Una nueva controversia social se ha desatado en la Laguna, provocada por las declaraciones del Gobierno Estatal, en relación a la intención de adquirir algunos de los edificios históricos de Torreón.
Sin duda, de fondo, existe un buen propósito, sobre todo, pensando en su conservación y aprovechamiento y/o descargar el peso de la responsabilidad de los mismos a la sociedad civil, considerando que difícilmente podrían comercializarse de manera alguna, acto que, lo menos, sería políticamente inaceptable.
Sin embargo, habrá que darle un poco de atención al propósito y tal vez así podamos comprender la razón de la resistencia que han mostrado artistas, comunicadores y algunos integrantes de la sociedad civil, entre ellos, los empresarios pertenecientes al Consejo Lagunero de la Iniciativa Privada, CLIP.
Ante todo, rescatar el Teatro Isauro Martínez, -me tocó verlo con los balcones clausurados con ladrillos y anuncios de refrescos- fue trabajo con esfuerzo, sacrificio y pasión, de personas de Torreón, Coahuila, que lo recibieron en comodato del INBA, por 25 años, término próximo a cumplirse. Desde entonces, con apoyo del propio gobierno federal y del estado, se han hecho grandes esfuerzos para transformarlo en lo que es ahora: uno de los más bellos de la República Mexicana.
Los seres humanos requerimos del sentido de identidad por arraigo; esto es: saber que pertenecemos a algún lugar en particular, donde tenemos personas con las que nos podemos relacionar, intimar y convivir. Para ello, edificamos construcciones que nos den anclaje e identidad.
Los seres gregarios, según los diccionarios, "son aquellos que viven en rebaño o en grupo; la asociación entre individuos no necesariamente emparentados que se unen con diferentes fines".
Siendo los laguneros gregarios, como cualquier grupo social, nos identificamos por diferentes fines -labores o religiones- y vivimos en una misma sociedad en la que nos reconocemos por tener intereses comunes.
La idiosincrasia, constituida por el carácter y temperamento de cada cual, se creó y se mantiene fortalecida por las creencias, la confianza en nuestros antecedentes sociales y aquello que nos da sentido de gregarismo; esto es: el "llamado orgullo de laguneros", tan mal interpretado por ajenos y tan criticado por muchos.
Todos tenemos en nuestra memoria idiosincrasia y sentido de pertenencia, perderlo es renunciar a la identidad propia, cualquiera que sea. Así, los yucatecos se sienten orgullosos de sus antecedentes históricos, incluida su bella Mérida y sus personajes que dejaron huella en la música o que desearon, por propia voluntad, adherirse al naciente Estado Mexicano; de ahí aquello de "la hermana república de Yucatán".
Los jaliscienses, aseguran ser el origen de la charrería y la imagen del mexicano moderno; unos y otros, defienden sus símbolos y la huella de sus antepasados, asentados en sus construcciones.
Ningún jalisciense aceptaría perder la posesión emocional de la imagen del charro valiente y bravío; no hay yucateco que permita que su trova sea señalada como originaria de otro lugar o no sentir propio el Paseo Montejo; ningún lagunero, acepta perder su identidad o lo que le representa, aún cuando sí seamos discriminatorios al momento de declarar ser de Gómez Palacio o Lerdo, Durango; de Torreón, Coahuila, o de cualquier otra ciudad, parte de la Región Lagunera.
Habrá que retomar el principio antropológico y social que se refiere a la identidad y la libertad; dice que para querer someter o desarticular a una sociedad, habrá que quitarle su idioma, sus creencias y el orden social que conviven; para el caso: la identidad cultural que representan nuestros edificios.
Perder los símbolos de esfuerzo, sacrificio, constancia, valerosidad e identificación de laguneros, hace que se presente la inmediata resistencia.
El temor manifestado por los antagonistas a la idea de incorporar edificios históricos al estado, se fundamenta por estar construidos como personas, -emocionalmente- con tales antecedentes sociales. Sin embargo, al aceptarnos como parte de dos estados federales de México, con autoridades legítimas, debemos comprender el interés que en ellos se despierta.
Al temor de perder los símbolos de identidad social e idiosincrasia, agregue la inseguridad de que se continúe con el cuidado y mantenimiento de los mismos y aunque se asegure la responsabilidad hacia ellos, queda el sentimiento de pérdida que es doloroso y nadie desea padecer. Esa es la causa de fondo de la oposición del CLIP, por mencionar alguno de los grupos regionales que se han manifestado.
Tengo la plena seguridad de que, al comprender el trasfondo psicológico y efecto social de la propuesta, será revaluada y reorientada, máxime cuando es evidente el interés por la cultura de nuestra actual administración estatal -gracias a sus gestiones admiramos la obra de Botero, por ejemplo- y su preocupación por atender nuestras necesidades inmediatas, caso de la inseguridad o desempleo.
Seguramente se encontrará un punto de encuentro y como consecuencia, todos podremos salir enriquecidos. Confiemos en un final feliz.
ydarwich@ual.mx