Intervención a la obra El grito, de Edvard Munch.
El del arte es uno de los ámbitos más desairados en México, país en donde un mayor número de habitantes prefiere ver una telenovela que asistir a una exposición; gastar el dinero en comer en la calle o beber cerveza antes que pagar por un boleto de teatro. Más allá de la mala reputación que esa tendencia puede ocasionar a la nación, lo lamentable es todo aquello que se pierde cuando la población está integrada por individuos cuya sensibilidad y aptitud crítica penden de un delgado hilo.
No tiene ni qué esforzarse para recordarlo: todavía se hacen bromas a costa de la pifia cometida en diciembre de 2011 por el entonces candidato a la presidencia Enrique Peña Nieto, cuando en plena Feria Internacional del Libro de Guadalajara no pudo nombrar correctamente el título de tres volúmenes que hubieran marcado su vida. A la fecha nadie tiene empacho en reírse del asunto, a pesar de que la mayoría de los mexicanos podría verse en el mismo aprieto. Al menos esa es la conclusión a la que nos permiten llegar las deprimentes estadísticas de lectura: la media entre quienes leen es de 2.9 libros al año (cifra de por sí baja), y más preocupante resulta que alrededor del 70 por ciento de la población mexicana no lee ni uno solo al año. La falta de acceso a ejemplares no debería ser una excusa para ello pues es bien sabido que en todo el país se tienen bibliotecas públicas, sin embargo éstas son mínimamente frecuentadas e incluso hay gente que nunca ha entrado a una: más del 40 por ciento de los mexicanos.
Además la literatura no es el único campo del arte con escaso poder de convocatoria. Así como a las presentaciones de libros acude un puñado de personas (salvo que el autor sea una celebridad), las exposiciones de fotografía y pintura son mínimamente visitadas, su mayor concurrencia se ve en la fecha de inauguración y no es un secreto que parte de ella va sólo para aparecer en la fotografía que circulará en el periódico del día siguiente.
A las obras de teatro mayormente asisten los familiares y amigos de los actores; la excepción son los montajes protagonizados por los galanes de la televisión. En las ciudades que poseen orquesta propia los conciertos de música clásica se realizan casi siempre en foros semivacíos, aun si anuncian en su programa la presencia de prestigiosos directores o solistas. Los recitales ofrecidos por las compañías internacionales de danza tienen un poco más de suerte pero aun así es difícil que llenen las salas que las reciben, a pesar de que el costo de las entradas es asequible.
Y esto sucede en todo el territorio nacional. Si en una reunión usted pregunta cuántos conocen los museos locales (que son gratuitos o tienen costos simbólicos), lo más probable es que no sea el caso de ninguno pues en gran medida quienes van a este tipo de recintos lo hacen sólo en otras ciudades o países, en plan turístico.
Por ello resulta más incongruente escuchar lamentos por “la poca oferta artística en México” cuando evidentemente oferta hay, lo que falta es público.
Lo que quizá debe analizarse es la repercusión que tendrá esa deplorable tendencia a relegar el arte. Es erróneo pensar que las más afectadas son las instituciones oficiales o los artistas. Las consecuencias son a nivel individual y colectivo, y rebasan por mucho el contexto cultural. Dicho sea de paso, numerosas personas utilizan ese término (cultura) como sinónimo de arte. Y en efecto el arte es un elemento de la cultura pero ésta abarca educación, tradiciones, idioma, creencias, hábitos y más. Su definición es explícita: Conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico. / Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etcétera.
SEMILLAS DE APATÍA
En México hay una indiferencia generalizada hacia el arte. Es obvio que quienes enfrentan condiciones de pobreza extrema tienen otras prioridades; no obstante muchas personas que viven con relativo o franco desahogo económico se escudan en que “la lucha por la subsistencia” los satura y agota al punto de no tener tiempo para leer o acercarse a funciones de danza, el teatro, la música clásica. Esto no tendría por qué ser una justificación, pues en otros países las jornadas son igualmente absorbentes y aun así la gente asiste a ese tipo de eventos.
Según psicólogos y sociólogos un detonante de la apatía es la ‘razón comodín’: desinformación. Afirman que lo natural es que el ser humano disfrute el contacto con el arte y por lo tanto lo lógico sería que siempre lo incluyera en su agenda. Bajo ese criterio, si alguien no lo hace es porque ignora las alternativas que hay al alcance. Esta sería la situación de un porcentaje significativo de la población. No obstante, en ese mismo contexto se observa que el desapego tiene un origen más íntimo, pues quien realmente disfruta esta clase de expresiones, las busca.
