No es sorpresa que las semifinales de la Confederaciones sean Brasil contra Uruguay y España ante Italia. No es sorpresa que México haya perdido sus dos primeros juegos y haya sido eliminado. Tampoco sorprende que la nota más llamativa del Tricolor sea por un tema que nada tiene que ver con futbol. Y que la afición local (cuando su equipo no juega) se incline por el rival débil, tampoco es nuevo.
Tahití se ganó el respeto del público de casa y la simpatía de muchos por tratarse de un equipo con un solo jugador profesional. Esta selección fue la representante de Oceanía y obtuvo el derecho a participar al conquistar su torneo continental (¿cómo estarían los demás equipos?).
Ante España, Uruguay y Nigeria poco pudieron hacer (un gol a favor a cambio de 24 en contra), pero al final de su tercer partido los tahitianos celebraron. Vistieron sus espaldas con la bandera brasileña, mostraron su agradecimiento en un mensaje, intercambiaron playeras con figuras como Luis Suárez o Diego Forlán.
Los tahitianos "no se agüitaron", como diríamos algunos.
Sabían de sus carencias y aún así se plantaron en el campo contra el campeón del mundo, el de África y el cuarto lugar del planeta. Se dieron el lujo, incluso, de poner a un portero diferente en cada juego. En el primero celebraron su única anotación como si lo hubieran ganado todo. En el segundo, su portero tuvo dos buenas atajadas y festejó un penal estrellado en el poste. En el colofón, el guardameta paró un penal; Tahití entregó el corazón y seguramente aprendió una gran lección.
Mientras los nuestros (mexicanos que se dicen profesionales) siguen dando notas de prostíbulos (como si no tuvieran el dinero para vacacionar). Parece que la alegría de jugar al futbol para ellos ha quedado en el olvido y prefieren dejar todo lo que han ganado en cualquier fácil salida.
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