En estos días postreros el año, que se va como dice la trillada frase "para no volver jamás" caminaba rumbo al café donde me esperaba mi acostumbrada chorcha, que con el paso del tiempo se han constituido en amigos que son recipiendarios que participan de congojas y alegrías con los que sostengo pláticas las más de las veces sobre temas intrascendentes. Pues bien iba abstraído, es decir, ensimismado en mis pensamientos cuando de pronto se acercó un rapazuelo que junto a otros de condición humilde me apuntó con su "arma", que no era otra cosa que una ánfora cubierta con papel, al tiempo que pedía su aguinaldo, no era un desconocido pues lo veo día tras día lavando coches con la ayuda de una pringuienta franela.
He empleado en el parágrafo que antecede la palabra chorcha cuyo significado es que un grupo de personas, de amigos, una palomilla de barrio, se juntan para recordar viejos tiempos de cuando nuestra ciudad pintaba para convertirse en una gran ciudad, trabando la plática sabrosa y desinteresada de la mañana, al comentar la nota periodística del día aparecida en El Siglo. En honor a la verdad diré que no todos los comensales pertenecen a la vieja guardia. La mayoría frisa en poco más de cincuenta años. De ahí que el palique se convierta en un torneo de chanzas con visos de sana diversión. Las demás mesas de comensales albergan familias que ahí acostumbran a almorzar. Una simpática señora de edad en silla de ruedas destaca con su sola presencia a la que sólo le falta un Stradivarius que enmarque la idea que me da al verla de que en su juventud debió de ser una extraordinaria violinista.
Llegué hasta el pórtico del restaurante recordando que fue atracado días antes por dos jóvenes que pistola en mano privaron de sus pertenencias a los contertulios ahí presentes; asomé la cara con precaución observando la cara de los circunstantes cuya palidez delataría su nerviosismo. Nada, el ambiente era tranquilo, ya podía ingresar a salvo. El dicho: el miedo no anda en burro. Significa que el miedo hace salir despavorido al que lo trae quien huye del peligro a gran velocidad necesitando un medio veloz para salir que no lo es precisamente un jumento, cuyo paso ligero es lento. También se dice: El que se ve en medio de un peligro inminente echa a correr como alma que lleva el diablo, locución adverbial coloquial. No es el penitente sino que quien va a una velocidad supersónica es el diablo quien se desplaza con su víctima llevándola consigo con el afán de que nadie lo alcance privándole de su presa. Escena dantesca que vieron, si se pudo ver, nuestros ancestros.
Pronto veremos la conmemoración del nacimiento de Cristo quien cumpliría, de estar entre nosotros, poco más de dos mil años. Tengo en mis manos un soneto anónimo que fue incluido por don Marcelino Menéndez Pelayo en sus Cien Mejores Poesías de la lengua castellana, que dice: No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido, para dejar por eso de ofenderte. Tú me mueves, Señor, muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido, muéveme ver tu cuerpo tan herido, muéveme tus afrentas y tu muerte. Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, que aunque no hubiera cielo, te quisiera y aunque no hubiera infierno, te temiera. No me tienes que me dar por que te quiera, pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera.