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Sobreaviso

René Delgado

El doble juego, un clásico de la política mexicana, inició su temporada. Qué fair play, ni qué ocho cuartos. Como si se hubiera dado el silbatazo de arranque, en varias plazas de la República y en la capital misma, el doble juego ha empezado.

Puede la afición -así reconoce la élite dirigente a la ciudadanía, cuando no la concibe como simple espectador- divertirse con las contradicciones de los presuntos profesionales de la política o, bien, obligarlos a suspender ese clásico porque, en esta temporada, plena de sicarios buscando chamba y de oportunistas buscando su coyuntura, el doble juego amenaza con derrumbar hasta el estadio.

Provoca calosfríos, la contradicción de los mensajes, el doble juego de la clase política que no acaba de entender el pantano donde retoza.

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Orden y desorden en la capital. El jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, no acaba de establecer con qué sello quiere distinguir su mandato.

Por un lado, manda señales claras y contundentes en relación con el afán de imponer orden en la ciudad. Tres acciones no dejan espacio a la duda: el desalojo de los invasores del Ajusco que devoran -por no decir, incendian- el bosque como una golosina, regalada por los desarrolladores; el inicio de la demolición de una gasolinera construida a metros de un pozo de agua, amparada por la corrupción; la clausura de un conjunto habitacional construido, tramposamente, donde el uso del suelo lo prohíbe. Bravo...

Luego, sin embargo, las señales oscuras y omisas hacen que la sangre se vaya al piso en sentido real y figurado. Cuanto está ocurriendo en varios antros de la ciudad es un desorden con huella criminal. Muelen a golpes a un joven por no pagar una cuenta exorbitante, con tufo de extorsión. Violan a una joven en otro antro y éste ni un día suspende su actividad. Golpean dentro de otro antro a un supuesto dealer que, luego, rematan en la calle para dejarlo recargado en un árbol, como quien bota ahí un envase vacío. Y, luego, desaparece una docena de jóvenes en otro antro más, y la respuesta gubernamental es lamentable. ¿Se desató la guerra entre las bandas criminales de la ciudad?

El doble juego queda como sello. Orden y desorden como fórmula de equilibrio ante la imposibilidad.

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La ruptura y la soga. Por lo visto el calderonismo residual en el Senado no acepta como coordinador a su compañero Jorge Luis Preciado, pero sí a Manuel Camacho y Miguel Barbosa. ¡Vaya señal!

Más allá de lo gracioso de esa contradicción, el calderonismo residual o su líder -que, desde luego, no es Ernesto Cordero- pareciera decir: no vamos más con el Pacto por México. Perfecto. Si esa es la decisión, el jefe del calderonismo debe asumir un hecho: no es una corbata, es una soga la que se echó al cuello. Si el repudio al Pacto es decisión, el gobierno federal no tiene por qué callar y mucho menos dejar de actuar ante lo ocurrido durante el sexenio anterior. Llamar a capítulo a quienes están involucrados en la desaparición de miles de personas es obligado, sobre todo si ya no hay Pacto de por medio. Y, en esa terrible práctica de desaparecer personas o enjuiciar a generales como mero acto de venganza, hay un dato fundamental: en toda estructura militar la cadena de mando es fundamental y, en el caso de México, su cabeza es la del comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. Felipe Calderón, a quien tanto gustaba vestir como tal, aunque la casaca o el quepí no fuera de su talla, está obligado a rendir cuentas.

Si el calderonismo residual ya decidió romper el Pacto, de seguro tiene calculada la consecuencia. Vaya doble juego tan delicado. ¿Supo Calderón de las desapariciones y las venganzas, las ordenó o el alto mando de la Marina y la Defensa se burlaron de su comandante? ¿De veras, el calderonismo repudia el Pacto?

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Apagón digital y encendido electoral. La marcha atrás del gobierno federal en el apagón analógico en Tijuana derrumba la palabra empeñada 24 horas antes por el presidente de la República y la oferta del candidato tricolor en Baja California, Fernando Castro Trenti, de obsequiar decodificadores en Tijuana es un gancho al hígado de la credibilidad.

Mala señal, sobre todo, después de la adenda al Pacto para garantizar la pureza de los procesos electorales en curso. Es el retorno de la práctica de privilegiar lo urgente, por lo importante, de sacrificar el interés nacional por el interés electoral y de mostrar debilidad frente a los poderes fácticos que, supuestamente, se quieren someter al imperio del Estado.

A nadie sorprende que, frecuentemente, las vicisitudes políticas y electorales colocan en apuros las decisiones y acciones de gobierno, pero insistir en la práctica de atender primero los asuntos coyunturales y, después, si hay condiciones, si se puede, si es el momento, los asuntos estructurales, es entrampar, otra vez, el desarrollo del país.

El discurso y el estilo presidencial que se venían construyendo bastante bien sufren un descalabro con el doble juego protagonizado y, peor aún, la contradicción golpea no sólo eso sino también la garantía de que la competencia electoral no descarrilaría al Pacto por México. El doble juego está a punto de provocar una carambola.

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Vamos por todo o por lo que se pueda. Los dirigentes perredistas Jesús Zambrano y Miguel Barbosa deben una explicación a su afición. Si bien los costos de la contradicción de jugar al Pacto con el gobierno y de jugar a la alianza opositora con el calderonismo residual los han pagado estos últimos, no estaría de más que Zambrano y Barbosa explicarán cuál es la meta de su doble juego.

Que el doble discurso del perredismo no saque chispas ni suponga un choque, obliga a concluir que éste parte de un acuerdo hacia el interior de esa fuerza. Un discurso hace gala de entendimiento con el gobierno y otro discurso de confrontación, la magia del equilibrio a partir de la contradicción, la ambición y el miedo. Ni soy de aquí, ni soy de allá... sino todo lo contrario, soy el perredismo de las dos tortas.

Qué gracioso doble discurso.

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Los signos económicos del país lejos están de ser los deseables, los signos de la actividad criminal titilan de nuevo como amenaza, los signos del descontento social son inconfundibles. Ahí están. Si, en ese marco, la clase política quiere reponer el doble juego como el clásico de su torneo por el poder, una sola súplica cabe hacer: ahorrarse la cara de sorpresa si, durante el desarrollo de su desencuentro, el estadio se desploma, cancha y graderío incluido.

sobreaviso12@gmail.com

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