El Banco de México (Banxico) sorprendió a los mercados financieros en los primeros días de junio al reducir su tasa de interés de referencia en medio punto porcentual, para colocarla en 3 por ciento nominal (negativa en términos reales), con el fin de estimular nuestra economía.
La Reserva Federal (Fed) y el Banco Central Europeo también aplican una política monetaria muy laxa con tasas de interés real negativas para impulsar su actividad económica, pero lo hacen en un entorno donde la inflación está por debajo de lo que consideran normal y, en el caso de Europa, por estar cerca de la deflación.
En México no existe tal margen de maniobra porque no hay peligro de deflación, ni la inflación está por debajo de la meta de Banxico, que no se ha logrado durante más de una década, según nuestras autoridades, siempre por factores "temporales".
Aun así, se aplicó una disminución de tasas, quizá porque el panorama para la inflación y el precio del dólar se veía, en ese entonces, favorable para nuestro país.
En efecto, la inflación disminuyó en los primeros meses del año para ubicarse en 3.51 por ciento al mes de mayo, mientras que el precio del dólar alcanzó su nivel mínimo el 29 de ese mismo mes, al ubicarse en 12.85 pesos.
Nuestras autoridades monetarias abrigaron entonces la esperanza de que continuaría dicha tendencia para ambas variables durante los siguientes doce a dieciocho meses, tiempo necesario para que la reducción de tasas pudiera tener algún efecto positivo sobre la actividad productiva, mientras que de paso beneficiaría al principal deudor de nuestra economía, el gobierno federal.
Uno puede pensar, además, que Banxico actuó bajo la premisa de que la expectativa de un alza de tasas de corto plazo en Estados Unidos (EU) durante la primera mitad del 2015 no tendría impacto sobre nuestras variables financieras.
Esta premisa es, desde mi punto de vista, extremadamente frágil. En el pasado reciente hemos visto varios episodios donde cualquier cambio en las previsiones sobre el futuro de las tasas de interés en EU tiene consecuencias sensibles sobre los mercados financieros de las naciones emergentes, incluyendo la nuestra.
No hay algo que lleve a concluir que el futuro será distinto. Por el contrario, en estos días hemos constatado lo vulnerable del peso ante noticias procedentes de EU. Por ejemplo, cuando se anunció que la economía estadounidense había crecido 4 por ciento anualizado durante el segundo trimestre, cifra muy superior a la esperada, la reacción inmediata de los inversionistas fue apreciar el dólar.
Lo interesante es que el peso mexicano fue de las divisas que perdió más terreno frente a la divisa estadounidense, a pesar de que nuestro país es considerado como uno de los destinos de inversión más atractivos en los mercados emergentes.
Esta depreciación del peso llega, además, en mal momento, ya que al mismo tiempo repuntó la tasa de inflación anual, que se elevó en junio y rebasó 4 por ciento en julio, superando el tope del intervalo de variabilidad de Banxico.
Hace algunas semanas varios analistas comentaron que Banxico pudiera volver a reducir su tasa de referencia antes de que terminara este año. Me parece que el alza de la inflación y la vulnerabilidad del peso hacen que esa posibilidad sea bastante remota.
Por un lado, está por verse si en realidad la inflación cierra el año por debajo del 4 por ciento, como esperan nuestras autoridades monetarias, mientras que por el otro, se aleja cada vez la previsión de un precio del dólar menor a 13 pesos al cierre del año.
Banxico está arriesgando su meta de inflación al tratar de compensar con tasas de interés tan bajas los efectos recesivos de las políticas públicas del gobierno de Peña Nieto. Me parece que poco o nada logrará en ese sentido, pero seguiremos escuchando que factores "temporales" explican por qué año tras año se escapa la meta oficial de inflación.
Nótese, además, que todos los movimientos a la alza en la cotización del dólar y las caídas en el precio de las acciones en los últimos 24 meses han estado asociados a declaraciones y expectativas sobre la política monetaria en EU, por lo que falta ver la reacción de los mercados cuando esas declaraciones y expectativas se conviertan en realidad.
Los mercados, por lo general, se adelantan a las noticias, muchos dicen que alrededor de seis meses, por lo que si para el comienzo del otoño continúan esperando una primera alza de tasas de la Fed entre marzo y junio del 2015, bien pudiera aumentar la volatilidad de la cotización del dólar y del mercado bursátil en la última parte de este año.
En estas circunstancias la expectativa no es de una disminución adicional de tasas sino, más bien, de cuánto tiempo más pasará antes de que Banxico se vea obligado a subirlas.