Un coloso de 50 años
Pocas cintas han despertado tal nivel de expectación y escándalo como Cleopatra, una reina de cine que este año cumple medio siglo.
Se concibió como la cinta que iba a salvar a la 20th Century Fox de la crisis y casi la lleva a la quiebra. Su presupuesto inicial fue de dos millones de dólares y terminó costando 44 que, en comparación con el valor monetario actual, la convierten en la película más cara de la historia. El inmenso plató, una ciudad completa, fue construido dos veces en países distintos.
El corte original contemplaba dos partes en una duración total de seis horas; los productores dejaron una sola cinta de poco más de tres. El colosal proyecto inició con un director y terminó con otro. Los protagonistas masculinos fueron sustituidos cuando ya se tenían las primeras tomas.
La actriz principal firmó por un millón de dólares, la cifra más alta cobrada hasta entonces por una estrella de Hollywood, pero terminó cobrando siete y casi muere durante el rodaje. Ni el director ni la protagonista quedaron satisfechos con el resultado final de un filme que, iniciado en 1959, sólo pudo ser terminado y exhibido cuatro años después.
A pesar de todo, Cleopatra fue estrenada hace medio siglo como el «espectáculo de espectáculos» y «la película que el mundo estaba esperando». Con una agresiva campaña publicitaria que explotaba, incluso, el escandaloso romance real de la «Cleopatra» Elizabeth Taylor y el «Marco Antonio» Richard Burton como anzuelo para las masas, la 20th Century Fox lanzó a las pantallas del mundo un elefante que, a la vuelta de los años, se convertiría en la cinta emblemática de la megalomanía de la gran fábrica de sueños que veía en la televisión su más grande amenaza.
UNA HISTORIA FASCINANTE
La historia, basada en la novela The Life and Times of Cleopatra, de Carlo Mario Franzero, y en las crónicas antiguas de Plutarco, Suetonio y Apiano, narra los acontecimientos de las guerras civiles romanas de la segunda mitad del siglo I a.n.e. en el ocaso de la República, y la relación de dos de los más importantes generales de Roma con la última reina de Egipto de la dinastía de los Ptolomeos.
César (Rex Harrison) ha vencido a Pompeyo, quien al verse acorralado y sin apoyo huye a Alejandría a refugiarse en la corte del infante faraón Ptolomeo XIII (Richard O’Sullivan), hermano y esposo a la vez de Cleopatra VII (Elizabeth Taylor). Pero en vez de ayuda, lo que Pompeyo encuentra en la capital del reino egipcio es su muerte. Cuando César hace su arribo a Alejandría, no se muestra congraciado por el asesinato de su rival y decide intervenir para resolver las disputas entre los hermanos esposos. Ahí conoce a Cleopatra, una joven de asombrosa belleza y aguda inteligencia, que lo seduce. César la desposa luego de darle el trono egipcio.
Todo marcha bien para César. Su popularidad en Roma crece al garantizar, gracias a su unión con Cleopatra, el abasto de granos para la capital de la República imperialista. Ha engendrado un heredero con la reina egipcia y se dispone a asumir el poder absoluto de los dominios mediterráneos. Después de que su nueva esposa hace una espectacular entrada a Roma, César busca el aval del Senado para convertirse en dictador vitalicio. Este plan, aunado a las concesiones hechas a Cleopatra, genera el recelo de la aristocracia romana, que ve amenazados sus propios intereses.
Luego vienen los famosos idus de marzo. Julio César es asesinado a puñaladas en la curia por una facción de senadores entre los que se encuentra su hijo adoptivo, Bruto. Cleopatra tiene que huir de Roma junto a su hijo Cesarión para salvarse. Marco Antonio, leal amigo de César, facilita su escape y así comienza la segunda parte de la historia.
