2014
Lo nuestro es mantenernos alertas para detectar el instante y decirle: “Detente, eres hermoso”.
“Detener la función, bajar el telón y revisar cuidadosamente la tramoya. Interrumpir la travesía y observar el navío suspendido en un dique seco para revisar las averías y arreglar las fisuras. Hacer un corte de caja para que el ir y venir de las mercancías y los centavos no nos confundan, hacer un paréntesis en la cegadora rutina de nuestros despertares, de nuestros pasos cotidianos, de la propia palabra que de tanto repetirse termina por no decir nada”.
A todo ciclo que comienza deberíamos ofrecerle el paréntesis que propone Federico Reyes Heroles (Memorial del mañana, editorial Taurus) para repensar la vida, para repensar el tiempo pasado y lo que hemos hecho con él, dado que lo que hacemos con nuestras horas es lo que hacemos con nuestra vida. Creo que vale la pena buscar con atención para encontrar los agujeros negros por donde se va nuestro tiempo.
Por mi parte, yo dedico las horas más frescas de la mañana para machacar letras en mi computadora y el resto lo invierto en discutir con mi Querubín y en deshacer los entuertos que organiza desde que está jubilado sin ningún júbilo. Leo todo lo que cae en mis manos y siempre tengo tiempo para mis pocas pero buenas amigas que me acompañan por el camino de la vida.
Viéndolo así, no creo que hayan sido muy graves mis desviaciones; sin embargo, basta con una pequeñísima en el sistema de navegación para que el vuelo de un avión que iba a Moscú, acabe aterrizando en Mazatlán. Yo aterricé en este 2014 preguntándome cómo fue que llegué hasta aquí con la sensación de que mañana los Santos Reyes van a dejarme un carbón.
¿Por qué siento que he perdido el rumbo? Tal vez porque me olvidé de rezar, de meditar, de abonar los momentos hermosos para que florecieran. No cabe duda que entre mi proyecto de vida y el intrascendente ajetreo en el que transcurre la mayor parte de mi tiempo, se ha abierto un hueco en mi alma. ¿En qué momento la mujer libre que quería arrojarse al mundo sin paracaídas, se dejó ganar por una cotidianidad que me ahoga entre espumas de detergente?
El pan y las cebollas nuestras de cada día me impiden llegar a la cita con la escribana que me he prometido ser. ¡Dios!, si no corrijo el rumbo, el año próximo los Santos Reyes no me dejarán ni el carbón. Sé que bastaría con disciplinarme un poco, pero odio la disciplina. Lo que me gusta es dejarme llevar a donde sopla el viento, aunque corra el riesgo de acabar abandonada en un rincón.
Creo que la única forma de que el tiempo discurra sin resbalar sobre la memoria, es estrenar cada mañana con la ilusión de que nos pasen cosas nuevas. Es exponernos a experiencias excitantes y a cambios imprevistos. Lo mejor que uno puede desear para un año que comienza son felices sobresaltos, deseos inconfesables y cualquier embrollo que nos impida caer en la monotonía, porque estoy convencida de que sólo se vive una vez, pero si se vive de verdad, con una vez basta.
Escribir o vivir, ése es el dilema. Se escribe con disciplina, sentado y en soledad. Horas nalga que no dejan lugar a la aventura. Y si no hay aventura, si uno no puede irse por el mundo para sentirlo, para mirarlo, para sufrirlo, entonces, ¿de qué se escribe? Claro que también uno se puede quedar quieto para pensar, para imaginar y crear, pero definitivamente no es lo mío. Yo necesito sentir el silbido del viento en los oídos, el ruido de las turbinas, la ansiedad de los aeropuertos.
Perdón, parece que de nuevo se me fueron las cabras al monte y me puse intensa cuando en realidad lo único que quiero en esta nota es expresar mi gratitud a los pacientísimos lectores y desearles un año lleno de playas soleadas, mañanas luminosas, buenas noticias y muchos, pero muchos, instantes hermosos y la capacidad de apreciarlos y retenerlos. ¡Feliz 2014!
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