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Un gigante

No hagas cosas buenas...

ENRIQUE IRAZOQUI

El martes pasado terminó su existencia carnal José Antonio Irazoqui y de Juambelz, mi padre.

El 14 de octubre de 2011, don Antonio sufrió el primer accidente neurovascular: nunca pudo volver a ser el mismo. Durante un año completo, mi madre y la familia se concentró en la rehabilitación del señor, y se lograron pequeños avances en ello.

El destino decidió otra cosa y justamente hace casi 9 meses, nuevamente apareció otro coágulo y entonces la endeble calidad de vida se desplomó.

Su fortaleza lo sostuvo con vida hasta que ésta se extinguió por la noche hace tres días y entonces se dio inicio a la prolongación de su legado.

¿Qué puede decir o escribir un hijo de su padre recién fallecido, cuando el sentimiento que lo embarga hacia él raya en la devoción?

Es humano sentir tristeza y dolor profundo cuando se pierde una persona tan amada. Pero en este caso particular, la lucha de los sentimientos encontrados es atroz en el corazón. En un sentido, el alma quiere aferrarse al cuerpo tendido, con prácticamente nulas posibilidades de recuperarse, pero consciente de que el egoísmo de uno yace en el fondo del asunto y la fuente última de esa postura, sabes que todo está perdido, el otro lado te grita que supliques al Creador que se apiade de él.

La despedida material es dura, pero ésa desafortunadamente, todo el mundo la enfrenta, tarde o temprano porque es parte de la condición humana, es absolutamente irremediable. Y por desgracia de esta necia realidad, hay escenarios peores, como cuando sobreviene la muerte de un infante o de un joven. Así que el decir adiós es sólo un trance pasajero, la asimilación que viene con el tiempo, es el reto.

De esta forma transcurrieron los últimos días de don Antonio, que por supuesto son los que menos se tienen que describir, pues su existencia fue prolífica, él representa perfectamente lo que significa la autoridad moral en el amplio sentido de la palabra. Su comportamiento fue ejemplar.

Cuando aceptó venir a La Laguna con su tío, sabía el reto que significaba seguir los pasos de Antonio de Juambelz, que no era en lo absoluto empresa sencilla. "El Siglo ya era El Siglo" cuando mi papá llegó aquí, así me lo dijo muchas veces, tenía claro que venía a trabajar a un diario serio y vertical, pero con todas las vicisitudes que significaba hacer periodismo en aquellos tiempos, máxime en provincia.

Con esas condiciones vino acá, perfectamente enterado. Tenía ya cuando llegó cuatro hijos, aquí nacieron los otros cuatro, y por su sentido de responsabilidad sabía lo que eso significaba y las condiciones que le había planteado su tío, que eran por demás demandantes. "Eso fue vida por vida", me contestó don Antonio Irazoqui cuando le cuestioné si el precio que pagó para convertirse en lo que fue no había sido demasiado alto, ya que por décadas abandonó todo rato de esparcimiento para sí; pues el reducido tiempo que le quedaba, luego de atender a El Siglo y a su tío, lo dedicó totalmente a sus hijos y a su esposa. Cuando él se refirió a esa expresión de vida por vida, significaba que él había dado la suya por sacar adelante dignamente a sus hijos. Los años me hicieron comprender que mi madre lo hizo de igual manera.

El transcurso del tiempo permitió que Antonio Irazoqui labrara su reputación y prestigio en La Laguna. Los primeros 26 años, al lado de don Antonio de Juambelz, siguiendo sus pasos, pero sin poder ocultar su personalidad. El relevo generacional de entonces marchó de la mejor manera, la historia de El Siglo así lo demuestra. Cuando su tío murió en 1993 mi papá ya era un personaje reconocido y respetado.

Intentar describirlo en estos momentos es muy difícil, contar la historia termina siendo más sencillo. Era un virtuoso: conversador mesurado y profundo, debido a su extenso acervo creado con muchas horas de lectura; apasionado del arte de la música y un enamorado del campo, fueron algunas de sus características. Pero su mayor rasgo lo fue la integridad: nunca conocí movimiento alguno que no tuviera esa característica, tuve la fortuna de estar muy cerca de él, le conozco en ámbitos muy complicados, como el de los intereses.

Contó con un profundo sentido humano, su trato fue de respeto y calidez para con todos; hoy al recibir las condolencias, nos llenan de orgullo las palabras específicas donde describen lo que fue la relación de nuestro padre con cada persona que nos ofrece su apoyo.

Hace muy poco escuché la frase: "las palabras son enanos, los ejemplos son gigantes", bien, entonces, esperando el sosiego que tendrá que venir con el tiempo, anteayer nuestra familia despidió a un gigante.

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