Nos esperan tareas difíciles. Pasada la euforia del trabajo realizado en el Congreso por los partidos políticos que en alguna medida se sacudieron el haberse cuajado en la abusiva e inútil partidocracia con que habían terminado el año 2012.
En el curso de 2013, gracias a una conjunción de circunstancias, la menor de las cuales no fue la que volvía a Los Pinos el viejo partido hecho a su hegemonía de setenta años. El camino le quedaba abierto para que pudiera sumarse al reclamo popular de que por fin se superara la trabazón legislativa sin que por ello tener que apoyar al PAN o al PRD. El Pacto por México, firmado por los tres grandes líderes políticos y del que habrían de ausentarse alternativas ocasiones, sirvió de marco para que se aprobasen las reformas constitucionales que urgían al país.
El canasto de reformas constitucionales ha resultado un paraíso publicitario para el gobierno que despliega su triunfo como rotundo, pero que los observadores más acuciosos saben muy bien que es sólo el primer paso hacia la transformación del país en una comunidad moderna y eficiente.
Falta el trabajo detallado y desgastante de detallar las reformas y trasladarlas al primer piso de su operación.
Ello está por hacerse. De nueva cuenta la tarea corre a cargo del las cámaras legislativas cuya actual integración augura que las leyes secundarias serán más fáciles de pasar que las reformas sustanciales.
Mientras se realizan los trabajos para poner al día al aparato económico y situar a una parte de la sociedad a nivel de competencia internacional, no olvidemos que la materia aún angustiosamente pendiente sigue siendo la inseguridad, y que la otra parte de la sociedad mexicana gime gravemente dañada bajo la constante amenaza del crimen organizado.
Hay que regresar a los años de la Revolución de 1910 para encontrar un estado de inseguridad y violencia en las calles y plazas como la que hoy en día se vive en muchas regiones donde la autoridad pública simplemente no existe y la gente busca cómo recurrir la autoprotección, no contra alzados revolucionarios luchando por sus ideas, sino contra vulgares homicidas y secuestradores.
Bien entendido que la segunda pacificación nacional después de la Revolución está pendiente y por hacerse, iniciamos 2014 todavía completando la tarea de implementar las reformas, entre las cuales la de educación cobra la mayor relevancia y urgencia por ser el elemento central para empezar a construir una cultura nacional de tranquilidad y espíritu de trabajo que pueda desarrollarse en un clima de paz interna.
Ese gran esquema nacional de trabajo y respetuosa convivencia, no es responsabilidad del Congreso, por mucho que en sus comisiones y plenarias estén representados todos los sectores y niveles de la vida nacional, sino de cada uno de nosotros, de cada individuo y cada familia mexicana.
La democracia no es sólo un fenómeno electoral. Más que nunca es la activa participación ciudadana la que entra en juego ahora que se trata de aterrizar las reformas en leyes y reglamentos secundarios. Los representantes populares en las curules y los escaños deben reflejar la voluntad de sus electores al definir los detalles de las reformas que, de una manera u otra, fueron consensuadas y aprobadas. Pero la presencia ciudadana es la que garantiza que así sea.
La ciudadanía mexicana ha aprendido mucho en los últimos años y particularmente ahora en el curso de las discusiones que se realizaron en torno a las reformas en educación energía o estructuras políticas.
Esas lecciones no caerán en vacío. No se dude de ello. Tampoco los legisladores deben ignorar que se encuentran frente a un electorado mejor informado, vigilante y, si lo quiere ser, más exigente.
La coyuntura en que nos encontramos no es sencilla. Mucho menos grave, desde luego, que las que se experimentan en otros países atormentados por necesidades y escisiones que parecen imposibles e irreconciliables. Nosotros no tenemos por qué no superar la nuestra.
juliofelipefaesler@yahoo.com