Por ello se cree que en la mayor parte de los casos, el origen de este fenómeno se remonta a la infancia. Las personas repiten lo que ven en casa. Si los papás hablan de teatro, música, literatura y demás, es más probable que sus hijos se sientan atraídos por esas manifestaciones. Igualmente es de esperarse que haya indiferencia en quienes no notan esta inclinación en sus padres o incluso atestiguan rechazo, si los escuchan decir que la ópera es aburrida o el ballet es cosa de gays.
También en esta etapa influye la falta de una verdadera educación artística en las escuelas. Por lo menos en el sector público el arte es un rubro que se tiene desatendido por completo: “No brindan ningún apoyo al respecto. Les parece más práctico enseñarte a sumar y restar que poesía o solfeo”, señala el periodista y dramaturgo Daniel Barrón. Y no se refiere a que las escuelas deban tratar de descubrir un artista en cada niño, simplemente años de experiencia evidencian que quienes tienen acceso a clases que estimulen su sentido artístico, son más receptivos.
La socióloga y escritora Cristina Rivera Garza coincide en que nuestro sistema escolar no facilita el diálogo de la población con el arte, partiendo de que “la educación en México tiene al menos 20 años en estado de sitio: por un lado la destrucción masiva de todo el ejercicio educativo que ha significado el gordillismo y por otra una educación privada a la que le interesa la productividad y nunca el ejercicio crítico que se ejerce desde las humanidades”.
Desentrañando el “no me gusta”
Cierto que en gustos se rompen géneros y por lo tanto de entrada puede concebirse como legítimo que alguien no se interese en el arte (fenómeno que, por cierto, no es exclusivo de México).
Cristina Rivera Garza comenta que en el caso de muchas comunidades en el país, el desapego hacia las expresiones artísticas se justifica porque lo que les presentan no tiene una relación con el contexto en el que viven. “Nuestro entorno es lo que nos va a apasionar, a hacernos formar parte de un diálogo. Mientras no investiguemos qué es lo que la gente ya produce, no habrá una conexión orgánica”.
Pero aun entre los millones de personas que tienen y han tenido acceso al arte, se da la apatía y en ese caso no se aprecia como una cuestión de preferencias. “El desinterés es una carencia. La sensibilidad artística es parte de una forma de percibir al mundo mucho más solidaria y compasiva de lo que estamos viviendo hoy”, indica la Doctora en Sociología Gilda Waldman, catedrática de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.
En el mismo contexto Daniel Barrón considera que la gente tiene derecho a no sentir afición por lo artístico: “Para mí sería muy válido si alguien dice ‘no me interesa... porque me interesa la Biología o la Química’; es decir, se puede aceptar (el desinterés) siempre y cuando haya otras cosas que llenen. El problema es si alguien te dice ‘no me importa el arte porque tengo a Chespirito’; si eso es lo que te está alimentando moralmente, algo está mal”.
Existe otro argumento empleado para no frecuentar las manifestaciones creativas: el precio de los boletos. No obstante, la gama de eventos de carácter gratuito es amplia, y en aquellos con costo, éste suele ser menor a lo que se puede gastar en golosinas o salidas al cine. Según cifras de 2011, México es un país donde alrededor de 11 millones de personas dedican un promedio de 20 pesos diarios a cigarros y 1,600 pesos anuales a refrescos; en contraste más del 70 por ciento de la población no compra libros ni paga por ir a conciertos, danza o teatro.
Miguel Canseco, artista visual y psicólogo, atribuye esto a una relación de costo-beneficio: “Si cuesta 100 pesos ir a escuchar una sinfonía que no entiendes, te parecerán un millón. Si cobran 300 por la entrada a un espectáculo que sabes te divertirá enormidades, te va a parecer más barato”. De esta manera, la postura frente al importe de los boletos para eventos artísticos es muy subjetiva.
¿Elitista?
Algunos dicen que prefieren no acercarse al arte porque es elitista. Históricamente se tiene esa creencia porque en todo el mundo el arte se producía para agradar a la realeza, a gobernantes y otros personajes influyentes. Por lo tanto sólo unos cuantos tenían el privilegio de disfrutarlo. Y aunque hace tiempo se quebró esa barrera varios de los círculos en los cuales se exhibe perpetúan ese concepto de exclusividad. Como tanta gente desdeña las manifestaciones artísticas, en el sentido estricto del término es una élite quien se inclina por él. Pero las creaciones están ahí, son las personas quienes eligen excluirse o no por un concepto arcaico.
