Hace exactamente 48 días, el Doctor Miguel Angel Mancera -"#mm" para los cuates en Twitter- asumió la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México con una ceremonia a la que llegó tarde a la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, sin interesarse por escuchar los posicionamientos de la oposición, y con un ritual de aplausómetro posterior en el Auditorio Nacional en el que, una hora y media después de convocar a sus invitados, presentó a los hombres y mujeres que lo acompañaron en el arranque de su gestión.
Después de esos dos eventos en diciembre pasado, Mancera parece haber desaparecido del radar.
Si a nivel federal el arranque del gobierno de Enrique Peña Nieto ha sido caracterizado por un exceso de la presencia mediática del priista, por llenar el vacío de las formas de sus predecesores, por presentar pactos y acuerdos que mandan el mensaje propagandístico de "hay nuevo presidente de México" "y las reglas cambian", el contraste no podría ser más evidente: el arranque de Miguel Ángel Mancera en la ciudad ha sido todo débil, sin mensajes claros, blandengue, sin agenda y hasta escurridizo.
De entrada porque Mancera arrancó su gestión con dos escándalos heredados que no ha sabido resolver. Por un lado, pese a haber sido procurador del Distrito Federal, Mancera no ha podido aclarar las detenciones arbitrarias y los abusos cometidos por la policía capitalina en torno a los hechos acontecidos el 1 de diciembre, durante la toma de posesión de Peña Nieto. No ha habido sanciones a policías que abusaron de su autoridad ni una disculpa a los detenidos de manera arbitraria.
Por el otro, la presión de un grupo pequeño -pero influyente- de ciudadanos chilangos por la polémica colocación de la estatua de un ex presidente-dictador de Azerbaiyán en Paseo de la Reforma ha provocado un conflicto mediático y casi diplomático para el gobierno del Distrito Federal. El error fue cometido en el gobierno de Ebrard, pero éste le dejó el camino libre a Mancera para solucionarlo con la creación de una comisión de tres notables para que le recomendaran qué hacer con la estatua. La recomendación no ha sido atendida por Mancera, pese a que la misma Secretaría de Relaciones Exteriores ya se lavó las manos y le dijo al jefe de Gobierno que haga lo que quiera con el nada diplomático embajador de Azerbaiyán.
Dos conflictos heredados que Mancera no ha sabido sortear, pero al margen de ellos hay dos temas propios en los que el nuevo alcalde capitalino también ha estado ausente.
Hasta apenas diciembre pasado había en los medios una percepción de la Ciudad de México como la "burbuja de seguridad" en el país. Pese a que todavía durante la gestión de Ebrard se dieron casos de cuerpos decapitados en Santa Fe, apenas a unas cuadras de la Ibero, o de cuerpos encontrados en cajuelas de autos, lo cierto es que la percepción era que la violencia estaba realmente fuera de la capital del país. Sin embargo, enero ha sido un mes violento en la Ciudad de México. Apenas el fin de semana del 11 al 13 de enero se presentaron 16 asesinatos en la capital. Ante las preguntas de los medios sobre si esos asesinatos estuvieron relacionados con el crimen organizado, un esquivo Mancera respondió una y otra vez a los medios que dirigieran sus preguntas al procurador.
Resulta irónico que el ex procurador que se ganó a los electores por su experiencia en torno a la seguridad, hoy delegue una simple respuesta a su gabinete, en lugar de mandar el mensaje de que quien gobierna es él y que como tal, el jefe de gobierno está al tanto de todo, como bien hacía Marcelo Ebrard.
Tal vez no haya mayor error cometido en el arranque de Mancera que el del absurdo de los perros "acusados" de asesinos en Iztapalapa. No hay realmente mucho más que comentar al respecto de este punto que parece sacado de una película surrealista de Buñuel o de un cuento de realismo mágico de Gabo, pero lo real y sin magia es que esa crisis debería significar una revisión a o un relevo de quien le lleve la comunicación al gobierno capitalino.
Mancera tuvo un triunfo electoral contundente el año pasado. Casi 44 puntos porcentuales de diferencia respecto a sus rivales del PRI y del PAN y un carro completo en la Asamblea Legislativa para el PRD y en las delegaciones, sin que nadie se escandalizara en la ciudad más progresista del país por tales números. Después de todo, Ebrard se fue con una buena aprobación y los chilangos en general estamos contentos con los 15 años de la izquierda gobernando.
Sin embargo, esos números de apoyo no se quedarán en piloto automático. El flamante jefe de gobierno metrosexual, quien cuida su imagen en gimnasios ejecutivos y con tratamientos cosméticos, debería empezar a cuidar la imagen de su administración mucho más.
A Mancera le urge aclararnos a los ciudadanos cuál es su agenda de gobierno, si se va a desmarcar de las tribus perredistas, especialmente las bejaranistas que chantajean en temas como los parquímetros, y demostrarnos que en efecto hay un nuevo jefe de gobierno. Mientras tanto, varios nos seguiremos preguntando ¿y dónde está Mancera?
Politólogo e Internacionalista
Twitter @genarolozano