El Consejo de Relaciones Internacionales, un foro norteamericano interdisciplinario independiente que reúne personalidades importantes presentó hace unos días su evaluación de la situación mundial junto a una nueva versión de una propuesta de integración que desde hace tiempo conocemos. Se trata de un ambicioso esquema más allá que el actual TLCAN, para articular los recursos económicos y sociales de Canadá, Estados Unidos y México. Esta fusión de esfuerzos podría hacer del Siglo XXI la "centuria norteamericana".
La propuesta es una vigorosa respuesta a la extrema gravedad del escenario internacional actual para la concordia mundial. Las guerras en el Medio Oriente, las inestabilidades de Asia Central que, por cierto, Estados Unidos acerbó, las guerras intestinas en África, la expansión del terrorismo con sus infames violaciones a todo derecho humano. A lo anterior habrá que añadir la irrupción del furioso extremismo islámico con ambición de dominio mundial.
La debilidad de respuesta del occidente a los criminales acontecimientos se explica por la coyuntura desventajosa en que Europa se encuentra por razón sus problemas económicos, agravados con intentos separatistas. Para Estados Unidos, con un presidente asediado internamente, el momento es aún más comprometedor por esperarse de él, la potencia política y miliar más importante del mundo, un liderazgo capaz de responder a esta colección de temibles retos.
El panorama es el más complejo de toda la historia. Prácticamente todos los países, con excepción de los latinoamericanos, se encuentran directamente comprometidos. La situación es más grave que la de los prolegómenos de las dos guerras mundiales que estallaron en el fatídico Siglo XX donde los enemigos se definían con claridad.
Hoy día la creciente presión demográfica agrava las carencias económicas y educativas de las mayorías que viven en extrema pobreza y sin perspectivas de ocupación digna. La ineficacia de las estrategias de desarrollo pone a debate la validez de los principios del sistema capitalista-liberal, que predomina en el mundo. Siguen, por otra parte, aumentando las inconformidades sociales en los países donde las brechas de reparto inequitativo de la riqueza son el detonador perenne de violencias que retan a las estructuras oficiales orillándolas a la represión.
Las incógnitas que China plantea no se dilucidan. Su peculiar sistema político y económico, "capitalismo el estilo comunista", ha dado triunfos impresionantes en términos de avances materiales, en servicios sociales, a costa de férreas disciplinas. Nadie sabe, mucho menos en la misma China, sus sorprendentes éxitos puedan mantener la cohesión y eficiencia frente a crecientes demandas populares de democratización, como las que en estos días se exhiben en Hong Kong.
Ante la dispersión de retos no se perfila un enemigo claro que permita diseñar una respuesta precisa al desorden que se extiende en feroces ataques a ciudades enteras con crímenes perpetrados por fanáticas intolerancias. La improvisada alianza político-militar que ahora los Estados Unidos ha logrado articular, asistido de la ONU, se presenta como la única esperanza de contener el asalto enderezado contra todos los principios de civilización occidental.
Ante el dramático embate del momento, los países latinoamericanos nos encontramos entregados a proseguir nuestros planes de desarrollo con las características que cada uno determine sin estar directamente comprometidos con alguno de los intereses en juego. La independencia ha sido la norma tal y como lo demuestran las diversas elecciones presidenciales en curso.
La propuesta anunciada por el Consejo de Relaciones Internacionales, de estrechar la integración y cooperación de los tres países norteamericanos, colocando a Norteamérica al centro de la política de Estados Unidos, y con ello hacer posible "conformar los asuntos mundiales por generaciones por venir" describe un proyecto expresamente diseñado para restituir la hegemonía norteamericana mundial que actualmente en Washington se percibe disminuida.
Ante esta invitación, la posición de México y de nuestros socios latinoamericanos debe ser la de cuidar nuestras potencialidades como países de vastos recursos culturales y materiales a fin de estar aptos para jugar cada quien su propio papel sin comprometer el sentido o rumbo de la colaboración internacional que opte por ofrecer. El que en cualquier momento que tal cooperación internacional sea requerida, debemos estar siempre prestos a ofrecerla sin comprometer nuestras independencias nacionales.
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