Teléfono fijo ¿se va?
Tal vez no lo haya hecho consciente aún pero es una realidad: el teléfono de casa suena cada vez menos frente a la facilidad de comunicarse por el celular. ¿Ha pensado en las consecuencias que tal escenario acarreará a su viejo aparato?
Desde que en el siglo XIX Antonio Meucci construyó el primer aparato telefónico de la Historia, al que denominó metrófono, muchas cosas han cambiado tanto en el ciclo evolutivo de estos dispositivos como en el de la telefonía en su extensión más amplia. Decimos Meucci y no Graham Bell o Elisha Gray porque hace apenas unos años el Congreso de los Estados Unidos de América aprobó una resolución en la cual lo reconoce como el verdadero inventor del teléfono (Graham Bell aparece como el primero en patentarlo, apenas unas horas antes que el señor Gray).
Hoy más que nunca se vuelve evidente que la telefonía ha evolucionado, sobre todo en los últimos tiempos, modificando los hábitos de vida al punto de volver a un gran porcentaje de personas en dependientes de este sistema de comunicación; incluso hay quienes llegan a experimentar rasgos de adicción.
No crea que es exagerado decir esto. A lo mejor usted mismo es uno de esos individuos que se la pasan todo el día pegados al auricular como si les fuera la vida en ello. Quizá lo justifique argumentando que se trata de cuestiones laborales y es ineludible atenderlas al instante. Puede que su nivel de justificación llegue al grado de hacerle creer a su subconsciente que si no contesta en el momento, perderá su trabajo o a su pareja. Nada más lejos de la realidad.
Es justo esa dependencia la responsable de acentuar una inclinación en la balanza a favor de la telefonía móvil, que en teoría nos hace localizables las 24 horas y en cualquier sitio en donde estemos. Es lógico deducir, por lo tanto, que las líneas fijas han caído en desuso y no sólo como receptoras sino a la hora de efectuar llamadas. Si lo analiza, admitirá que cada vez está más acostumbrado a valerse del celular para comunicarse (hablando o por escrito), aún cuando se encuentra en casa. Y seguramente conoce a más de dos personas que no han instalado un teléfono en su nuevo departamento, pese a que hace meses se mudaron a él. Viéndolo así, no suena tan descabellado suponer que las líneas fijas pueden desaparecer.
EL PODER DE UN APARATO
No cabe duda de que el teléfono marcó un antes y un después en la sociedad tal y como la conocemos. El invento se fue extendiendo como la peste hasta convertirse en una genial utilidad de comunicación. La mamá guanajuatense pudo hablar con su hijo en Nueva York, a un costo razonable y viceversa. Las empresas notaron que podían hacer negocios a través de este medio y poco a poco el aparatito se volvió una necesidad más que un capricho.
El comportamiento humano no ha variado mucho de unas décadas a nuestros días. El verdadero problema lo representa la telefonía celular. Piense que no hace mucho alguien salía a la calle y no había cómo localizarlo. La abuela se moría y el nieto podía estar tomándose una cerveza en el pueblo de al lado sin saberlo; la vida continuaba. La gente, de este modo, podía presumir cierto nivel de privacidad. Es decir, el teléfono fijo nos permitía comunicarnos pero sin perder libertad y a pesar de que las noticias buenas o malas no llegaban al instante, terminaban por hacerlo.
Con el paso de los años el negocio telefónico fue viento en popa. Todo el mundo se hizo de una línea y hablar, quién lo diría, brindaba excelentes dividendos a ese sector de la industria. La demanda social empujó a crear nuevos dispositivos, conmutadores para las compañías, contestadoras, identificadores de llamadas y más. Hasta que a alguien se le ocurrió hacer lo que nunca ha sucedido con los voladores de Papantla: transformar los aparatos en inalámbricos. Y nacieron los celulares. Al inicio eran del tamaño de un ladrillo, caros en extremo y por ende, escasos. Debido a ello, no representaban un motivo de preocupación ya que no suponían una amenaza para la telefonía fija.
Pero el hombre y la terquedad casi siempre van de la mano y a medida que el tiempo transcurre, la obstinación aumenta y la tecnología avanza. Así, sucedió lo previsible. Los fabricantes de móviles se propusieron crear una dependencia social per se y optaron por producirlos a nivel masivo, lo cual abarató los costos permitiendo al común mortal tener acceso a la última moda en esta materia, a precios irrisorios. El celular ha desplazado a las líneas convencionales y su rentabilidad se ve seriamente amenazada.
A la par, en alguna medida el afán de estar a la vanguardia, de no perder el tren tecnológico, de ser mejor que el vecino por aquello del estatus y demás sandeces, han contribuido a que el mercado de la telefonía móvil vaya in crescendo, en claro detrimento de la fija. El celular ha evolucionado tanto que hoy en día resulta normal cargar con dos o tres de estos cachivaches y nadie lo ve con ojos de asombro, todo lo contrario.
Estamos en la era del smarthphone, del teléfono computarizado, del intercambio de datos y la ficticia necesidad de estar localizables a cada minuto. Por chat o por audio, vía Twitter, Facebook o SMS. No pensamos en que hemos perdido más de lo ganado. Basta mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta de lo automatizados que vivimos, un pequeño vistazo y podremos observar y escuchar a más de una persona charlando a través de su celular, a la niña jugando a Zombies vs Plants, al adolescente y al adulto utilizando WhatsApp, al ejecutivo de pelo engominado enviando correos desde su iPhone o BlackBerry, a la vecina contándole a la mejor amiga lo bien que se portó el marido en la cama. Sin pudor, sin vergüenza, todo a la vista y al oído de todos. Naturalidad asumida, pura y dura.
En tal contexto la telefonía fija ya no es productiva, no desde el enfoque de otras épocas. Pero no nos equivoquemos.
¿HASTA LA VISTA?
Las compañías a cargo siguen ofreciendo este servicio porque ganan dinero, si bien no como en décadas anteriores. No obstante la infraestructura ahí está y todavía sirve. No se puede desechar de la noche a la mañana, ni sería rentable hacerlo.
Los expertos coinciden en afirmar que el teléfono tradicional no ha muerto, aunque en efecto ha entrado en un coma del que no se sabe si va a salir. Tal vez aún no expire de forma definitiva debido a que el gremio empresarial continúa haciendo buen uso de las líneas convencionales y no nada más a la hora de hacer sus llamadas sino para recibirlas. Al menos en México, a la hora de abrir el directorio la mayoría de las personas prefiere hablar a un negocio con número fijo, que al que sólo incluye celular.
Sin embargo aspectos como la voz sobre IP cada vez toman más auge, lo que implica un irremediable avance hacia la defunción de los teléfonos fijos. ¿Cuánto nos tardaremos en enterrarlos? Es imposible adivinarlo, pero tal vez no pase demasiado tiempo. Quizá 10 años, quizá 20. Algunos lo veremos y otros no.
Lo que sí es cierto (y sin ánimo de entrar en dramatismos absurdos), es que resulta preocupante ver a esta sociedad esclavizada por la moda tecnológica. Da pena observar a la gente por la calle, en los bares, el coche y cualquier lugar, dependientes de sus aparatos, socializando digitalmente, perdiendo parte de su esencia humana. Mientras tanto el teléfono de casa suena cada vez menos, hasta que enmudezca y finalice sus días en un basurero. ¿Qué diría Meucci, si levantara la cabeza de la tumba?
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