Existe por ahí cierta pintura cuya autoría corresponde al gran Oswaldo Guayasamín, artista ecuatoriano de excepción, que data de los años setenta del siglo veinte. En ella aparece Luis Echeverría Álvarez, uno de los gobernantes de más triste memoria que haya visto nuestro país, hoy enclaustrado, senil y al borde de la demencia. No ha muerto, dicen, pues sus demonios no lo dejan.
"Noto que lo pintó usted sin anteojos, la expresión dura, triangular, casi temible. No lo reconocí, se trata de un Luis totalmente distinto", cuestionaba a Guayasamín Julio Scherer García, exdirector de Excélsior y posteriormente del semanario Proceso. "Los anteojos son superficiales, el alma es como es", respondió Don Oswaldo.
Me remonto a aquellos años que la escritora Manú Dornbierer bautiza como la "Docena Trágica", 1970-1982, pues el día de ayer la organización"Wikileaks", hizo de las suyas de nuevo y filtró un cable diplomático desclasificado que presumiblemente habría sido escrito un mes después de las elecciones presidenciales de 1976, en las que José López Portillo resulta vencedor. Bueno, decir que "venció" es un despropósito al haber sido candidato único.
"Crecen los rumores de que el presidente Echeverría estaría planeando el asesinato del gobernante electo López Portillo, para extender su propio período de mandato", se lee en un cable enviado por el entonces embajador de Estados Unidos en México, Joseph John Jova, a Henry Kissinger, titular del Departamento de Estado durante las administraciones de Richard Nixon y, posteriormente, de Gerald Ford.
Sin embargo, el problema con "Wikileaks" y el estilo periodístico que caracteriza a su fundador, Julian Assange, es que la mayoría de los documentos que han sacado a la luz pública, se basa en trascendidos, rumores, especulaciones de terceras personas, chismes y la reconstrucción de hechos históricos a través de ópticas y una visión un tanto sesgada de las cosas.
Sin menoscabar la labor de Assange -héroe para algunos, villano según otros- al hablar de datos duros y verdades absolutas, éstos brillan por su ausencia desde el nacimiento de la organización. Tan es así, querido lector, que el cable que hace referencia a Luis Echeverría y las presuntas intenciones de asesinar a López Portillo, se titula "Pensando lo Impensable", y finaliza diciendo lo siguiente: "En este reporte hemos dado rienda suelta a la imaginación especulativa. No tenemos, repito, ninguna razón concreta para creer que este escenario esté en el horizonte. Pero la insistencia de los rumores nos lleva a, por lo menos, pensar en lo impensable y compartirlo con el Departamento de Estado".
Tal y como lo consigna José López Portillo en "Mis Tiempos", su biografía y testimonio político escrito en dos tomos y a lo largo de mil cuatrocientas páginas de barroca y difícil lectura, la amistad con Echeverría se remonta desde sus mocedades; ambos emprenden un largo periplo por Sudamérica y Don Pepe, incluso, fungió como testigo del matrimonio civil entre Echeverría y María Esther Zuno.
Durante años dejarían de frecuentarse hasta que López Portillo incursiona en la política y en lo que sería una meteórica carrera por pasillos burocráticos, cuando en 1976 se convierte en Presidente de México gracias a la voluntad y los caprichos del "gran elector", su amigo Don Luis.
La presunta intención de Echeverría de asesinar al candidato y perpetuarse en el poder, de ser cierta, no me sorprendería dado que a lo largo de la historia de México desde el virreinato hasta nuestros días, casos así se cuentan por montones. Y es que en política, como en pocos sitios, la lealtad se acomoda a conveniencia, dura menos que el canto de un gallo, y no respeta vínculos familiares, ni de amistad o negocios. En aras de preservarse y sobrevivir, muchos venderían hasta a su propia madre, cual Judas.
¿Que si creo a Luis Echeverría, hoy de 91 años, capaz? No lo sé, sin embargo, sus acciones lo delatan y no en balde se le apoda "el gran simulador". ¿Habrá sido cierto o lo asentado por Wikileaks es otro rumor infundado?
Nunca lo sabremos. Por allá en un coto de la calle de Magnolia en San Jerónimo, emblemático barrio de la Ciudad de México, Luis Echeverría Álvarez guarda silencio y esconde un cúmulo de secretos que habrá de llevarse consigo cuando muera. Así, sin admisión de culpas o como alguna vez afirmó el historiador Daniel Cossío Villegas: "He conocido a hombres falsos…y a Echeverría".
Twitter @patoloquasto
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