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Violencia psicológica ¿inconsciente?

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Violencia psicológica ¿inconsciente?

Violencia psicológica ¿inconsciente?

Juan Manuel Torres Vega

Experiencia silenciosa, imperceptible ante la mayoría de las miradas, sin una definición específica y marcada por diferentes mitos, la violencia psicológica se convierte en una amenaza camaleónica, tan escondida entre lo ordinario y lo normal que a menudo no es detectada por sus víctimas. Pero ¿qué hay de quienes la ejercen?

Son múltiples las manifestaciones de la conducta violenta: físicas, económicas, sexuales y psicológicas-emocionales. Esta última se caracteriza por ser ‘invisible’ en los ámbitos sociales tradicionales: la familia, la pareja, los amigos, la escuela y el trabajo.

Hay que recordar que en su momento todas las formas de violencia que hoy en día se reconocen fueron aceptadas como comportamientos habituales, esperados e incluso valorados socialmente. Así se entienden frases populares como “te pego porque te quiero” y “la letra con sangre entra”, referidas a las relaciones interpersonales. Poco a poco se superan diversos mitos en torno a la violencia, entendidos como creencias estereotípicas, generalmente falsas, que son aceptadas amplia y persistentemente, y usadas para minimizar, negar o justificar una acción. Los aportes de Bosch y Ferrer ofrecen claridad sobre los mitos. Todos estos suelen estar integrados en una cadena o secuencia lógicas, donde cada uno sustenta o justifica al otro hasta integrar un cuerpo ordenado y congruente. La falla radica en su conformación con base en creencias, alejada de la evidencia formal.

Es con ese contexto que la violencia psicológica-emocional ocurre en cualquier parte del mundo y en todas las circunstancias sociales. No hay un perfil sociodemográfico concreto para el individuo que la ejerce ni para quien la sufre. No existe una relación causal entre un pasado de violencia y la violencia actual. En otras palabras, generalmente las agresiones son llevadas a cabo por personas normales, sin un diagnóstico de trastorno mental. Igualmente, en la mayoría de los casos no hay provocación por parte de quien sufre la agresión. Paralelamente, se trata de un fenómeno extendido y que puede ser tan grave como la violencia física.

¿UN ACTO PLANEADO?

La mayoría de los involucrados en el fenómeno, por ejercerlo o sufrirlo, lo viven conscientemente como algo normal a lo que necesitan someterse porque “así es la vida”. Con ello contribuyen a diseminar la conducta y a perpetuarla, a comprenderla y hasta defenderla.

La violencia de esta naturaleza se presenta con diversas modalidades: amenazas, comentarios irónicos o satíricos, burlas, desprecios, discriminaciones, chantajes, hostigamientos, acosos, maltratos, hostilidades; ello a través de palabras, sonidos, gestos, volúmenes y tonos de voz, posturas corporales, mensajes escritos, textos anónimos, silencios, clima psicológico, tanto directos como indirectos. Un abanico tan amplio de opciones y combinaciones permite esconder la agresión en medio de las formas aceptadas y ‘adecuadas’ para la convivencia en los diferentes espacios de la vida humana. La situación puede llegar al extremo de sustentarse en la buena voluntad, en el deseo de ayudar y en “el gran cariño que te tengo”.

Cualquier escenario puede convertirse en la excusa perfecta para desencadenar este tipo de violencia. Un factor común a todas ellas es la diferencia: en el ingreso económico o el bagaje educativo de las parejas; en el nivel socioeconómico de las familias de origen; en el ejercicio de la vida social y de la diversión individuales entre los novios o esposos; en la calidad y la eficiencia del trabajo desempeñado por los empleados de una empresa; en la talla, el peso o la figura de alguien con respecto al ideal de belleza corporal vigente o a la mejor condición de salud; en el comportamiento de un sujeto al compararlo con el estereotipo social para su género, edad, profesión o prestigio; en el nivel de aprovechamiento, disciplina o de reconocimiento escolares; en las preferencias declaradas o vividas por los padres acerca de sus hijos.

Sin embargo, no es tanto que se planee ejercerla. Lo diferente, asumido como un hecho atípico, llama la atención y provoca sentimientos paradójicos en donde se combinan emociones positivas (admiración y alegría) y negativas (envidia y enojo). Así sucede con tres grupos básicos de personas: brillantes y atractivas, vulnerables y depresivas, y eficaces y trabajadoras. En el ser humano, es mayor la probabilidad de que predomine lo negativo en lugar de lo positivo, lo que tiende a convertirse en un caldo de cultivo para la violencia psicológica-emocional.

Sus consecuencias son destructivas para los involucrados (agresor y víctima) y para el ambiente donde se produce el hecho. Entre las más graves figuran: una disminución de la productividad (entendida como el resultado del ejercicio laboral, familiar, conyugal o social), los sentimientos de incompetencia (con una baja en los niveles de autoestima y un incremento en la probabilidad de la autoagresión) y la desesperanza aprendida (derivada de una agresión continua y de baja intensidad). La derivación más nefasta es la muerte, por enfermedad o por suicidio.

PARA PONERLE FRENO

La tarea de extinguir la violencia en la sociedad y la familia es responsabilidad de todos sus miembros, iniciando con el reconocimiento de las conductas asociadas con el maltrato psicológico-emocional en todos los ámbitos para que cada individuo, desde la infancia, aprenda a identificar esa condición y la entienda como algo no saludable. Esto es importante debido al sigilo y al camuflaje con que habitualmente se manifiesta. La prevención continúa en el testimonio de vida que permita un contagio positivo en todos los ámbitos de la vida y desde todos los referentes: padres, hermanos, amigos, compañeros y colaboradores. Promover la calidad de vida e incrementar el nivel de sus indicadores es una ruta segura para conseguir el bienestar. Se consolida en la denuncia de lo violento ante las instancias correspondientes, de acuerdo al escenario donde ocurra, asociada al buen ejercicio de la autoridad (desde los padres de familia hasta el mando superior en el trabajo, o incluso los juzgados). Todo en un contexto de confianza, servicio y humanidad.

El reconocimiento formal y práctico de la equidad entre las personas y la promoción de la igualdad de oportunidades (educativas, laborales y de acceso a los servicios de salud), contribuyen a la construcción de ambientes saludables en las comunidades, previniendo así que la violencia psicológica-emocional aparezca y se estacione en ellas.

Correo-e: JuanManuel.Torres@lag.uia.mx

Fuentes: Nuevo mapa de los mitos sobre la violencia de género en el siglo XXI, Bosch, E., & Ferrer, V. A. (Psicothema, 2012); Técnicas gerenciales efectivas para reducir el maltrato psicológico, los problemas, sus consecuencias y la violencia en el trabajo, Castro, M. I., & Sánchez, J. A. (Oikos, 2009).

Me opongo a la violencia, porque cuando parece causar el bien éste sólo es temporal y el mal que causa es permanente.

Mahatma Gandhi, político indio (1869-1948)

Al río que todo lo arranca lo llaman violento, pero nadie llama violento al lecho que lo oprime.

Bertolt Brecht, dramaturgo alemán (1898-1956)

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