¿Vivimos, soñamos o habitamos un mundo virtual?
Es posible que la realidad no sea lo que pensamos. Las últimas explicaciones científicas sobre el cosmos parecerían argumentos de una novela de ciencia ficción, pero eso no descartaría el hecho de que resultaran verdaderas.
En el cuento “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” de Jorge Luis Borges, el narrador -quien es un Borges ficcionalizado- describe las filosofías de la región imaginaria llamada Tlön. Dice: “Una de las escuelas de Tlön llega a negar el tiempo: razona que el presente es indefinido, que el futuro no tiene realidad sino como esperanza presente, que el pasado no tiene realidad sino como recuerdo presente”.
Luego, se incluye una nota al pie de página sobre las ideas del filósofo Bertrand Russell: “Russell (The Analysis of Mind, 1921, página 159) supone que el planeta ha sido creado hace pocos minutos, provisto de una humanidad que «recuerda» un pasado ilusorio”. Ni Borges ni Russell son los primeros en sentir y proponer que la realidad es insostenible por sí misma, que tiene un orden muy parecido al de los sueños y los recuerdos. Ya lo habían dicho los filósofos idealistas, desde Platón hasta George Berkeley. Lo interesante es que ahora también lo digan los científicos. A continuación se presentan algunos razonamientos que han llevado a físicos y cosmólogos a una conclusión parecida a la de Russell.
DEL CAOS AL AJUSTE PERFECTO
De las formas vivas de la Tierra, los seres humanos somos los más intrigantes. Somos los únicos seres que razonamos sobre nuestro propio origen. El universo, por medio de nuestro raciocinio, ha llegado a contemplarse a sí mismo. Los científicos arguyen que esta capacidad es consecuencia de un comportamiento esperado de la materia y no de un deseo ulterior de un creador que nos hizo con un propósito.
Somos el resultado de una serie de leyes físicas que transformaron los elementos y nos dieron forma a través de la evolución, y así, como por arte del caos y el azar, llegamos a existir en este planeta, además de entender con el tiempo casi todos los misterios del universo, desde su origen hasta su estado actual.
No obstante, algunos cosmólogos proponen que estas leyes de la física han interactuado con un arreglo perfecto y, en consecuencia, la vida ha podido ser posible y, como derivación, nuestra existencia. Un cambio en estas leyes -por ejemplo, una variación en el valor de la ley de gravedad- hubiera dado otros resultados, o más bien no habría permitido el surgimiento del universo tal como lo encontramos después del big bang y, así, tampoco nosotros existiríamos. De esta manera, se puede pensar que alguien ajustó las leyes de la física para que nosotros llegáramos a ser. A esta idea se le ha llamado el argumento del ajuste fino (the fine-tuning design argument).
NO UNO, SINO MÚLTIPLES UNIVERSOS
Por otra parte, los científicos han encontrado una explicación que elimina la necesidad de un gran diseñador o ajustador. Pensemos por un instante: si nuestro planeta es parte de un sistema solar, y dentro de nuestra galaxia existen miles de millones de sistemas solares, y en el universo existen billones de galaxias, ¿no sería lógico pensar que también nuestro universo es parte de una serie de universos que surgieron de su propio big bang? Si es así, cada universo podría tener sus propias leyes con sus propios valores establecidos, diferentes a los de nuestro universo.
Podría existir una serie infinita de universos, tantos como variaciones se pudieran dar. Nosotros vivimos en el universo donde los valores de las leyes de la física están finamente ajustados, pero hay universos donde esto no ocurrió. Esta nueva visión ha propuesto cambios en el lenguaje, y en lugar de decir «universo» tendríamos que decir «multiverso» para describir la existencia de universos paralelos, según el cosmólogo Martin Rees.
Es aquí donde las propuestas científicas parecen rozar los límites de la ficción. ¿Cómo aceptar la existencia de múltiples universos si nunca podremos accederlos o siquiera poderlos ver? Es posible pensar que lo único que buscan los científicos es no aceptar la posible existencia de un gran mecánico del cosmos. Es posible también preguntarnos ¿por qué entonces, aunque el universo funciona como un reloj puntual y es propicio para el surgimiento de la vida -está hecho para que podamos existir- no hay pruebas que demuestren nuestra excepcionalidad, el valor de nuestra existencia? ¿Cuál es el propósito de nuestra vida racional en la vastedad de los cielos?
