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¿Y lo que tú quieres?

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En apariencia todos tenemos claro lo que queremos o no en una persona para formar con ella una pareja. Pero a menudo esos intereses parecieran desaparecer, pues terminamos con alguien opuesto. ¿Cambiamos de opinión fácilmente, o por qué cedemos en algo tan trascendental?

Innegablemente, a lo largo de la vida hombres y mujeres vamos construyendo una imagen de aquellas características que nos gustaría encontrar en una pareja para considerarla ideal. Más allá de lo físico, prefiguramos lo que queremos en lo emocional.

Por ejemplo, comúnmente se desean en el otro cualidades como la responsabilidad, la honestidad, la estabilidad, la fidelidad, la seguridad en sí mismo; la capacidad de ser detallista o de expresar cariño, el buen sentido del humor, entre otros.

Igualmente, se hace una ‘lista’ de lo que no se admitirá en un compañero: que sea adicto a una sustancia dañina, que sea violento, que sea celoso, y un etcétera de menor o mayor amplitud.

Aunque cada uno cree tener muy firmes ese tipo de ‘requisitos’ para una relación, con el paso del tiempo muchos se encuentran en un noviazgo o matrimonio con alguien que no posee las particularidades ambicionadas o más aún, tiene actitudes que les causan malestar o incomodidad. Es imposible que no lo detecten, pues no dejan de sentir y externar su molestia ante tal o cual gesto. No obstante, permanecen en esa relación. ¿A qué se debe que un individuo acepte quedarse junto a quien no cumple sus expectativas?

FINCANDO LAS PREFERENCIAS

Es durante la infancia que el ser humano establece lo que en Psicología se denomina relaciones primarias. La manera en que de niños nos vinculamos con padre y madre (objetos primarios), dictaminará en gran medida la forma en que al crecer manejamos las relaciones de pareja.

Es así que muchos tratan de repetir esos vínculos primarios a través de identificaciones; buscan en su ‘media naranja’ los rasgos que más valoraban en su padre o su madre.

Se dan también las contraidentificaciones, cuando el sujeto se dice: “No quiero estar con alguien que se comporte como mi mamá o mi papá”. Pero pese a tal aseveración, podría repetir el modelo aprendido.

¿MALA MEMORIA?

Aunque a simple vista pareciera que estas personas olvidan lo que siempre han afirmado buscar en una pareja, nada tiene que ver la memoria.

La Psicóloga Carolina Ramírez apunta que podemos sentir mucho amor, afecto y apreciación hacia una persona y creer que con eso será suficiente. “Pero sabemos que no basta, hay muchas condiciones que se tienen que dar para que ese vínculo pueda florecer”. La especialista advierte que de no ser así puede generarse lo que en Psicología se denomina codependencia. Esta condición se presenta cuando a pesar de que una relación resulta insatisfactoria y/o es frustrante porque no corresponde a lo que construimos en el ideal, permanecemos en ella porque sí cubre otras necesidades.

Otra posibilidad radica en el concepto que cada uno tiene acerca del amor. Se nos va educando bajo el precepto de que amar es igual a ‘tener que’ tolerar todo en la pareja. Sufrir, aguantar y sobrellevar lo que no nos agrada en alguien es parte de la visión judeocristiana del amor.

Es evidente que a la mayoría no le gusta siquiera imaginar una vida difícil, menos llevarla. Pero cuántos sujetos que alguna vez han pregonado que no les gusta la violencia o no toleraran a los adictos, terminan por vivir con quien les maltrata física o psicológicamente, o bien con alcohólico, por dar sólo dos ejemplos. A menudo, este tipo de elección se relaciona con el pensamiento inconsciente de “no voy a ser feliz”; al pensar de esta forma, la persona cae en lo que se llama profecía autocumplida, orienta sus acciones hacia el compañero(a) ‘inadecuado’ y se mantiene con él. La Psicóloga Ramírez advierte que si bien este tipo de conducta puede presentarse en ambos sexos, se da más en las mujeres.

¿ME QUEDO? ¿ME VOY?

¿Por qué quedarse con un individuo si ya se tiene detectado que ciertas características suyas son opuestas a lo que queremos en una pareja?

Con frecuencia entra en juego la autoestima. Gran parte de ella se construye a través de la mirada de los demás. Así, a incontables personas les resulta habitual pensar: “Si no estoy con alguien es porque no valgo”, y frente a esa creencia prefieren mantenerse en una relación insatisfactoria antes que arriesgarse a estar solos.

Y es que independientemente de la autoestima, el temor a no encontrar una pareja es muy común en los seres humanos. Ante la visión de la soledad como una amenaza, cualquier alternativa (aún la que nos hace sufrir) puede verse preferible. Al respecto, Carolina Ramírez explica que Erich Fromm hablaba del miedo a la soledad como un elemento muy importante, pues señalaba que “parte de nuestro proceso de libertad se centra en irnos desprendiendo de los objetos primarios y cuando esto ocurre genera una fuerte angustia”.

Aunque no lo parezca, para muchos quedarse con alguien opuesto a lo que dicen aspirar es un acto inconsciente. Pero una vez que la situación se tiene clara, debe evaluarse a fondo qué es lo que se desea para la vida de pareja. “Es fundamental que cada uno analice sus ‘cajas de Pandora’, que conozca sus partes vulnerables e identifique si está en una relación que no es saludable, armoniosa, que en suma impida su crecimiento”, advierte la Psicóloga Ramírez.

Si las características del compañero no son las anheladas, pero no dañan, el vínculo no tendría por qué ser nocivo. Pero si esos rasgos representan un malestar, si provocan frustración por no corresponder a lo que se quiere, entonces es poco saludable permanecer ahí y eventualmente lastimará no sólo a quien se siente decepcionado sino a todos los involucrados (su compañero y los hijos, si los hay). Una vez identificado que ese nexo es destructivo deben emprenderse acciones para desprenderse con el menor daño y la mayor ganancia posibles para todos, si es necesario con apoyo profesional.

Fuente: Licenciada en Psicología Carolina Ramírez.

YO QUIERO, ÉL/ELLA NO

Es común saber de parejas que al menos en apariencia mantienen una relación satisfactoria para ambos, que tal vez han pasado varios años juntas y sin embargo cada cierto tiempo sale a relucir un desacuerdo. Ejemplos comunes: dos personas que viven en unión libre a pesar de que la mujer siempre soñó con una boda y una luna de miel en un sitio paradisiaco. O también un matrimonio sin hijos del cual es bien sabido que ella no quiere ser mamá aunque él sí, tanto que se la pasa visitando a sus sobrinos, a los hijos de los amigos.

Puede ser que el amor compartido por estos individuos sea tan sólido que logre perdurar pese a esa notable diferencia en sus aspiraciones... siempre y cuando sea una decisión consciente. Es decir, es vital que se haya aceptado la unión libre sin esperar que el otro cambie de opinión en meses o años; o accedido a no ser papá sin aspirar a que un día ella diga “vamos a intentarlo”. Lo esencial es no decir “de acuerdo” mientras secretamente se anhela un cambio. Ceder pensando “más adelante lo convenzo” es poco honesto. Efectivamente el otro podría cambiar de opinión, pero es sólo una posibilidad y basar en ella la relación generará resentimientos y frustración.

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