Ayer se recordaron 28 años de los terremotos de 1985 que transformaron la Ciudad de México y que, sin exagerar, fueron importantes en el proceso de cambio del país entero. En esta misma semana, el huracán Manuel, en su paso por buena parte del litoral del Pacífico, causó serios destrozos y cerca de un centenar de muertos, mientras Ingrid, en el Golfo, hacía su parte.
Los mexicanos responden a la tragedia aportando algo. Así fue en 1985, cuando miles participaron en labores de rescate, preparación de despensas, y muchas otras actividades, y así ha sido en cada gran desastre hidrometeorológico, que no son escasos. Por encima, recuerdo el caso de Gilberto en 1988, Paulina en 1997, Mitch en 1998, Kenna en 2002, Stan y Wilma en 2005, y Dean en 2007.
Aunque hay la creencia de que estos desastres son más frecuentes y más mortíferos, la verdad es la opuesta. No hay un mayor número de huracanes, y tampoco es muy claro que se incremente su fuerza. Desafortunadamente, el número de víctimas y el costo de los daños sí puede incrementarse, no tanto porque haya más desastres o sean más fuertes, sino porque hay más personas viviendo en lugares vulnerables. Pero lo relevante es que cada vez que tenemos un desastre natural en México, sean terremotos o inundaciones, se organizan grupos de apoyo en escuelas o empresas, en medios de comunicación, a través de gobiernos locales o del federal, mediante cuentas especiales de bancos, de forma que hay la posibilidad de que la solidaridad entre mexicanos se note. Y eso es muy bueno.
Pero esta solidaridad que se hace evidente en las tragedias no parece existir en la vida diaria. Aunque no tengo datos al respecto, sí me parece que es muy evidente la falta de consideración de los mexicanos en las grandes ciudades, que son capaces de casi todo con tal de avanzar antes que los demás, o de cumplir con sus encargos aunque eso complique a todos los demás.
Pero si este comportamiento poco solidario en el día a día le parece más bien anecdótico, las reacciones a la propuesta de reforma fiscal creo que son un poco más que eso. El gobierno mexicano recauda poco dinero, de forma que no puede cumplir con obligaciones que le hemos impuesto en las leyes y que en buena parte del mundo son ya asunto resuelto. Pero cualquier intento de recaudar más provoca respuestas muy agresivas, que me hacen pensar que eso de la solidaridad de los mexicanos es un asunto muy temporal, sólo aplicable en las tragedias, pero no en la cotidianidad.
Lo primero que todos dicen es que el gobierno ya gasta mucho, lo que es totalmente falso. Comparado con los países que son referencia, es decir, aquellos con mayor ingreso que nosotros y con menor desigualdad y pobreza, México tiene un gasto de gobierno de la mitad. Más grave, mientras todos esos países son menos desiguales gracias a una recaudación importante y un gasto bien dirigido, en México no hay prácticamente ninguna diferencia entre la distribución del ingreso antes y después de impuestos.
La siguiente excusa es que el gobierno se roba el dinero, lo cual nunca puede discutirse porque siempre hay una anécdota que lo ilustra, desde el hermano incómodo hasta el gobernador detenido, pasando por todo tipo de riquezas inexplicables de políticos. Lo que rara vez se comenta es que eso mismo ocurre del otro lado de la mesa, en empresarios, líderes sociales, y otras personas que también acumulan riquezas sin explicación alguna. El extremo de este comportamiento tal vez sea la reventa de medicinas que realizan muchas personas, que reciben el medicamento del sistema público y prefieren venderlo en lugar de usarlo.
Después vienen las defensas de grupo: este impuesto daña a la clase media; aquél golpea a los más pobres; este otro provocará un alza de precios en las viviendas, o en las tortillas, o en las películas… Sin negar la corrupción, en el gobierno y fuera de él; sin negar las distorsiones provocadas por los impuestos; sin negar el efecto siempre depresivo de la recaudación, lo que necesitamos entender es que la única forma de que el país pueda funcionar es que la solidaridad que mostramos en las tragedias se convierta en una actitud permanente.
En estos momentos de encono, abuso, enfrentamiento, tal vez sea absurdo decirlo, pero el pago de impuestos es más que una imposición: es la representación permanente de la solidaridad. Sin eso, olvídese del futuro común del país.
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@macariomx
Profesor de Humanidades del ITESM-CCm