No tenemos más pruebas que nuestra propia inteligencia -o presencia- y quizá es por eso que, desde tiempos ancestrales, la realidad ha parecido algo así como un sueño que sólo nosotros percibimos y que no podemos compartir. No hay testigo externo -asequible- que valide nuestra existencia.
LA REALIDAD PUEDE SER ALGO MÁS
Algunas religiones proponen la fe como solución al problema de la existencia humana. Somos criaturas de un hacedor, y no es sino hasta después de la muerte cuando hallaremos certidumbre. Por otro lado, los científicos han propuesto algo parecido, aunque con variaciones considerables. Es aquí cuando las reflexiones de Russell y Borges entran en escena otra vez. No tenemos más que el presente para confirmar nuestra existencia. Lo que ha pasado es imposible de penetrar. El pasado podría ser el inserto narrativo que alguien más ha colocado en nuestra memoria. ¿Quién podría, con pruebas en mano, afirmar lo contrario? Pero, ¿qué tal si no sólo el pasado sino también el presente resulta ser un sueño?
No obstante, seamos o no los únicos seres racionales en el planeta, no podemos descartar la existencia de seres más inteligentes que nosotros en el universo; seres superavanzados tecnológicamente que se han desarrollado durante millones de años, incluso antes del big bang. Seres que han desarrollado biotecnología y programas computacionales tan complejos que han llegado a emular la complejidad de la realidad. Tal como propone Rees, cabría preguntarnos: ¿no somos nosotros un producto de esa civilización y vivimos en un mundo que no es el mundo sino la simulación del mundo? Al fin y al cabo, eso era lo que Borges anunciaba al final de “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, cuando dice que el mundo será Tlön, un mundo imaginado que empezó en el mismo mundo.
Nick Bostrom, profesor de la Universidad de Oxford, ha propuesto la hipótesis de que el mundo es una simulación (the simulation argument). Pero no deberíamos imaginar a los seres humanos atrapados en máquinas para producir energía, tal como lo presentaba la saga fílmica Matrix; Bostrom propone la simulación como una realidad literal y no sólo como una metáfora.
Esta explicación del universo coincide con explicaciones dogmáticas, aunque con inflexiones radicales: vivimos en una simulación virtual diseñada por un ser (o comunidad) que conoce las leyes de la física y sus valores ajustados para la vida en una supercomputadora; sin embargo, la existencia de este ser (o comunidad) no puede comprobarse: no hay manera de hacerlo en este mundo que él/ella (o comunidad) diseñó. No podemos negar que ésta es una de las reglas más importantes del juego de la vida: la imposibilidad de comprobar la existencia de ese ser al que podríamos llamar «Dios». No es posible comprobar su existencia porque quizá él/ella (o comunidad) así lo estableció (establecieron) como regla fundamental.
Las anteriores son propuestas serias por parte de los grupos científicos, aunque estén muy cercanas a nuestras nociones de ficción. Pero, ¿no es la realidad una gran ficción, una extraña narración de hechos insólitos? Para respondernos basta contemplar el relato que nos hemos creado de nosotros mismos: somos un grupo de seres que habitamos un planeta lleno de trazas de eras pasadas y extintas; un planeta que gira alrededor de una estrella, la cual pertenece a una galaxia, perdida entre billones de galaxias.
Y todo esto fue creado hace más de catorce billones de años en una gran explosión. ¿Qué hubo antes? ¿Qué habrá después? ¿Por qué no podemos alcanzar la certidumbre de lo real y comprobar nuestra existencia sin un testigo externo? ¿No está entre lo más fantástico -y estimulante- que nos podríamos preguntar?
Twitter: @fernofabio
OBRAS RECOMENDADAS
Jorge Luis Borges, Ficciones (1956). Nick Bostrom, Anthropic Bias: Observation Selection Effects in Science and Philosophy (Studies in Philosophy) (2010). http://www.nickbostrom.com/. Bernard Carr, Ed., Universe or Multiverse? (2007). What We Still Don't Know, Channel 4 (2004). Neil A. Manson, Ed., God and Design: The Teleological Argument and Modern Science (2003). Bertrand Russell, The Analisis of Mind (1921).