Pocas palabras hay tan manoseadas como "democracia" y sus derivados. Quienes más las usan, más pretenden alejarse de sus principios. La República Democrática Alemana fue durante décadas la parte de Alemania donde no había elecciones libres. La República Popular Democrática de Corea, mejor conocida como Corea del Norte, es un régimen autoritario sin elecciones y con un sistema de sucesión monárquica.
Por eso cuando los activistas políticos mexicanos afirman que quieren una "televisión democrática" hay razones para mostrarse escéptico, no sea que nos den una televisión al estilo norcoreano.
Habría que empezar por definir qué es televisión democrática. El término democracia denota un sistema político en que el pueblo interviene en el gobierno. En ciencias políticas se refiere usualmente a los regímenes en que los gobernantes son electos por voto mayoritario popular en votaciones libres y competidas, todo lo contrario a lo que veíamos antes en Alemania oriental y hoy en Corea del Norte.
Una televisión democrática sería, me imagino, una en que la programación fuera definida por las preferencias de la mayoría. Llevaría, de hecho, a una verdadera dictadura del rating. Según el blog Ratings México los programas más vistos en la televisión mexicana son las telenovelas de Televisa Porque el amor manda y Amores verdaderos que se transmiten por la noche de lunes a viernes. En las tardes reina la peruana Laura Bozzo con su programa ahora llamado simplemente Laura. La selección nacional de futbol suele también conseguir los niveles más altos de público. Una televisión realmente democrática tendría solamente programas de alto rating.
Yo hago una aclaración de interés. Conduzco dos programas de televisión de bajo rating: La Entrevista con Sarmiento en canal 13 y Quinto poder en el 40. El público es apenas una fracción del que obtiene una buena telenovela. En radio conduzco, con Guadalupe Juárez, La Red de Radio Red, que tiene un público bastante numeroso para un informativo, pero que, como todos los noticiarios, queda muy atrás de programaciones como las de Antonio Esquinca de Alfa, Gabriel Roa de La Z o Mariano Osorio de Radio Joya. Una televisión o una radio democráticas me dejarían sin chamba porque la labor informativa no es necesariamente de alto rating.
Lo paradójico es que quienes proponen una televisión democrática no quieren en realidad una televisión de alto rating, con emisiones para las mayorías, sino una que se enfoque a los gustos de las minorías. Buscan que los nuevos canales sean "culturales" o que se entreguen a organizaciones políticas o sociales de su simpatía para difundir su propaganda.
Yo no tengo objeción a que se repartan los canales de esta manera, siempre y cuando a mí me toque uno, por supuesto; pero dedicar los nuevos canales a un público minoritario no haría más que fortalecer a las empresas que hoy dominan la televisión abierta. Se busca licitar dos cadenas privadas comerciales, y añadir una pública, para que haya una mayor competencia en la televisión de grandes públicos.
Pese a lo que piensan quienes impulsan una "democratización" de la televisión, el gran público no necesariamente ve lo que ellos quieren. Cuando Hugo Chávez se negó a renovar las concesiones y confiscó los transmisores de RCTV de Venezuela en 2007, la cadena tenía un 50 por ciento de participación de audiencia. Su sucesora pública, TVes, que utiliza la misma infraestructura, rara vez llega al 1 por ciento. Al final la gente sintoniza lo que se le antoja y no quiere ver la programación que le imponen los políticos o los activistas.
GDF DESCONOCE
El gobierno del Distrito Federal, la Asamblea Legislativa y la CDHDF al final desconocieron a la rectora Esther Orozco de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. El pecado de la rectora fue tratar de mejorar la calidad de la institución.
Twitter: @sergiosarmient4
