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Venezuela

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LUIS FERNANDO SALAZAR WOOLFOLK

La situación de Venezuela amerita ser objeto de comentario, porque la muerte de Hugo Chávez abre la oportunidad de que el pueblo de ese hermano país, asuma el protagonismo político que le fue arrebatado por el líder populista.

El populismo opera dentro de una estructura formalmente democrática, que en la práctica es rebasada por un caudillo que se ubica por encima de todo poder constituido (parlamento y tribunales judiciales) y genera una estructura paralela (oligarquía burocrática) que mediante el desvío de recursos públicos hacia el gasto político, asegura al líder mesiánico su permanencia en el poder por tiempo indefinido.

La derrama de recursos públicos desde arriba, genera una burocracia privilegiada que se convierte en factor de vinculación del líder con ciertos sectores sociales (factores reales de poder, medios de comunicación, líderes de opinión) que son seleccionados con criterios de costo-beneficio, y desciende hasta las masas pobres que son el caldo de cultivo del control político electoral, como beneficiarias de programas sociales y asistenciales cuyos beneficios son condicionados al sentido del voto.

Tal sistema mantiene al país en el subdesarrollo a perpetuidad y se convierte en una fábrica de pobres, porque el líder populista y sus cómplices son los primeros interesados en mantener al mayor número posible de gente en la ignorancia y en la impotencia cívica, que son consecuencia directa de la miseria.

El populismo de Hugo Chávez se inspira en la ideología marxista o comunista que alienta el odio de clases entre ricos y pobres, como instrumento para degradar al tejido social en aras de la consolidación del poder personal del caudillo, con lo que la gran perdedora es la clase media.

La expropiación selectiva de la riqueza es un instrumento de control político y mediante el adoctrinamiento se crea una red de espionaje y una milicia civil, que junto a las fuerzas de seguridad del estado reprime a los disidentes.

El caudillo erige un culto en torno suyo y asocia su imagen personal a las dádivas del gobierno, lo que reproduce la leyenda del ladrón carismático que roba al rico para darle al pobre.

En el caso de Venezuela el líder mesiánico asume al imperialismo yanqui como enemigo aglutinador, al tiempo que provee a los Estados Unidos de la mitad del petróleo de importación que requiere el Imperio. Este doble juego permitió a Chávez gastar más de diez millones de dólares diarios para dar soporte a un liderazgo internacional también personal y también basado en el gasto político ilimitado a fondo perdido.

El inmenso gasto referido corresponde más a una guerra de conquista que a un gesto de ayuda humanitaria y desinteresada, en la medida en que tales recursos contribuyen a sostener la dictadura de Fidel y Raúl Castro en Cuba y los regímenes autoritarios y antidemocráticos de otros caudillos de tendencia populista, como Evo Morales de Bolivia, Rafael Correa de Ecuador y Cristina Kichner de Argentina.

Lo malo es que los regímenes populistas no son sustentables, y la parranda termina por endeudar a los pueblos y quebrar sus finanzas, generando una resaca económica y social que se traduce en un círculo vicioso de más pobreza, mas ignorancia y por tanto más demagogia.

El colmo de la demagogia se concreta en la acusación absurda según la cual, a Hugo Chávez y a otros líderes de izquierda que padecen cáncer les ha sido inoculado el mal por sus adversarios, cuando la explicación es muy simple: La coincidencia de caudillos viejos o enfermos que permanecen al frente de sus países no es casual, se debe a que se sienten indispensables, se creen inmortales, se aferran al poder, y desprecian toda forma institucional de gobierno.

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