Este año se ha adelantado la primavera. Nos ha llegado hoy, 20 de marzo, a las 5:02 de la mañana. En el momento en que usted lea este artículo habrá pasado ya el equinoccio y el invierno será un recuerdo tan rebasado como el frente frío que nos puso a temblar el pasado fin de semana.
En todos los países la primavera es una estación de alegría. Más lo es en México donde el período trae consigo, en una parte importante del país y ciertamente en el pueblo en el que vivo, ambientes cálidos y luminosos cielos azules.
No sólo en el exterior se elevan las temperaturas. También lo hacen en la sangre. Quizá es la dopamina que según Helen Fischer, la neuróloga y bioantropóloga de la Universidad Rutgers de Nueva Jersey, es la sustancia que junto a la norepinefrina produce el enamoramiento y el deseo.
Muchos animales viven en la primavera una verdadera estación del amor. En los inviernos fríos se refugian en madrigueras, pero cuando los días se alargan y las temperaturas se elevan salen al exterior en busca de las parejas que les permitirán multiplicar la especie. Hace mucho tiempo ya que los seres humanos hemos dejado de tener una estación específica para el amor y la procreación, en parte porque la tecnología nos ha permitido superar los ciclos estacionales. Algo tiene de bueno esto porque nos permite entrelazarnos en el amor en cualquier época del año.
Pero el hecho de que en la primavera podamos sonreír, enamorarnos y entregarnos con más facilidad, es quizá indicio de que en la más remota antigüedad, antes de que el fuego, la agricultura y las viviendas cambiaran nuestros hábitos, los ancestros comunes abandonaban sus cuevas al unísono en esta temporada para buscar a un hombre o a una mujer. "El amor consuela como la luz del sol después de la lluvia", escribía Shakespeare en Venus y Adonis.
Yo, por mi parte, no voy a mentir. Si bien no soy tan joven como antes, en la primavera la dopamina o la noreprinefrina se vuelven turbulentas en mi organismo… como si fuera todavía un adolescente. Los días más largos y cálidos me expulsan del refugio que he construido con mis libros y mi música. En los cafés y las calles no puedo evitar percatarme de que las faldas de las chicas se vuelven cortas y sus blusas y camisetas breves y atrevidas. Algo pasa en la primavera que tal vez sea reminiscencia de una obsesión que nos agobia desde el inicio de los tiempos.
El poeta Jaime Sabines lo entendía mejor que nadie. Ayer se cumplió un aniversario más de su partida el 19 de marzo de 1999. Desde muy temprano estuve recordando sus poemas: "Yo no lo sé de cierto, pero supongo / que una mujer y un hombre / un día se quieren…" Me acordé también de su reflexión ante los consejos de los amigos: "Me dicen que debo hacer ejercicio para adelgazar / que alrededor de los 50 son muy peligrosos la grasa y el cigarro / que hay que conservar la figura y dar la batalla al tiempo, a la vejez…La única recomendación que considero seriamente / Es la de llevar una mujer joven a la cama / Porque a estas alturas, la juventud / sólo puede llegarme por contagio."
También se me viene a la mente una tarde de primavera con mi padre, a quien la vista se le alegraba al paso de una moza con la falda corta y volada y una blusa ceñida que un esbozo de tirante apenas alcanzaba a detener. Él tampoco podía evitarlo. Las mejillas se le sonrojaban sin pensar y los ojos los entrecerraba para ver mejor. Era el erotismo, esa fuerza de vida que adquiere su mayor vigor en primavera, cuando la luz del sol empieza a derrotar el frío, la oscuridad y la indiferencia.
AEROPUERTO
Tiene razón el secretario de Economía, Ildefonso Guajardo. La falta de un nuevo aeropuerto en la Ciudad de México se convertirá en un importante cuello de botella para el país. Ha llegado el momento de que alguien tenga el valor de emprender el proyecto… aunque los reaccionarios saquen machetes en protesta.
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