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Woody Allen ayer y hoy

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Woody Allen ayer y hoy

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Fernando Ramírez Guzmán

En poco más de 30 películas dirigidas Woody Allen ha recorrido diversos momentos creativos a través de los cuales se construye la personalísima ideología que lo sigue distinguiendo. A lo largo de 44 años ha dejado claro tener vocación para comunicar historias mediante un cine siempre dotado de un humor capaz de seducir a las audiencias más disímiles.

No tengo miedo a morir. Simplemente no quiero estar presente cuando eso suceda.

Woody Allen

Indiscutible icono cultural de Occidente, Allan Stewart Königsberg moldeó su talento ejercitando una innata capacidad para idear chistes y desde los 16 años la puso al servicio de los diarios neoyorquinos de la época.

Dos personajes determinantes en su carrera cinematográfica serían Jack Rollins y Charles Joffe, amigos y futuros socios quienes encontraron una pequeña casa productora de reciente fundación, Palomar Pictures, la única compañía que accedió a las pretensiones artísticas que demandaban Allen, Rollins y Joffe. Palomar Pictures asumió un riesgo poco común en la industria del celuloide: dar absoluto control a un director debutante.

ANTE TODO, EL GAG

En los prolegómenos de su carrera como realizador, las obras de Woody Allen se caracterizaron por ser comedias con historias rudimentarias que encuentran su fortaleza en una serie de viñetas donde la acumulación de gags, en el mejor estilo de los hermanos Marx, les da su peculiar toque. Tal fue el caso de Robó, huyó y lo pescaron (Take the Money and Run, 1969), la cual tuvo una buena recepción. Gracias a ello la casa United Artist le ofreció un contrato por tres cintas, mayor presupuesto para hacerlas, un 50 por ciento de ganancias netas y total libertad a partir de que la idea del filme fuera aprobada.

Emplearía la misma receta, aunque con mayor producción, en sus siguientes largometrajes: La locura está de moda (Bananas, 1971), disparatada sátira a la condición de la realidad de guerrilla y caudillismo en Latinoamérica; Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y no se atrevió a preguntar (Everything You Always Wanted to Know About Sex * But Were Afraid to Ask, 1972), desigual película episódica; y El dormilón (Sleeper, 1973) de ambientación futurista, con música interpretada por la banda de jazz del también actor y guionista.

La construcción del arquetípico personaje perdedor, temeroso, balbuceante, y la historia de amor casi nunca correspondido, fueron los pilares fundamentales sobre los cuales el neoyorquino cimentó su trabajo. Sin embargo, aún no había desarrollado la fórmula que lo distinguiría, el sello por el cual hoy se le imita.

LA IMPORTANCIA DE SER WOODY

La última noche de Boris Grushenko (Love and Death, 1975) fue la cinta bisagra entre su fase debut y su etapa de consolidación. En ella sigue dependiendo, aunque en menor medida, de la broma en los diálogos y del chiste visual, introduciendo un humor más intelectualizado así como referencias literarias, cinematográficas y filosóficas (Sartre, Camus).

Vino enseguida Annie Hall (1977), parteaguas dentro de su abultada y desigual filmografía. En una entrevista posterior a su estreno, Allen comentó: “Fue un enorme giro para mí, dejé de payasear y tuve el coraje de abandonar la seguridad que me daba la comedia burda. Me dije: voy a tratar de hacer una película más profunda y que sea chistosa de una manera distinta”.

Annie Hall mantiene la estructura de gags de sus predecesoras, pero analiza de forma más seria las relaciones de pareja. Supuso un pequeño cambio de registro para Woody y sus compañeros de profesión se rindieron ante esta manifestación de madurez, que determinó el inicio de una carrera digna de la atención internacional.

A partir de este largometraje las historias de amor de Allen se revelaron más intensas y dramáticas. Los conflictos de pareja, de insatisfacción sexual o de los traumas de la infancia, pasaron a primer plano. Mientras la estructura temporal lejos de la linealidad lo situó en consonancia con un cine moderno y de cierto aire europeo.

El humor siguió presente, si bien más psicológico y refinado, y desechó la base de efectos cómicos visuales para limitarse a las mil y una réplicas de Allen, muchas de ellas memorables. El éxito en taquilla y la aclamación de la crítica, sumadas a la obtención de cuatro premios Óscar, le dieron margen para experimentar con un cine reflexivo, de autor.

En Interiores (Interiors, 1978), drama de notoria influencia bergmaniana, el también dramaturgo reflexiona sobre la muerte, planteamientos existenciales y de comunicación interpersonal; afligido por el acento solemne y un ligero tufo de pretensión, el resultado acaba por incomodar. Después de todo la geografía no miente: Suecia y Nueva York terminan siendo muy distantes entre sí.