Luego de perseguir a los asesinos de César, Antonio establece el triunvirato con Octavio (Roddy McDowall), hijo adoptivo de aquél, y Lépido, a través del cual se reparten el control de los dominios de Roma. Marco se queda con la parte Oriental. Octavio con Occidente.
Para controlar Oriente, Antonio tenía que sortear una aduana difícil: el Egipto de Cleopatra. La primera diferencia: quién va a visitar a quién para solicitar apoyo. Él no está dispuesto a ir a Egipto. Ella no quiere dejar suelo egipcio. Así que, a bordo de una sorprendente nave dorada, Cleopatra «lleva» Egipto hasta Tarso, ciudad donde Antonio prepara su campaña contra Partia. Este encuentro marcaría el inicio del apasionado romance y la desmesurada relación que llevará a ambos a enfrentarse contra las tropas de Octavio en la famosa batalla naval de Accio.
En pleno combate, Antonio abandona a sus soldados al ver que el barco de Cleopatra se aleja de la zona de conflicto. A la postre, la pareja no sólo perdería la batalla, sino también la guerra. Acorralados y deshonrados por Octavio en Alejandría, los amantes mueren por su propia mano. El hijo adoptivo de César, que ya ha tomado su nombre, se erige como dueño absoluto de Roma.
UNA LABOR MONUMENTAL
Lo primero que asombra al espectador de Cleopatra es su producción descomunal. En el rodaje no se escatimaron los recursos. Grandes palacios. Vestuarios sorprendentes. Millares de extras uniformados. Gigantescas naves. Ciudades monumentales. La desmesura del filme es sólo comparable con la de los personajes principales. Impresionantes son las escenas de Cleopatra entrando al foro a bordo de una esfinge y la del barco dorado navegando hacia Tarso.
El guión, prácticamente reescrito sobre el rodaje de la película, muestra la agudeza de Mankiewicz en su afán de alejarse de los tópicos comunes del género péplum. No siempre lo consigue. Pero el diálogo de la escena en la que Cleopatra obliga a Antonio a arrodillarse frente a ella es digno de todo elogio, no sólo por su construcción, sino por la osadía de mostrar a un hombre poderoso someterse a los designios de una caprichosa mujer en una época en la que el discurso machista dominaba Hollywood.
No obstante, el libreto está plagado de licencias artísticas y grandes errores históricos. Sólo dos ejemplos. Es imposible que Cleopatra cruzara por el arco de Constantino para ingresar al foro romano por la simple razón de que ese monumento se construyó 350 años después de los supuestos acontecimientos. Pero más aún: Cleopatra nunca pisó el foro.
Sobre la dirección hay que destacar la destreza para orquestar a la muchedumbre que aparece en múltiples escenas y el tino para permitir a los protagonistas, grandes histriones todos, dar una excelente actuación. En este último aspecto sobresale sin duda Roddy McDowall en su papel de Octavio, quien otorga casi al final un discurso memorable sobre la muerte de su rival Antonio.
A la par de la dirección caminan el montaje y la fotografía. La intimidad de los encuentros en palacio, incluyendo diálogos de alcoba, se alterna a buen ritmo con la pública interacción de los protagonistas en medio del pueblo, ese ente anónimo y caprichoso que a veces observa pasivo y, otras, repudia, aclama y pide sangre.
En la música, Alex North concibe una partitura con momentos muy bien diferenciados para cada personaje. La relación poco afectiva, más interesada, entre César y Cleopatra es vestida con pasajes sobrios, en contraste con los momentos de Cleopatra y Antonio, más apasionados y «románticos». El tema central de la cinta es una obra apreciable por sí misma que recuerda de pronto al Bolero de Ravel y al Sensemayá de Revueltas.
Por todo lo anterior, con 50 años de vida, Cleopatra es hoy una referencia obligada en la historia de una industria fílmica que hace todo lo posible -y hasta lo impensable- por sorprender al espectador. Es la hipérbole del cine como gran espectáculo, con todos sus excesos.
Twitter: @Artgonzaga