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Vía crucis

ADELA CELORIO

Nomás oigo vacaciones y corro a empacar trajes de baño, bloqueadores, bronceadores, humidificadores, mis sandalias y un gran sombrero con el que me veo divina. Sólo imaginar el olor salino y la brisa del mar reduce mi ritmo cardiaco y como si ya estuviera tiradota en la playa con una piña colada en la mano; me gana la risa. ¡Lástima! Mi equipaje y actitud vacacional resultan totalmente impropios para el hospital donde el Querubín y yo nos encontramos ahora porque ya se sabe; marchamos por un camino que a veces es recto y soleado y a veces sinuoso y nublado, pero tanto si nos gusta como si no; ese camino es la vida.

Y henos aquí, sin mar, sin playa y sin piña colada tratando de disfrutar al máximo de los ultrasonidos y las resonancias magnéticas que nos impone este inesperado sesgo, mientras al otro lado de los ventanales, en plena consagración de la primavera las jacarandas se burlan de mí. Ni modo, vacacionamos entre médicos y medicinas porque al Querubín se le atrofió la circulación de una pierna y pues nada que "hay que operar", nos informan así nomás, sin siquiera aplicarnos un poco de anestesia. ¡Caray! enfermarse en vacaciones es algo que mi Querubín hace sólo para contrariarme, porque vamos a ver, cuántas veces le he pedido que tenga la delicadeza de enfermarse en días laborales y ni caso.

Aunque estoy enojada y frustrada, trato de mantener una buena actitud porque ¿cuál es el mérito de mirar hacia el futuro con entusiasmo y fe cuando las cosas van bien? El mérito consiste en mantener una buena actitud cuando los vientos soplan en contra y el oleaje amenaza con ahogarnos. Después de todo, no hay tempestad que dure para siempre, me repito a mí misma. Después de tan sesudas reflexiones sigo frustrada y enojada. Pero como cuando las cosas van mal aún pueden empeorar, aparecen las Gorgonas quienes con su congénita imprudencia me cuestionan: ¿Hicieron la incisión por la femoral? ¿Por qué no pasan al quirófano, se lo preguntan directamente a su hermano y de paso aprovechan para que las operen del cerebro?, les propongo amablemente.

Desfilan por el cuarto cualquier número de médicos aunque sólo sea para saludar. Antes pensaba que eran buena onda hasta que descubrí que cada médico que pasa a saludar deja su recibo de honorarios en la caja. ¡Carajo! Menos mal que yo sólo voy al doctor cuando están a punto de darme la extrema unción. "Le voy a retirar la sonda, después lo voy a bañar y lo voy a dejar bien bonito", le informa una solícita enfermera al Querubín, mientras le manipula el pene. Yo, prudente que soy los dejo a solas para que lo disfruten, y aprovecho para salir a comer. ¿Voy hasta allá? No, no voy. Dudo, pero cuando recuerdo que las penas con pan son menos, me decido. Sí, voy a mi restaurant favorito aunque me quede muy lejos. Después de disfrutar unos espléndidos tacos de pato, me enojo de nuevo. Pero qué imprudencia enfermarse en Semana Santa. Si mi marido me hubiera amado tanto como decía, no debería haberse casado conmigo, pienso. Después de tres días aciagos, nos dan de alta y mientras él enfermito espera frente a la tele, yo que gozo de cabal salud, debo encargarme de tramitar la salida.

Por más que me preparo psicológicamente para el atraco, las cuentas de hospital están hechas para que uno se quede en la unidad de afecciones coronarias. Entre la caja de médicos y la de hospitalización, la tortura dura algo más de tres horas. ¿Por qué tardaste tanto? Pregunta el Querubín desde su cómodo Lazi Boy mientas yo jalo maleta, estudios y medicinas al auto y al volante, recoger al enfermito en la mismísima puerta para que no se canse ni se agite. Después de todo, está malito.

El golpe final es la exuberante cuenta del estacionamiento. ¡Oigan, pero si no estoy comprando el terreno!, grito pateando la máquina traga-billetes que por supuesto ni caso. Como una voluntaria del cuerpo de paz del tercer mundo, al llegar a la casa me afano en instalar entre almohadones al Querubín. Para empoderarlo le pongo el control de la tele en la mano. Yo sé que a partir de ese momento el sólo retirará eventualmente la vista de la pantalla para quejarse de algo, aunque cuando alguien le llama para preguntar por su salud invariablemente responde que está muy bien, que está excelente; mientras tanto yo necesito el termómetro hasta para mover el café. Como antes decía, estoy frustrada y estoy enojada, pero mi corazón es pudoroso y reservado. Siento horror al melodrama y por eso no le cuento a nadie lo que me pasa. Si ahora lo escribo aquí es porque estoy segura de que todo mundo está en la playa y ni quién tenga interés en abrir el periódico para enterarse de mi personal Vía crucis.

adelace2@prodigy.net.mx

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