Antonio Muñoz Molina: preguntas ante la guerra
Las guerras conmueven al mundo, vidas en medio de la catástrofe, espíritus bombardeados, enfrentamientos y la incapacidad del hombre para negociar. Habrá que mirar el cielo para entender, mirar la sangre que consume la tierra.
La guerra como una fotografía que los colores abandonan y con ella, la felicidad, el asombro, el amor. Estos son los temas que aborda el libro La noche de los tiempos (Seix Barral, 2009) de Antonio Muñoz Molina (Úbeda, España, 1956).
Colaborador del periódico El País, Muñoz Molina, es un escritor que sabe mirar y, como un espía, aborda la guerra y la escribe en su cuaderno-agenda, o dicho con el término adecuado, dietario. El resultado de esta observación es un libro en donde Ignacio Abel, protagonista principal, se debate entre la catástrofe personal y las decisiones que debe tomar.
Antonio Muñoz Molina continúa la tradición de obras inspiradas en la Guerra Civil Española. Entre otras muchas, Por quién doblan las campanas de Ernest Hemingway, Un millón de muertos de José María Gironella y El corazón helado de Almudena Grandes. No obstante, su mirada va más allá. Sus novelas Ardor guerrero -título tomado del himno de la infantería española- (Alfaguara, 2006) y Sefarad (Alfaguara, 2009), abordan de lleno los grandes conflictos sociales y políticos del siglo XX.
El argumento: Ignacio Abel, formado en la escuela alemana de la Bauhaus, arquitecto de la Ciudad Universitaria de Madrid, casado, padre de dos hijos, se embarca en una relación amorosa con Judith Biely, joven norteamericana, y viaja de Madrid a Nueva York para reencontrarse con ella. Sin embargo, la guerra es el fondo verdadero de la historia.
Los rostros se desfiguran mientras se escuchan motores de aviones como eco de una tormenta lejana. España está a punto de vivir una de las batallas más despiadadas: desde el 17 de julio de 1936, fecha en que inicia la sublevación militar en el protectorado español de Marruecos, hasta el 28 de marzo de 1939, en que terminó la guerra con la entrada de las tropas del general Franco en Madrid.
La sociedad completa intervino y, de pronto, las caras conocidas se convirtieron en verdugos. Así lo dice Muñoz Molina, autor de entre otros libros de novelas, relatos, ensayos y diarios: El invierno en Lisboa (Seix Barral, 1987), El jinete polaco (Planeta Barcelona, 1991), Córdoba de los Omeyas (Planeta, 1991), La verdad de la ficción (Renacimiento, Sevilla, 1992), El viento de la Luna (Seix Barral, 2006) y Todo lo que era sólido (Seix Barral, 2013):
“En Madrid he visto transfigurarse de la noche a la mañana caras de personas a las que creía conocer desde siempre: convertirse en caras de verdugos, o de iluminados, o de animales fugitivos, o de reses llevadas sin resistencia al sacrificio; caras enteras ocupadas por bocas que gritan de euforia o pánico”.
Las fuerzas internacionales de izquierda apoyaron a los republicanos y formaron organizaciones militares, las famosas Brigadas Internacionales, que las ayudaron. Las derechas del mundo entero apoyaron a Franco, en particular la de Alemania nazi, y las de la Italia fascista. Lo que queda, independientemente de las clases sociales, del involucramiento de personas o grupos y la temporalidad, es mirar el rostro de quien está a punto de morir:
“Cómo es la cara de alguien a la luz de unos faros unos momentos antes de caer asesinado, o de caer malherido y agonizar retorciéndose hasta que le acerquen a la nuca la pistola del tiro de gracia. La muerte en Madrid es algunas veces una explosión súbita o un disparo”.
Ignacio Abel, desde el principio, vive la ensoñación de un amor que no es otra cosa que arrebato, y éste, responde al efecto de una sociedad herida. Se aleja de la familia, del proyecto político español y, para los estudiosos, se aleja de sí mismo. Vive una especie de exilio.
Personajes reales y ficticios (el profesor alemán Rossman y su hija, el americano Van Doren, Negrín, Moreno Villa, Bergamín y otros más) desfilan en una estructura de saltos temporales continuos. Los efectos de la guerra, que los psicólogos agrupan en tres momentos: la inseguridad frente al propio destino; la carencia de propósito y aun de sentido en lo que se tiene que hacer y la necesidad de vinculación o pertenencia personal a algún grupo, son palpables a través de un narrador omnisciente. Es Ignacio Abel quien renuncia a vivir en una patria destrozada, e intenta, por todos los medios, frenar el contacto con la realidad que ponga en conflicto a su propio yo. Definitivamente, no lo logra:
“Nada más sucedidas las cosas, desconectadas del presente, retroceden a toda velocidad hacia el pasado lejano: las últimas horas en casa a punto de ser abandonada, la salida de Madrid, el viaje por Francia a través de la noche, los seis días mirando el horizonte invariable del mar, los cuatro de espera casi inmóvil y la angustia creciente en Nueva York, las dos horas de tren de esta tarde a la orilla del Hudson”.
La guerra lo conduce sonámbulo, se despoja de su proyecto ambicioso de vida y, sólo a veces, vuelve la cara a sus hijos. El narrador se pregunta: “Qué verán sus hijos ahora si buscan en los álbumes tan cuidadosamente catalogados por su madre, la cara que no han visto en los últimos tres meses y no saben si volverán a ver, la que ya no es idéntica a la que ellos recuerdan. El padre huido, les aleccionarán, el desertor, el que prefirió irse al otro lado”.
Antonio Muñoz Molina, que estudió en las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia durante la infancia, y luego bachillerato en el Colegio Salesiano Santo Domingo Savio, y en el Instituto San Juan de la Cruz de Úbeda, para posteriormente seguir con historia del arte en la Universidad de Granada, y periodismo en la de Madrid, asume en el personaje de Ignacio Abel el papel de un refugiado más; reconoce que entre la vida y la muerte existían fronteras más nítidas, menos movedizas y debe echar raíces en una nueva cultura.
Judith Biely, figura como el personaje que lo anclará a la nueva realidad, catedrático en una de las tantas universidades de Estados Unidos, y contra el pronóstico del amor, la mujer se le escapa de las manos. Ella volverá a Madrid. El pasaje ocurre de la siguiente manera:
-No te vayas. Quédate conmigo.
-Ya tengo comprado el pasaje. El barco sale mañana de Nueva York. Vamos más de trescientos. Vendrán muchos más en los días siguientes. Por grupos, para no llamar la atención. Unos irán primero a Francia y otros a Inglaterra.
-Estarán cerradas las fronteras.
-Iremos por pasos de contrabandistas.
-No es una novela, Judith. No es una película de aventuras.
El desenlace de la novela es incierto. No sabemos si Ignacio Abel, unido o no a Judith en patria ajena, será un hombre de éxitos o fracasos. En cambio, las preguntas que formula Muñoz Molina, galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2013, se quedan clavadas en la piel del alma: luego de la destrucción de naciones enteras, arrasada la vida, sus historias, ¿existe la posibilidad de ser fuertes, de luchar por un equilibro justo entre las sociedades y aprehender la nueva realidad? La noche de los tiempos, es también un libro que cabe perfectamente en nuestro país; un país que vive y se duele ante otra de las formas de la guerra: el crimen organizado, la ineptitud de los gobiernos y nuestra plena apatía.
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