En el recuento de Navidad, es inevitable pensar en los que ya no están con nosotros. Pero en esta ocasión recordamos a nuestros padres, porque ellos vivieron para nosotros.
Eran aquellos otros tiempos, ni mejores ni peores que los actuales, simplemente otros tiempos, en los que el padre era el proveedor del hogar y la madre se dedicaba a la crianza de los hijos.
Pero si el padre daba un paso fuera de casa, era para procurar el bienestar de los hijos. Aún en los días de asueto (sobre todo los domingos), pensaba en ellos cuando temprano se levantaba e iba a La Alianza a comprar frutas o barbacoa o menudo; y regresaba a casa para levantar a todos y pedirles que acudieran a la mesa que recién había puesto para ellos.
Se quitaban la comida de la boca para dárnosla a nosotros. Mi madre prescindió de la servidumbre con tal de completar para pagar las mensualidades del colegio. Cualquier sacrificio era poco por el bienestar de sus hijos.
Con qué paciencia cuidaban nuestro aliño personal; y no se quejaban si tenían que remendar cien veces las rodillas de los pantalones, pero de ninguna forma debíamos andar con ellos rotos.
En los cumpleaños, preparaban los platillos preferidos del cumpleañero, aunque cenáramos en casa los mismos de siempre, pero había que hacer sentir que era una fecha especial.
Nunca olvidaré la ensalada de atún, que era mi preferida y mi pie de limón, de postre, como nunca los he vuelto a probar.
Recordar a los viejos es recordar una especie extinta, porque luego la vida cambió y se complicó de tal manera, que, ahora, los dos padres tienen que trabajar y dejan a los hijos en guarderías o al cuidado de nanas, que aunque los atiendan bien, nunca será lo mismo.
Y a propósito de esa afirmación de "viejos", probablemente cuando todo esto sucedía, ellos no eran más grandes de lo que ahora somos nosotros. Pero, los veíamos "viejitos"; y nosotros no nos sentimos así ahora.
Pero: ¿qué tenían ellos que ahora se da poco? Vocación para ser padres y estar dispuestos a sacrificarse, aunque supieran que los hijos somos ingratos por naturaleza y si bien dos padres pueden atender a diez hijos, muchas veces diez hijos son incapaces de atender a dos padres en la vejez.
Porque en nuestra ingrata sociedad, los viejos estorban, molestan o incomodan, aunque hayan dado la vida por nosotros y nosotros lo sepamos.
Lo que somos ahora se lo debemos a ellos y a nadie más. A veces a los dos, otras al padre o la madre, pero se lo debemos a ellos.
Ya quisiéramos ser la mitad de buenos con nuestros hijos, de lo que ellos fueron con nosotros.
Hay por ahí una poesía hermosa debida a la pluma de Francisco Luis Bernárdez, que se llama: "Para recordar", en la que se habla de los padres y que incluye los dos párrafos que a continuación transcribo:
"Porque después de todo he comprobado,
Que no se goza bien de lo gozado,
Sino después de haberlo padecido.
Porque después de todo he comprendido,
Por lo que el árbol tiene de florido,
Vive de lo que tiene sepultado".
Lo que ahora somos nosotros es gracias a esas "raíces" que permanecen sepultadas en tierra santa; y que un día dieron frutos que supieron cuidar con amor y esmero, para que después fuéramos hombres y mujeres de bien.
Gracias debemos dar a nuestros padres, donde quiera que se encuentren; y si aún están aquí, corre a abrazarlos, cuando todavía puedes estrecharlos contra tu pecho.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su Mano".