Tradición. Miles de duranguenses dedican el día 2 de noviembre a 'acompañar' y honrar a sus difuntos.
La muerte no discrimina, ha dejado su huella en todas las familias duranguenses cuyos integrantes se resisten a olvidar a sus seres queridos, pese a que ya no puedan verlos.
El Día de Muertos es una fecha de contrastes. Se mezclan el colorido y la tradición, con la nostalgia y la añoranza por quienes "se nos adelantaron".
Como cada año, ayer 2 de noviembre, el panteón estuvo repleto; unas 400 mil personas desfilaron por los pasillos buscando el lugar en el que descansan sus seres queridos.
Cargados de palas, barricas, flores y coronas miles de duranguenses limpiaron las tumbas de sus familiares, les rezaron y los acompañaron en este, su día.
Tampoco faltaron los conjuntos musicales que entonaron típicas melodías como Ángel Mío.
La familia Silva Morales llegó desde temprano a honrar a la matriarca del clan quien les inculcó que había que visitar a los difuntos cada 2 de noviembre. Y después de 10 años de cumplir con la tradición, en esta ocasión se encontraron con una sorpresa muy desagradable: alguien se robó las argollas que habían puesto alrededor de la tumba de la abuela, por lo que consideraron que hace falta más vigilancia.
Por su parte, la familia Ramírez Barraza llegó a visitar a María José, una bebé que falleció a los tres días de nacida por una deficiencia en el cráneo. "Nunca se le borran a uno, para nosotros todo es presente y seguimos recordando a nuestra chiquita. Para nosotros siguen existiendo en nuestro corazón, aunque ya estén sepultados", comentó la señora María Concepción.