Mención aparte merecen los individuos que en plan solitario o en grupo buscan hacer de las actividades artísticas un acto de autopublicidad. Gente que únicamente acude a exposiciones y conciertos con el objetivo de ser vista o tener un tema de conversación en el club al día siguiente. Individuos que, en efecto, hacen lo posible por convertir el arte en un espacio vip al que sólo podrían acceder unos cuantos elegidos. Aun así Daniel Barrón indica que estos sujetos no representan un problema pues lo usual es que vayan a eventos organizados por otros de su mismo círculo, digamos a muestras de bodegones pintados por la compañera del gimnasio, montadas en galerías de algún familiar.
UNA ESTÉTICA ÉTICA
Mantener una distancia con este componente trascendental de la cultura puede traer repercusiones que rebasan perderse de una buena obra o un excelso concierto. No fomentar la inclinación por lo artístico desde la infancia, impide que la educación sea integral.
Miguel Canseco explica que la formación académica impartida en México se centra en el desarrollo del lado más operativo de la persona, pero hay otro aspecto que no es tan preciso: el de las emociones, saber transmitirlas. Si los papás dan a su hijo la oportunidad de trabajar con las sensaciones ambiguas que sólo pueden exteriorizarse a través de la creatividad, le permitirán generar un lenguaje que lo orientará a ser un excelente receptor del arte.
Desarrollar interés por una o más disciplinas acarrea beneficios de gran magnitud. Quien goza de las expresiones artísticas se vuelve notoriamente más sensible y no nada más a lo estético sino a su entorno, pues la sensibilidad se traslada a la vida diaria. “Además del lenguaje numérico y verbal hay otro que es de lo indefinido, del misterio, que te facilita hablar de asuntos tabú como el sexo o la muerte. Es el lenguaje del arte. En la medida en que lo asimilas te ganas otra vida, aquella donde puedes compartir con los demás las dudas para las cuales no alcanzan las palabras sencillas”, señala Canseco.
Desde luego, esto es lo que sucede en circunstancias ideales. Que lo estético se transforme en ético es una de las mayores aspiraciones de cualquiera que se desenvuelve en el área de gestión cultural. Dado que el contacto con el arte ayuda a expresar y asimilar sensaciones y pensamientos es de esperarse que igualmente convierta al individuo en una mejor persona, un mejor ciudadano. Pero hay excepciones: “Recordemos a la Alemania nazi, vivía obsesionada con productos artísticos como la ópera o la pintura pero distaba mucho de una perspectiva humanística”, acota el también grabador.
Intelecto que gana o pierde
Renunciar a las expresiones artísticas implica perder. Desde la Psicología se ha observado que todo lo que uno ve y escucha es lenguaje y conforme nos relacionamos con el mundo ese lenguaje se amplía. En la medida en que alguien puede contemplar y conectarse a diversas creaciones su universo se expande y le permite entrar en una dimensión mucho más amplia en toda clase de posibilidades.
Los procesos mentales también se benefician de este acercamiento. La Doctora en Psicología Isabel Reyes Lagunes, profesora emérita de la Facultad de Psicología de la UNAM, explica que al ver una pintura, por ejemplo, el espectador busca un significado y de esta manera su mente comienza un proceso de abstracción. Asimismo la capacidad de expresión se ve estimulada, porque ante una obra (lienzo, coreografía, sinfonía, etcétera) intenta enunciar qué comunica.
Al escuchar música no sólo actúa el oído, al ver una pintura no sólo interviene la vista. También entra en juego la imaginación y se establecen asociaciones a través de lo que denominan ‘neuronas espejo’, es decir, se establece un vínculo emocional de tal manera que por ejemplo al leer una tragedia o una escena trepidante, ésta se va recreando en el cerebro. Los psicólogos señalan que por ello una pieza musical puede conmovernos al punto del estremecimiento, el escalofrío o el llanto; leer o presenciar una obra teatral nos llega a desatar la misma risa o desencanto que una vivencia personal.
Por otro lado, la memoria es altamente estimulada por la interacción con las manifestaciones creativas; por eso se recuerda una pieza escuchada en tal o cual lugar, el autor de un óleo visto hace una década y así sucesivamente.
Leer para sobrevivir
Daniel Barrón enfatiza las bondades específicas de la lectura que al adoptarse como hábito reditúa mucho más que entretenimiento. “Los libros son una especie de memoria colectiva, gracias a ellos no es necesario que cometas los mismos errores que Edipo, Ana Karenina, Emma Bovary. Leer sus historias te impide cometer esas equivocaciones”. E insiste en que la gran literatura tiene la facultad de aportar al lector un bagaje que de otro modo no alcanzaría a reunir en toda su existencia. Puede ser muy útil porque “el ser humano no cambia; el amor, la tristeza, ya los sentían en el siglo XVII y aún los sentimos. Leer te ayuda a sobrevivir, abundan los ejemplos: si uno de tus padres acaba de morir, el luto de mil personajes literarios te puede enseñar a afrontarlo de una manera completamente distinta, evitar que te sientas perdido”.
