La reforma educativa, centralizada en evaluar y elevar la calidad de la enseñanza, se diseñó en tiempos de Calderón. La soberbia oposición de Elba Esther llegó a extremos de afrenta con amenazas de parar en seco todo el sistema escolar de la nación. El golpe que Peña Nieto asestó a Elba Esther Gordillo fue la merecida respuesta.
El espectacular golpe que llevó hasta la cárcel a la lideresa plantea preguntas sobre qué más podemos esperar de un presidente que así abre su gestión. ¿Cuáles serían sus siguientes pasos y, más aún, qué clase de sexenio tiene intenciones Enrique Peña Nieto de recetarle a la comunidad nacional.
En sus primeros 100 días de administración el nuevo presidente impone su autoridad en el escenario político, empezando por su propio partido y luego impulsando un Pacto que doblega las voluntades de líderes. Se vence la trabazón legislativa que caracterizó la administración de Felipe Calderón.
Tras la nueva ley laboral, ahora esperamos que emerja la reforma energética, lista por cierto desde la administración de Calderón y que se destrabe Pemex, artrítico mamut presa de mitos y confusión. La reforma fiscal se nos promete para más adelante este año.
Parecería pues que por fin vienen los cambios que se necesitaban desde hace tiempo. A los grandes males grandes remedios y el clamor popular es que los grandes remedios se apliquen ya.
Algunos de esos remedios ya estaban preparados desde el gobierno de Calderón. Contra lo que afirman sus adversarios, hasta de su propio partido, Calderón tuvo claros aciertos en cuanto a su visión de las necesidades nacionales y su acción específica.
Desde luego, la prioridad que se asignó en el sexenio anterior a la guerra contra el crimen organizado fue la correcta y no se ha modificado. El presidente Peña Nieto lo ha reconocido al no retirar las tropas de las calles. Por el contrario, se refuerzan los soldados del ejército y los infantes de marina en las regiones que dependen de ellos para un mínimo de seguridad.
La propuesta de uniformar los mandos policiacos y de crear un cuerpo militarizado específico compuesto de varios miles de elementos bien entrenados ya está en marcha como lo propuso Calderón.
Peña Nieto desea perfilarse como líder de carácter bien templado. En su programa está restablecer la antigua fórmula partido-gobierno. El binomio se había roto desde antes de 2000 y se acabó de invalidar en los doce años panistas.
No se trata ahora de confirmar al Presidente de la República sólo como jefe indiscutido de su partido, como lo intentó Calderón, sino de hacer que el partido vuelva, como antes, a obedecer disciplinadamente, con todas sus fuerzas organizadas, al que ocupe la jefatura del gobierno federal.
Habrá tensiones dentro del PRI que se resistan a tal regreso, pero el gran público lo verá como natural y Peña Nieto tendrá la última palabra. A las mayorías se les dirá que el gobierno por fin gobierna.
El renovado binomio PRI-Gobierno significa una fuerza que, de no encontrarse con otras de calibre comparable, llevará al país a su propios conceptos y esquemas de desarrollo.
¿Podemos creer que, a la luz de sus antecedentes históricos y más que nada, ahora con los acuciantes problemas que aquejan a México desde todos los frentes, el social y el económico, el "nuevo" PRI, así encabezado, vaya a ofrecernos una administración equilibrada abiertamente democrática donde prevalezca la participación efectiva, no de publicitad, de la ciudadanía?
Es más probable, que nos espere un sexenio de decisiones dirigidas a consolidar, como lo hizo años antes, el papel rector del Estado cuyo única frontera se encuentre en las inteligencias y el vigor reunidos en el Congreso.
¿Nuestro electorado, compuesto de 115 millones de escépticos ciudadanos será capaz hacer valer su voto?
juliofelipefaesler@yahoo.com
