En estos días se prepara la agenda política para el segundo semestre del año. Una vez que terminaron las elecciones, los actores políticos regresan a las reformas pendientes. Se afinan las estrategias para que en las próximas semanas y meses se tengan listos los proyectos.
Se trata de reformas sustantivas que generan divisiones y polémicas, a diferencia de otros temas que han sido procesados bajo un consenso más o menos amplio, como fueron los casos de la reforma educativa (a pesar de la oposición sindical) o la reforma de telecomunicaciones (a pesar de la oposición de las televisoras). Abrir o no Pemex a la inversión privada o qué tipo de reforma fiscal puede mejorar la baja recaudación, son problemas que no tienen una solución fácil.
Los tiempos son limitados y las promesas de cambio se quedan por debajo de las expectativas que los mismos legisladores generan. Se ha postergado el tema de la transparencia, el cambio de la Secretaría de la Función Pública y la autonomía constitucional para el IFAI. A marchas forzadas se trabaja en las leyes secundarias para educación y telecomunicaciones. Además, hay que sumar la reforma política, que es otro de los temas que posiblemente serán una aduana de la oposición para entrarle a las materias energética y fiscal. Dentro del conjunto de cambios también vienen nombramientos importantes que tienen que hacer el Congreso para integrar las nuevas instituciones que regularan las telecomunicaciones; se aproxima una renovación de cinco consejeros en el IFE o en su caso en el instituto nacional (que tienen más oposición que apoyo). Con estos nombramientos se verá de nuevo la batalla entre la captura de intereses partidistas y de los poderes fácticos, frente a las necesidades de autonomía y responsabilidad pública que se requiere para construir instituciones democráticas y eficientes.
Resulta notorio observar cómo los tiempos políticos marchan a una gran velocidad, lo que resultaba novedoso hace unas semanas y meses hoy ha envejecido. Los primeros días del sexenio anunciaron nuevos tiempos y generaron expectativas de consenso y reforma, pero después de unos meses el panorama ha cambiado. Las inercias son muy fuertes y se imponen ante la debilidad de las dinámicas de cambio. Así, por ejemplo, los datos duros de la economía muestran que el país sigue con ritmos bajos de crecimiento, a pesar de las promesas; que la violencia permanece en rangos en los que terminó el gobierno anterior; que la corrupción galopa, a pesar de los casos de Gordillo y Granier; y que los partidos siguen dentro de su burbuja de privilegios e intereses. Otro factor que se puede resaltar a partir de las recientes elecciones locales es que el grado de pragmatismo -para hacer alianzas entre partidos- ha llegado a extremos ridículos, que ya sólo se trata de arreglos para ganar votos, pero que no hay proyectos, políticas públicas y, sobre todo, no hay diferencias entre unos y otros, porque las identidades se diluyen en función de la prioridad de ganar votos, como lo demuestra el estudio de Jesús Cantú en Proceso #1916.
A diferencia de los acuerdos para lo electoral, ya se anuncia que en el tema de Pemex será muy difícil lograr un arreglo pragmático. Por lo pronto ya hay dos posiciones muy definidas, las del PRI y PAN que quieren abrir Pemex a la inversión privada y la de las izquierdas que no quiere. Abrir supone cambios a la Constitución, así que hay que contar si se puede hacer una reforma sin los votos de la izquierda. Al mismo tiempo, ya se anunció una movilización encabezada por AMLO y Morena, para impedir cambios constitucionales. Hay que pensar en serio la posibilidad de hacer un referéndum sobre el futuro del petróleo, como señala Manuel Camacho. En los dos lados hay razones e intereses atendibles, pero no hay que ser ingenuos, el problema que representa una apertura a la inversión extranjera con un Estado que es un regulador débil ya se sabe en qué termina: poderes fácticos que imponen condiciones para reproducir sus intereses particulares. Del otro lado, el esquema de vivir de Pemex y financiar con él 40% del gasto público ya es insostenible. La ineficiencia y la corrupción visible que se destila en esa empresa hacen urgente que el petróleo sea administrado de otra forma.
En la suma de los ingredientes que se acumulan es posible prever una extraña mezcla de urgencias, divisiones y conflictos que poblarán los tiempos que vienen. Sin duda, la agenda está sobrecargada y en las próximas semanas veremos qué resultados se dan…