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¿Venezuela con Maduro?

GENARO LOZANO

El proyecto de Estado de Hugo Chávez, su revolución bolivariana, acaba de ganarse una oportunidad para demostrar que puede sobrevivir aun sin su creador, que habrá chavismo y República Boliviariana sin Chávez. Nicolás Maduro, el heredero del comandante, ganó el domingo unas elecciones sin competencia equitativa y que no fueron tan favorables para el oficialismo. Venezuela se encamina a continuar dividida y Maduro enfrentará en los siguientes años los retos más duros en los 14 años del chavismo.

Los retos más duros porque Maduro no obtuvo una victoria holgada y de dos dígitos frente a Henrique Capriles, como sí logró Chávez en octubre pasado. Pese a haber explotado las metáforas religiosas, al punto de comparar a Chávez con Cristo, pese a haber utilizado metáforas machistas, al sugerir que "sodomizaría a la oposición" al darle un plátano maduro, y pese a haber repetido en 7,231 ocasiones el nombre de Hugo Chávez, según el sitio madurodice.com, la victoria de Maduro sobre Capriles se redujo apenas a unos 234 mil votos, un 1.5 % de diferencia y con ello se abrieron cuestionamientos serios en torno al proceso.

Maduro enfrenta entonces un país partido a la mitad, como lo ha estado prácticamente desde 1999. Sin embargo, la diferencia es que Maduro no es Chávez, aunque se proclame como su hijo y prometa visitas de pajaritos, como si Chávez fuera el Espíritu Santo. La diferencia es que a Chávez no se le cuestionaron los 14 procesos electorales que enfrentó y que ganó su proyecto político y a Maduro se le cuestionará siempre el resultado electoral del domingo.

Hay una obsesión mexicana y latinoamericana con Venezuela. Obsesión que para un sector de los mexicanos radica en asomarse al país sudamericano y ver reflejados ahí los miedos de un país en el que el clivaje de clase social se ha politizado al extremo, clivaje tal vez adormecido en México. Una obsesión para ciertos sectores en ver "lo mal que está Venezuela" para forzar al elector mexicano a pensar en que "así estaría México si hubiera ganado AMLO en 2006". Un mirar de reojo a Venezuela para decir altaneramente "cerquita nos pasó la bala" y regodearse en que ganara Calderón en 2006, aunque con esto literalmente nos ha pasado la bala cerquita, por la violencia que se vive en México desde ese año.

En contraste, la obsesión latinoamericana con Venezuela en países como Bolivia, Nicaragua y Cuba, pero también en Argentina, Brasil y Uruguay, radica en ver el modelo económico venezolano y el liderazgo global de Chávez y querer emularlo. Porque Chávez es tal vez el único político latinoamericano global a inicios del siglo 21. Porque los indicadores de CEPAL, OCDE y otras instituciones multilaterales indican que Venezuela sí tiene problemas, como una inflación que este año será de dos dígitos, pero menor al 20%, o problemas de violencia- especialmente urbana- pero también es un país que ha logrado reducir la pobreza y una redistribución de la riqueza más equitativa, eso sí, sin respetar el credo liberal y sus pilares: la propiedad privada y las libertades individuales.

Obsesión como amor. Porque cualquier político latinoamericano quisiera acariciar el carisma y tener la presencia global de Chávez, presumiendo los indicadores venezolanos de sus programas sociales, pero sin depender del petróleo, sus ventas y precios mundiales como la columna que lo sustenta todo.

Una obsesión venezolana con encontrarle adjetivos a ese país. Que si es una verdadera dictadura o una dictablanda, que si es una democracia no liberal o una democracia participativa o si es un régimen autoritario competitivo, un régimen híbrido en el que las libertades de las democracias liberales no están siendo ejercidas, pero que se somete al escrutinio de las urnas de forma constante y repetida en el tiempo, como lo catalogarían los politólogos Steven Levitsky y Lucan Way.

Obsesiones de lado, lo cierto es que en el inmediato plazo Venezuela estará a la espera de las reacciones de Capriles, quien tiene todos los incentivos para desconocer el triunfo de Maduro, argumentar que hubo una "elección de Estado" y exigir un recuento de votos. Después de todo, la oposición venezolana ganó 679 mil votos más que en la elección de octubre pasado y el oficialismo perdió casi 686 mil votos, también con respecto a la última elección que enfrentó Chávez.

Maduro tendrá que enfrentar lo que otros regímenes autoritarios en momentos de crisis: la disyuntiva de si es el momento de liberalizarlo en ciertos aspectos - tal vez el de las libertades políticas y económicas- o si se gira más hacia la tentación de silenciar a la oposición y endurecer el régimen para sobrevivir. Ambas decisiones llevan costos para el régimen. Si se liberaliza, los grupos favorecidos por el oficialismo perderán sus ventajas; si se endurece el aislamiento internacional de Venezuela podría ser peor y el peligro de una revuelta social interna más grande.

Al final, Maduro no puede tenerlo todo. Los próximos seis años serán de decisiones difíciles para su gestión, especialmente en ver cómo hace que su gobierno sobreviva un referéndum para revocar su mandato en 2016, como está previsto en el artículo 72 de la Constitución. Maduro deberá demostrar que es posible el chavismo sin Chávez y una Venezuela con Maduro.

Politólogo e Internacionalista

Twtitter @genarolozano

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