavizarnos. Una de ellas, la más popular, es la tarjeta de crédito. Quien paga en tiempo y en forma no es el mejor cliente para los usureros de la banca. Los anzuelos de meses sin intereses están dirigidos a quienes por carecer de liquidez adquieren sus bienes con ‘el poder de su firma’. El bocadillo de lujo para los usureros de la banca son quienes por no poder pagar el monto de su deuda contratada a tres, seis y nueve meses, permiten que ésta se convierta en un castigo de Sísifo, que consiste en empujar la piedra hacia arriba y cuando parece que lo hemos logrado hay que comenzar de nuevo.
Intereses sobre intereses que con frecuencia no acabamos de liquidar ni en 10 años. Pero las ofertas son tentadoras, sustanciosos los descuentos, el mes de diciembre exigente y costoso; y si antes sólo teníamos que subir la cuesta de enero, ahora con los meses sin intereses, la empinada cuesta dura todo el año y hasta puede esclavizarnos por el resto de la vida. Hoy en China, en India y aun en América, hay millones de personas atrapadas en servidumbre por deudas. Ante la insaciable codicia de los dueños del dinero, los jóvenes del mundo protestan en las plazas públicas. Se me ocurre que podríamos solidarizarnos con ellos cortando en pedacitos nuestras tarjetas de crédito antes de arrojarlas a la basura y que se jodan los banqueros.
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