La calle es el espacio por excelencia para hacer política. Es el punto de encuentro de los hombres comunes y corrientes, los ciudadanos de a pie, lejos de los palacios y oficinas burocráticas. La política de la calle no es la de los tomadores de decisiones, ni la de los lobbistas o influyentes. Pero aún ellos, los influyentes y los hombres de palacio, cuando quieren hacerse visibles toman la calle. No hay político que se precie de serlo que no haya realizado una marcha, mitin o plantón, aunque sea para darse un baño de pueblo o buscar una foto, de preferencia en primera plana.
La política callejera ha estado en los momentos estelares de la historia reciente de este país. Más aún, lo que somos lo construimos en la calle. Los sindicatos, las autonomía universitaria, la democracia, la participación ciudadana en seguridad, entre muchas otras cosas se construyeron en grandes movimientos que tomaron las calles: en 58 los maestros, los ferrocarrileros y los médicos; en el 68 los estudiantes; en el 88 la lucha por la democracia; en 2008 la marcha contra la inseguridad, etcétara.
No debe extrañarnos, pues, que un momento de cambios profundos y de debate por el futuro de la nación la calle sea, otra vez, el espacio privilegiado de la política. Por el contrario, si algo es seguro es que lo que estamos viendo de los maestros, principalmente den la ciudad de México, pero de manera paralela también en 22 ciudades del país; la marcha encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas en torno la reforma en Pemex; la marcha que hará Andrés Manuel López Obrador por el mismo tema, no sólo era esperable, casi diría que deseable. La política en la calle es y ha sido el contrapeso de las decisiones cupulares y los acuerdos de palacio. A fin de cuentas es en los espacios formales donde deberán tomarse las decisiones, como pasó son los maestros, pero es evidente que las marchas tuvieron un efecto sobre matices muy importantes y que los legisladores no hubieran visto si no se hacen visibles los maestros en la calle, más allá de si simpatizamos o no con la Coordinadora y sus métodos.
Es inevitable que las marchas tengan un efecto negativo sobre la vida cotidiana cientos de miles, quizá millones de habitantes, de la ciudad de México y algunas otras capitales, porque es justamente la irrupción en el espacio público es lo que hace visibles a estos sectores.
Lo que resulta increíble, por no decir, patético, es que sabiendo lo que está en juego en el país, sabiendo que las reformas son terriblemente controversiles y que en muchos temas estamos lejísimos de tener un consenso, no se haya aún previsto una forma de ordenar y negociar la expresión callejera para afectar, lo menos posibe la vida cotidiana.
La temporada de marchas apenas comienza y durará al menos los 120 días que dijo Peña Nieto.
Nunca la mencionó por su nombre, pero allí anduvo merodeando el ambiente. La CNTE era punto obligado de referencia en el mensaje del Primer Informe de Gobierno de Enrique Peña Nieto después de las manifestaciones y desmanes que ha protagonizado en la capital de la república desde el 19 de agosto. Los maestros disidentes, en efecto, han mantenido en jaque al Gobierno federal por su oposición a la reforma educativa. Y era de esperarse algún pronunciamiento del jefe del Ejecutivo al respecto.
La presión de la Coordinadora produjo, como se sabe, el retraso de la aprobación, durante el segundo período extraordinario de sesiones del Congreso de la Unión, de la Ley del Servicio Profesional Docente. Por ello, lo primero que dijo el presidente fue: "Celebro que de forma inédita y con gran decisión y plena responsabilidad con el país a unas horas de iniciados sus trabajos, la Cámara de Diputados aprobó la nueva Ley del Servicio Profesional Docente."
En otra parte de su alocución volvió a referirse al tema: "Los mexicanos nos sentimos orgullosos cuando nuestras instituciones democráticas cumplen sus responsabilidades por encima de presiones o intereses de grupo." Y vaya que diputados y senadores-y de paso los sufridos habitantes de la ciudad de México-, han estado sometidos en estas semanas a la presión de los contingentes magisteriales.
De los cinco ejes en que organizó su mensaje, esto es: alcanzar un México en paz (seguridad); lograr un México incluyente (política social); construir un México con educación de calidad; promover un México próspero (desarrollo económico), y consolidar un México con responsabilidad global, el más esperado era, a mi parecer, el educativo sobre todo por el conflicto en curso.
En otro tramo de su discurso Peña Nieto dijo: "En México hay 1.4 millones de maestros de educación básica y media superior. La inmensa mayoría de ellos, en este momento, están dando clases…Para ellos, nuevamente, mi más amplio reconocimiento." Dicho a la inversa, los que están en paro y manifestándose son unos cuantos. Y, en efecto, más adelante vino la referencia más fuerte y puntual a "la Coordinadora": "En el México de hoy, la democracia respeta a las minorías pero, en todo momento, las minorías deben respetar la democracia, a sus instituciones y las libertades de todos." Pero justamente ese es el problema: la ideología de la CNTE no es democrática, sino revolucionaria en el sentido marxista de la expresión. Basta leer su perfil como organización sindical para entender frente a qué estamos. Explícitamente plantea una "línea de masas" y enarbola "la lucha de clases" vocablos extraídos de la jerga del filósofo de Tréveris.
Quien conoce la perspectiva marxista sabe que esa doctrina desprecia la democracia liberal a la que llama "democracia burguesa" y que postula, en su lugar, la confrontación. Decía Federico Engels, amigo de Marx: "el acto supremo de la política es la revolución." El combate debe ser encabezado por una minoría iluminada, "la vanguardia del proletariado". En este caso, por descabellado que parezca, la CNTE desempeña esa función. Así lo creen muchos de los grupos que se le han adherido. Es de sobra conocido que la CNTE y su entourage también han planteado, por decirlo así, una "lucha ideológica." Hay todo un aparato mediático y propagandístico que le da cobertura.
El propósito no es resolver el conflicto por la vía del diálogo, cual es el cometido de la democracia liberal, sino "agudizar las contradicciones". En consecuencia, está en acto un serio desafío al Estado democrático. Los "verdaderos revolucionarios" no creen en la institucionalidad burguesa. La usan, simplemente, en términos instrumentales; pero, en sustancia, para ellos, no hay punto de mediación.
El propósito es acumular fuerzas y promover el ascenso del conflicto a un plano superior. De lo laboral y educativo a lo político.