En cambio con Manhattan (1979), además de rendir culto a su urbe predilecta, Allen retomó la senda que tan buenos dividendos y seguidores le valió. Se convirtió en su mayor éxito comercial y a la par en la obra que lo dejó más a disgusto, pues a pesar del éxito obtenido él no quedó satisfecho con el resultado.

Los ochenta trajeron la consolidación de Woody. Apelando a la nostalgia, a la presencia de Mia Farrow y a la casa productora neoyorquina Orion, sus cintas adquirieron un tono más mordaz. El gag crudo cedió ante la ironía y el sarcasmo oscuro y certero. Se dio tiempo para continuar incursionando con otros géneros y experimentar con nuevos derroteros en su lenguaje cinematográfico.

La añoranza de los momentos de su infancia y sus inicios como comediante, la admiración por el musical de Broadway, por el cine de la época dorada de Hollywood, la influencia del expresionismo alemán, el desencanto del matrimonio, el reconocimiento del sexo femenino en la sociedad, fueron temas de sus películas en este periodo: Días de radio (Radio Days, 1987), Broadway Danny Rose (1984), La rosa púrpura del Cairo (The Purple Rose of Cairo, 1985), Hannah y sus hermanas (Hannah and her Sisters, 1986), Zelig (1983), Crímenes y pecados (Crimes and Misdemeanors, 1989); justo en esta última agrega dos obsesiones recurrentes: el crimen y la culpa.

CAMBIO DE REGISTRO

La siguiente década supuso para este director un capítulo enmarcado por el desenfreno y la anarquía. Lo fantástico e irreal que ocasionalmente se asomaba en su obra, se volvió una constante. Esos años estuvieron signados por la ruptura con Mia Farrow y la consiguiente campaña de descrédito y juicios sobre sus creaciones y su vida personal. Igualmente vino el fin de su paso por Orion y el inicio de una alianza con Columbia.

El resultado: un cine posmoderno con el que en primera instancia parece recostarse en el diván y compartir su propio psicoanálisis para adentrarse desde su vivencia en los conflictos del matrimonio, como el caso de Alice (1990) y Maridos y esposas (Husbands and Wifes, 1992), en donde concluye que el tiempo desgasta la relación y mata la pasión.

Mientras que Misterioso asesinato en Manhattan (Manhattan Murder Mystery, 1993) y Balas sobre Nueva York (Bullets Over Broadway, 1994) le supusieron un exaltado ascenso en el prestigio crítico y una bocanada de aire fresco en su filmografía. Un nuevo brío que sólo se extendió hasta en el musical Todos dicen que te amo (Everyone Says I Love You, 1996) y Los enredos de Harry (Deconstructing Harry, 1997), en la cual revisa y recopila sus anteriores filmes en medio de un tono lóbrego, se mira al espejo y narra sus defectos y perversiones; quizá la última gran película rodada por él hasta hoy.

LA DISYUNTIVA

El siglo XXI supuso un viraje para el nativo de Brooklyn. Su precaria situación y la cada vez menor respuesta de la audiencia a su obra, lo movieron a buscar otra productora. La solución vino de la mano de Steven Spielberg y sus asociados en Dreamworks. Así, con ese sello, Allen tuvo que ceder y dar concesiones artísticas, decantándose por comedias de alcance familiar.

Como resultado del corsé creativo que le fue impuesto, los primeros largometrajes de esta etapa resultaron descafeinados, pasteurizados y homogeneizados. Hablamos de un cine bien elaborado, pulcro, pero carente de sustancia, como se aprecia en Pícaros ladrones (Small Time Crooks, 2000), El beso del escorpión (The Curse of the Jade Scorpion, 2001), El ciego (Hollywood Ending, 2002) y Muero por ti (Anything Else, 2003).

Para fortuna de sus seguidores, con su tríptico londinense La provocación (Match Point, 2005), Amor y muerte (Scoop, 2006) y Los inquebrantables (Cassandra’s Dream, 2007), Woody recobró bríos y arremetió en la fase actual, que le ha valido el aprecio de la crítica.

Con Vicky Cristina Barcelona (2008), Medianoche en París (Midnight in París, 2011) y De Roma con amor (To Rome With Love, 2012) no nada más confiere a las ciudades un papel determinante de protagonistas, sino que las toma como un lienzo sobre el cual plasma nuevas historias, aborda diferentes géneros con mayor maestría y transmite el dominio de un dilatado lenguaje fílmico.

Por todo esto y lo que falta, el Woody Allen de ayer y hoy, más que un cineasta es un patrimonio cultural de la humanidad.

Correo-e: ladoscuro73@yahoo.com.mx

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