Vislumbrar las desgracias
Ser adivinador y futurista es una profesión muy pobre, ya nadie cree en las profecías, el caos está presente y el futuro pues ya lo estamos viviendo. El reloj de la tecnología avanza a razón aritmética, mientras los valores y rasgos éticos y humanos retroceden a la velocidad geométrica. Los instrumentos de la sociedad siguen siendo nobles, la mayoría aun predica la buena voluntad, sin embargo los distractores (políticos, televisión, noticias tamizadas, crimen y corrupción) son el peor engaño para el pueblo. Esto incluye la actual educación al menos en el país, que ni forma, tampoco informa y por ello se convierte casi en un trastorno social, porque no logra el fin que persigue: transformar. En México perdimos la originalidad, aquella que garante sacaba adelante a la familia, al pueblo y hasta el orgullo de ser mexicano. Ahora la indiferencia y diferir imperan en los grandes proyectos de nación, reformas siempre polémicas y condenadas al olvido o peor aún, abortadas y malparidas por los grupos de poder con el lastimoso síntoma de ser un país perdedor, metido siempre en el círculo de la desesperanza, que también forma parte del crisol humano.
Como muchas naciones México tuvo sus años de esplendor en la política, en la cultura, en la sociedad misma; paraísos y paisajes, ciencias y letras. De pronto todo el territorio se vio sometido a la ley de fugacidad y el sosiego, se nos fue cual si fuera agua en las manos abiertas. En estos tiempos canallas que nos toca vivir revolotean como aves de mal agüero (lugar común que me aventé) advertencias de nuestra mañosa clase política, el rompecabezas del narco, la dependencia extranjera en comida, tecnología, trabajo y capital de procedencia muy dudable, incluyendo el pirataje de miles de objetos comercializados, sin olvidar el sistema recaudatorio y peor aún, etiquetas y formas autoritarios, caciquiles, dictatoriales, que le quitan a la sociedad y al ciudadano en particular el derecho de elegir a su representantes; es decir al condenado a la horca hasta el derecho de pataleo le está prohibido. La sociedad envuelta en la vorágine de violencia también perdió la capacidad de asombro, ahora es miedo, terror, se fue el escepticismo y dejamos de confiar en la memoria, somos o emulamos a unas simples caricaturas ridículas cuando de quejarnos se trata.
Nuestro país, joven aún, de pronto se convierte en un veloz mercuriano y en su alocada carrera vamos hacia la aniquilación misma, nos olvidamos de las circunstancias y casualidades de las que los mexicanos estamos hechos, labrados, forjados y aunque sumidos en el surrealismo nuestra idiosincrasia ya está trastocada. La clase política que manda aquí y los ajustes que día a día hace, están llevando a la república al caos; la brújula extraviada, los referentes nulos y ni siquiera hay estrellas en el cielo nublado. Y aunque el pasado sigue vigente, el futuro ya pasó y el presente es el presagio que tiñe el destino testamentario en el que estamos inmersos.
Estamos encallados en una monocultura del dinero y la simpleza y ésta estimula las inclinaciones más rudimentarias para creer, para que la gente se consuele a sí misma y se sienta bien, mientras más de 30 millones de miserables de esta nación vasta en recursos se quejan y viven al borde del acantilado. Así como también en contraparte el júbilo al estilo hitleriano se enlaza perfectamente en las pocas familias políticas y poderosas dueñas de vidas y almas del país.
Los mexicanos ya no tenemos memoria, dejamos que otros la tomaran y aunque los pobres sólo teníamos recuerdos, éstos también se difuminaron como poco a poco se disipa la esperanza; y cuidado, porque cuando nos quedemos sin ella estaremos perdiendo el rumbo y pronto, muy pronto, si no despertamos vamos a llorar como mujeres lo que no supimos defender como hombres.
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