Imposible no mencionar un par de ganancias que quizá parezcan obvias pero muchos desconocen: quienes leen con regularidad incrementan su vocabulario, mejoran en ortografía y optimizan su habilidad comunicativa.
SOCIEDAD CON DÉFICIT
¿En qué benefician las manifestaciones creativas a la sociedad? En un artículo reciente, el español Daniel G. Andújar, vicepresidente de la Asociación de Artistas Visuales de Cataluña, resume: La producción, recepción y disfrute del arte mejora la capacidad creadora de las personas, acompaña su formación, ilustra su inteligencia, contribuye a generar recursos simbólicos o formales y a renovar los lenguajes expresivos, incrementa el patrimonio común, impulsa el desarrollo económico y activa procesos de innovación y experimentación social.
Las expresiones artísticas afianzan las estructuras simbólicas que ayudan a la sociedad reconocerse. Actúan como un sentido de identidad y espejo. Son un alimento para la psique, un estímulo que contribuye a adquirir madurez. Si en lo individual no accedemos a ese perfeccionamiento, las consecuencias alcanzarán al entorno. Sin un cultivo de lo artístico la gente se vuelve más concreta, menos abstracta, y esto obstaculiza el adecuado crecimiento de las comunidades.
Tener contacto con los frutos del talento artístico favorece la capacidad de análisis. Si los integrantes de una colectividad adquieren esa facultad, el beneficio es para todos así como su carencia afecta a todos. De ahí la afirmación de que la falta de fomento al arte en algunos países es una maniobra intencional de sus gobiernos, un afán de frenar tanto como sea posible el surgimiento de una conciencia crítica en sus habitantes. “No lo acercan a la gente porque no quieren que aprenda cosas distintas; no quieren que sepa cómo vivieron en otras épocas y civilizaciones, ni que conozca una vida diferente a lo que promueven en la televisión”, dice Barrón.
Quien no lee, por ejemplo, no posee herramientas para entender al resto de los seres humanos (más allá de sus círculos más próximos). La amplitud de pensamiento que se construye gracias al continuo roce con los movimientos artísticos vuelve difícil no cuestionar todo lo que acontece alrededor. Alguien cultivado en este sentido no es fácil de engañar por un sistema corrupto.
EL ARTE DE LAS APARIENCIAS
Aunque se proclama que los funcionarios públicos de cualquier nivel son empleados de la ciudadanía, en la práctica a ningún gobierno le gusta rendir cuentas. Por eso tiene sentido concluir que si bien en varios países se dice lo contrario, en la práctica la intención es que sus habitantes no se involucren con el arte. Muchos coinciden en que tal es el caso de México y esto se evidencia en que tratándose de ajustes presupuestales, el recurso destinado a cultura (de donde se alimenta el arte) es el primero en recortarse. Apenas el pasado diciembre causó revuelo en el gremio de los creadores la noticia de que el actual gobierno federal presentó un presupuesto de egresos que redujo en un 25.13 por ciento la partida asignada a este sector. La ‘justificación’ en estos casos (habituales en todos los niveles de la administración gubernamental) suele ser que el dinero se redirigirá a programas prioritarios. Pero como resalta Daniel Barrón: “Si dijeran que van a suspender al Conaculta o al INBA no sé cuántos millones pero con ese dinero van a dar de comer a los rarámuris, me parecería un buen negocio. El problema es que despojan del recurso a cultura y lo gastan en un avión, en pagar sueldos de gente que no va a trabajar, en burocracia”.
Además, en contraste con la supuesta austeridad, año con año las ciudades atestiguan que municipios y estados derrochan millones de pesos en eventos de corte populista, desde bailes con la banda o el cantante grupero o pop del momento hasta los ya célebres conciertos masivos del Distrito Federal. Las sumas empleadas por el gobierno capitalino para los shows de Britney Spears, Justin Bieber, Paul McCartney y otros, se han mantenido en secreto, mas resulta lógico pensar en cifras estratosféricas por concepto de honorarios, transporte, escenarios, equipo de sonido, electricidad y seguridad.
