Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío, que no lo puede llenar, la llegada de otro amigo. Cuando un amigo se va, se queda un árbol caído, que ya no vuelve a brotar, porque el viento lo ha vencido.
El poema de Alberto Cortez, que tanto cantó en estas tierras, se sentía más triste ayer con la partida del Lic. Antonio Iirazoqui, quien por tantos años fue nuestro compañero de luchas, de esfuerzos, siguiendo las enseñanzas de don Antonio de Juambelz, de darle lo mejor a una Comarca y al país.
Todavía había cosas que terminar pero la salud, que en ocasiones es esquiva y sabe fallar, las dejó truncas. Desde su llegada a la Comarca, invitado por su tío Antonio arrojó el traje de capitalino y se puso el overol siglero, ayudando en todo, pues lo que encontró le fascinaba.
Teníamos todavía el llamado sistema antiguo y había que verlo a media noche cuando se descomponía la Ludlow que hacía los encabezados o la Firchaild que convertía el plástico en clichés. Recorrimos el mundo buscando la nueva maquinaria para offset, y fueron viajes gratos por su buen humor.
Ese buen humor lo llevó, primero con su primo Jorge González a escribir diariamente la famosa columna De lo que EL SIGLO informó por Nauyaca que él continuó al morir don Jorge. Al Lic Irazoqui le tocó dirigir la transformación de este Diario, así como dar vida al SIGLO DE DURANGO.
Supo ganarse el cariño y respeto de quienes hacíamos este Diario, sin escatimar alguna ayuda o apoyo para que su gente siguiera superándose a través del estudio como fue el caso de este servidor, a quien tanto ayudó para cumplir sueños. Descanse en paz y nuestro abrazo sincero para su familia.
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