Un nuevo acuerdo comercial, esta vez con Panamá, se añadirá al elenco de 45 acuerdos comerciales bilaterales y regionales que hemos firmado en los últimos años. El anuncio es grato ya que refuerza nuestra solidaridad con Centroamérica, región que nos es tan cercana en todos los sentidos.
Hay quienes, sin embargo, no quieren que firmemos más acuerdos comerciales porque no hemos aprovechado los que ya existen. Tan es así, que en la mayoría de los acuerdos bilaterales suscritos sus saldos nos resulta son negativos. Pero este argumento genera confusiones ya que no explica que un acuerdo comercial bien articulado a la realidad productiva nacional que coincida con los programas de desarrollo general o regional que tengamos en marcha puede ser un valioso apoyo para impulsar toda nuestra economía.
Lo anterior supone, habría de reconocerlo, que el gobierno y los productores particulares se hubieran puesto de acuerdo en una gran acción concertada para promover sectores prioritarios, creadores de empleos. Los acuerdos bilaterales o regionales serían su poderoso complemento. Alentada así la producción, las aperturas negociadas a mercados extranjeros serían metódicamente aprovechadas por nuestros exportadores.
El papel de los acuerdos internacionales es el de ampliar con la demanda de mercados exteriores la nacional para que, sumadas, se justifiquen mayores escalas de producción y se abatan costos. Una vez aprobados los acuerdos por el Ejecutivo y el Senado, a los productores corresponde la tarea de aprovechar las oportunidades de exportación.
Otro caso es el de quienes no ven en las exportaciones más que la forma aumentar alcanzar metas de ventas sin importar si ello realmente contribuye a un desarrollo integral al país. La nacionalidad de los insumos o componentes de los productos exportados no les importa ya que, a su ver, lo que importa es elevar al máximo las cifras de exportación aunque se desperdicie el potencial productivo del sector en cuestión y la creación de empleos mucho más amplia.
Las ventas de más de 300,000 millones de dólares en 2013, no registran, en el cálculo más optimista, un contenido nacional promedio de 33% del su valor lo que significa que el resto es de importación temporal. La industria maquiladora admite que la incorporación de insumos nacionales en su exportación no llega siquiera a 5%.
Insistir en el mero criterio de ventas es despreciar el crucial papel del comercio exterior como creador de empleos, generador del poder de compra en el país que mantiene al país en activo. El nivel de ocupación que se alcanza vía el ensamble de partes extrajeras no alcanza el poder multiplicador que se lograría si se fabricaran las propias piezas que se ensamblan.
Es importante asegurar que los acuerdos comerciales respondan a un marco de referencia en que el gobierno provee las condiciones adecuadas para el desarrollo sea, a su vez, ejecutado por el empresa privada. Las metas de desarrollo deben ser claramente discutidas y consensuadas por las dos partes.
Una dinámica política de comercio exterior supone, por su parte, que la importación complemente la producción interna que proporcione salarios, favoreciendo el poder de compra propiciando el interés del consumidor con precios tan bajos como posible.
Es en este punto donde un comercio exterior sano intenta el difícil equilibrio entre la necesidad de mantener activa la industria nacional y proteger al consumidor. Será fuerte la tentación de abandonar la meta prioritaria de mantener niveles de empleo formal por aprovechar la oferta de productos importados que llegan a nuestros puertos a precios frecuentemente inferiores a nuestros costos de producción.
Sin ser casos de "dumping", en que el precio ofrecido en México es inferior al precio en el mercado del exportador, a veces el precio que se practica en nuestro mercado refleja los verdaderos costos en el país de origen, más bajos, que los costos que el productor mexicano cubre. Muchos de éstos son estructurales como electricidad, gas, agua, transportes y costos financieros.
El precio sorprendentemente bajo de algunos productos llegados de China, no es por el productor chino sino por los insumos baratos que su gobierno se ha cuidado en obtener mediante diversas maniobras comerciales u oficiales.
La proyectada instalación en Cancún del Dragon Mart, plataforma de exportadores chinos, hará que nuestras estructuras agrícola, agroindustrial y manufacturera de nuestro país mexicana sientan directamente los efectos inevitables de la imponente competencia china.
Muy grave el que las autoridades no hayan encontrado la forma de detener este desarrollo que se presenta inocentemente como inmobiliario, pero que conllevará consecuencias negativas para la producción mexicana en numerosos sectores como el textil, calzado, juguetero, acerero, plásticos.
Más serio aún el que se siga propiciando la entrada de China a México como vendedor de artículos que desplazan al nacional en lugar de poner como condición el que sus empresas se asocien con las nuestras para aumentar nuestra producción y, juntos, salir a la conquista de los mercados exteriores. Para eso sirven los acuerdos.
juliofelipefaesler@yahoo.com