No se demerita que miles de personas se deleitan con tales eventos; sin embargo, hay quien compara la comida chatarra (la cual se saborea pero perjudica a la salud) con esta clase de espectáculos, que aportan diversión momentánea y por su carácter complaciente promueven el conformismo resumido en la frase “pan y circo”: si el gobierno provee las distracciones, la nación no cuestiona nada, ni siquiera de dónde se pagó ese entretenimiento.
Desde la perspectiva oficial, es muy clara la consigna: una obra de teatro, la visita de un buen escritor conocido (digamos un Nobel y no un autor de libros de superación personal) o un concierto con la Sinfónica Nacional, no llenan un estadio... y en política lo que cuenta es reunir multitudes. Para lograr una respuesta masiva tendrían que trabajar previamente y no basándose en campañas mediáticas sino con educación. Si se toman en cuenta ejemplos como los conciertos que Arvö Part ofreció el año pasado en foros atestados, puede deducirse que no es misión imposible.
UNA META: CULTIVARTE
Que más personas se acerquen a la oferta artística no es algo que vaya a ocurrir por sí solo ni tampoco es una labor exclusiva del gobierno. Evidentemente su colaboración resulta indispensable. Pero lo primero sería determinar cómo el Estado puede facilitar el acceso a un arte sin imponerlo, sobre todo porque a menudo lo que se promueve oficialmente es seleccionado por criterios de índole comercial, no por su calidad, y mucho menos es capaz de generar una conexión con el público.
El arte apropiado para cada persona es aquel que la incita a establecer un diálogo y además ofrece una multiplicidad de lenguajes y lecturas. A menudo se comete el error de pensar en el espectador como un cliente, cuando en realidad su papel es el de un coautor al apropiarse de lo que ve, cuestionarlo e interpretarlo, lo cual completa el ciclo de una obra.
Tener cerca una serie de creaciones no garantiza que todo arte vaya a seducir a sus observadores, mas sí lo propicia, pues en definitiva no se puede apreciar lo que no se conoce. “La clave es que la gente lo sienta como opción, la mayoría realmente no la tiene; hay poblaciones con necesidades apremiantes que te dejan devastado y si no cuentan con pavimento ni una biblioteca, menos puedes esperar que dispongan de un lugar para escuchar música o ver teatro”, indica Miguel Canseco.
Los artistas juegan a su vez un papel trascendental para que la gente se sienta atraída o no por lo que hacen. En los últimos años se ha vuelto evidente que muchos prefieren llamar la atención, a generar obras con propuesta y sustancia. En el mismo renglón Cristina Rivera Garza advierte que la tendencia es ‘echar la culpa’ al otro. “Se afirma: ‘la gente no entiende o no está preparada, si supiera lo bueno que es esto o aquello vendría’; pero tendríamos que ser un poco más autocríticos”. Y ejemplifica con la lectura: cierto que casi no se leen libros en México, pero incontables individuos sí leen: no se pierden las revistas de chismes. No se trataría de planear la generación de más adeptos emulando las formas ni el contenido de tales lecturas “pero sí de ver qué estamos haciendo, desde qué punto de vista, y cómo nos involucramos o no con los lectores”, dice la escritora.
Aunque a cualquier edad es posible iniciar el contacto con el arte y beneficiarse de él, hay quienes señalan como lo fundamental aproximarlo a los niños que cursan primaria o secundaria, justo en la esencia de su formación; sólo así es factible la aspiración a construir una sociedad integrada por adultos críticos, capaces de comprenderse a sí mismos y entender su entorno con mayor precisión.
En el terreno individual la tarea es más sencilla: será suficiente con incluir en la agenda alguno de los diversos eventos artísticos que seguramente están al alcance (y de paso, programar una excursión a la librería). Mejor aún si la elección es en una vertiente que todavía no se conoce, pues así se comprobará que cualquiera de ellas alberga suficiente fascinación como para transformar al más apático en un incurable adicto al arte.
Fuentes: Licenciado en Letras Inglesas Daniel Barrón, dramaturgo, editor y periodista, conductor de los programas Arte afuera y Homozapping en Rompeviento.tv; Doctora en Historia Latinoamericana Cristina Rivera Garza, escritora y catedrática; Licenciado en Psicología Miguel Canseco, artista plástico y coordinador de Artes Visuales de la Secretaría de Cultura de Coahuila; Doctora en Psicología Isabel Reyes Lagunes, profesora emérita de la Facultad de Psicología de la UNAM; Doctora en Sociología Gilda Waldman, profesora Titular “C” de licenciatura y posgrado en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM; Encuesta Nacional de Hábitos, Prácticas y Consumo Culturales (Conaculta, 2010); El Universal; CNN en español; plataforma de debate Horizontes del Arte en España; Animal Político.