Tuvieron que pasar ocho años para que Paco Memo tuviera su momento glorioso. El joven portero del América que viajaba a Alemania con maletas cargadas de ilusiones, por fin pudo descargarlas en Brasil: dos Mundiales después.
Su primer partido en una Copa del Mundo transcurría con suma tranquilidad, al menos para él; el balón pasaba lejos de sus manos.
Y justo cuando se asomaba el final, en esos minutos que se está tan cerca y tan lejos de alcanzar el triunfo, Camerún apretó. Empujó y empujó. Buscaba afanosamente el empate.
Ahora sí, los mexicanos que habían sido superiores pasaban apuros y los millones que seguían el partido sufrían. Como es costumbre en este país.
La pesadilla rondaba la mente de más de uno. Pero en el momento en que el cancerbero del Tri fue requerido, se suspendió en el aire como en cámara lenta para contener el único esfuerzo camerunés que amenazó con perforar su arco.
Lo demás fue trámite. "Chicharito" falló la más clara y el tiempo se diluyó en el aguacero que caía sobre Natal.
Para que llegara el momento de Ochoa, México tuvo que sobreponerse a un par de goles de Giovani anulados por el árbitro.
Tuvo que llegar Oribe Peralta, el de La Partida, para poner arriba a los nuestros en el marcador.
Tuvo que hacer cambios Miguel Herrera para generar polémica, para ponerle drama.
Tuvieron que pasar 90 minutos para que Ochoa pudiera decir que él también tuvo "la culpa" del primer triunfo de México en el Mundial de Brasil.
Las cámaras enfocan a Oribe. El goleador. El que resuelve. El que se trajo el oro de Londres hace dos años. El que aparece en los momentos importantes. El lagunero.
Pero en la cancha no es el único que se desborda de alegría. Si Paco Memo no ataja esa pelota, hoy la historia sería distinta y de poco hubiera servido el gol de Oribe.
Recordaríamos más la jugada en donde Peralta le estrella el balón al portero rival. El árbitro hubiera sido el culpable. La lluvia. El propio Paco Memo.
Los primeros tres puntos, México se los debe a Ochoa. Porque cuando ya estaban en la bolsa, el portero evitó la caída de su marco en un momento idóneo para que prevaleciera el famoso "jugamos como nunca, perdimos como siempre".
Debieron anotarse más goles y al final, seguramente el deselance hubiera sido menos tenso. Menos emocionante. Menos mexicano.