La última vez que Su Majestad el Rey salió ante las cámaras de televisión fue el pasado lunes durante la celebración de La Pascua Militar.
Arrastraba sus piernas sobre sendas muletas por las diferentes operaciones de cadera. Sin embargo, las muletas para caminar no representaban sino el lastre que lleva arrastrando en los últimos años.
Don Juan Carlos ha pasado de ser el español más ejemplar a un hombre cuestionado a raíz de todos los casos de corrupción que han salpicado a los ambientes de la Casa Real.
Su grano enquistado no ha sido ni las enfermedades, ni las muletas; ni tan siquiera el inapropiado viaje a Botswana a la caza del elefante en plena crisis económica. No. El grano que ha ensuciado su imagen y la de su familia, es su yerno Iñaki Urdangarin. El antiguo jugador de balonmano se enriqueció de manera dudosa y salpicó a toda la familia real.
La opinión pública está cada vez más enojada. No solamente por esos negocios que realizó Urdangarin, sino porque tampoco lo necesitaba, desde el momento en que se casó con la hija del Rey.
Pero lo que le ha dado el rejón de muerte a la Casa Real, especialmente al Rey, ha sido la imputación de su hija, la infanta Cristina en los casos de las supuestas corrupciones en los negocios de su marido.
El juez Castro que estudia el caso le ha atribuido dos delitos: uno fiscal y otro de blanqueo de capitales.
La infanta Cristina, séptima en la sucesión a la Corona de España, tendrá que declarar el próximo 8 de marzo ante el juez en relación a los negocios de su marido.
Los delitos que se le imputan a la infanta son graves, incluso pueden conllevar prisión.
Por eso el Rey, en días recientes, estaba taciturno, cabizbajo. No creo que sea del agrado de un padre, ver a su hija declarar ante un juez; mucho más cuando es una posible sucesora a la Corona. Todo eso es comprensible.
Sin embargo, representa un ejemplo. Ahora que nadie en España cree en las instituciones empezando por la justicia, el hecho de que la infanta Cristina declare ante el juez en calidad de imputada y pueda sentarse en el banquillo de los acusados, no deja de ser un mensaje de que todos somos iguales ante la Ley.
Pero eso no es cierto. Aquí hay ciudadanos de primera y el resto. Los primeros están blindados; viven en su burbuja. Son los intocables. Los segundos, viven los avatares diarios a los que se enfrentan los ciudadanos españoles, muchas veces indefensos y sin recursos.
¿Cambiará algo el hecho de que la infanta pase por el banquillo de los acusados? Para empezar eso habrá que verlo, porque hasta ahora sólo hemos visto cómo Doña Cristina formaba parte de esa élite de "blindados". De todos modos, ¿qué pasa con el resto de los políticos que han cometido otros delitos?
Una purga es lo que necesitamos en este 2014 para acabar con el blindaje y la impunidad.
alberto.pelaezmontejos@gmail.com
@pelaez_alberto