Sin mayor preámbulo llegó la noticia, sorpresiva, veinticuatro horas después de su liberación y salida del Centro de Readaptación Social número 1 Altiplano, en el Estado de México. Sinceramente no me la esperaba: el único que había conseguido establecer comunicación con el general, era Joaquín López Dóriga para el medio radiofónico donde participa.
"Pato, ya está confirmada tu entrevista telefónica con el general Tomás Ángeles Dauahare. En veinte minutos, cuando entres al aire, vas a hablar con él", me dijo la coordinadora de invitados de Efekto Noticias, la empresa televisiva donde laboro. Lo cierto y en honor a la verdad, es que a mí nunca se me ocurrió gestionarla. El mérito e iniciativa corresponden a otros; yo simplemente di eco a las palabras del militar en retiro.
Temblorosa la voz del ex subsecretario de la Defensa Nacional, despojado del garbo y el uniforme, flaco hasta los huesos según consignaban las primeras imágenes, le pregunté por su estado de ánimo, por su salud y sus planes. Charlaba con un hombre roto, no era el mismo de hace tiempo, le habían deshecho la vida, quitado quizás el único y más preciado bien que tiene un soldado: su honor.
"Jennifer", el testigo protegido -hoy desacreditado- del que tanto echó mano la Procuraduría General de la República a cargo de Marisela Morales, acusaba a Dauahare y a otros cinco militares de alto nivel, de nexos con el narcotráfico y específicamente a mi entrevistado, de tener vínculos con el cártel de los Beltrán Leyva. Ello lo llevaría a prisión durante interminables meses. "El trato que recibí fue riguroso pero amable, la disciplina propia del caso", dijo Dauahare cuando le pregunté si había sufrido abusos en sus derechos humanos.
Pasadas las cortesías de rigor que se observan con un militar de su rango, y más tratándose de una persona recién salida de la cárcel, no pude sustraerme de los cuestionamientos incómodos. Y es que yo necesitaba y quería hablar de los grandes elefantes blancos en la habitación: Marisela, Felipe Calderón, pero sobre todo ahondar en la ríspida y tensa relación que se decía Tomás Ángeles Dauahare sostuvo con su jefe directo, el general secretario Galván.
Se lo solté a bocajarro, curioso, la veta de preguntón y metiche por delante. General, se dice que por parte de su jefe hubo envidias, que quiso impedir su ascenso, usted sería el siguiente Secretario de la Defensa Nacional hasta que Galván le acotó el camino. "Esteee, bueno, se rumoran muchas cosas, permítame no hablar de ese tema", evadió. En el fondo, decía todo.
General, ¿quién le debe una disculpa?, pongámosle nombres y apellido, dígame quién está moralmente obligado con usted. "Marisela Morales, la ex procuradora, es quien me la tiene que dar", asentó. "Pero a ver mi general", insití, "usted era subsecretario de la Defensa Nacional y una decisión así, el meterlo a la cárcel, no se toma sin la anuencia de más arriba, del Presidente. ¿Considera usted que Felipe Calderón, expresidente de México, también tiene que pedirle perdón?"
"Ahorita no quiero hablar de eso, permítame de nueva cuenta, no especular en ese sentido. Mis planes inmediatos son reportarme con mi general Secretario de la Defensa, esperar su asesoría e instrucciones. No guardo rencores", finalizó Tomás Ángeles Dauahare.
La semana pasada, Ángeles Dauahare, quien desde el pasado primero de mayo funge como asesor de Salvador Cienfuegos, el actual Secretario de la Defensa Nacional, recibió la medalla "Honoris Causa" en el marco del Día del Abogado. Atestiguaron la entrega, entre otros, César Camacho Quiroz, presidente del CEN del PRI. Al hacer uso de la palabra, Dauahare habló de la Guerra Civil española, de sus crueldades, del horror que supone cuando los hermanos se matan. También sin decirlo, las alusiones a la guerra de Felipe Calderón ahí estaban, implícitas, como el gran elefante blanco…
Twitter @patoloquasto
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