Siglo Nuevo

Blanca Navidad

Opinión.

Blanca Navidad

Blanca Navidad

Adela Celorio

Hay demasiado encanto por todas partes y alguien debe hacer algo para impedirlo.

Dorothy Parker

Calles, comercios, casas; cualquier espacio es bueno para hacer que la ciudad estalle de luz. Obsequios, abrazos y brindis con fondo de panderetas: pero mira como beben los peces en el río/ pero mira como beben al ver a Dios nacido. Imprescindibles, los villancicos nos recuerdan que ha llegado el momento del año en que todo debe ser felicidad y los buenos deseos se amontonan en mi correo electrónico. Palabras como amor, confianza, fe, perdón, plenitud, alegría, caridad, compasión, prosperidad y abundancia, se repiten en los mensajes hasta que van quedando como esos billetes que viejos y sucios por el uso, acaban por perder su valor. Los más austeros se limitan a mandar un sencillo “Felices Fiestas. Invierno del 2014”; aunque la inspiración navideña alcanza sus momentos sublimes cuando alguien con muy buena intención nos envía esta “Receta de Navidad: “Varias medidas de ilusión, una pizca de amistad, un gesto de ternura. Horneemos la mezcla con un ánimo paciente, envolvámosla en risas y canciones y ofrezcámosla con el corazón.”

Definitivamente, la temporada se presta para el empalago. Como en los últimos cincuenta años, reaparece Bing Crosby con su ancestral y pegajosa Blanca Navidad; y aprovechando que el 'nacimiento' del pequeño Jesús nos pone generosos, con sus alcancías en la mano, los coros del Ejército de Salvación destrozan Jingle Bells en cualquier esquina de la ciudad. En la televisión, en el cine y en el radio nos convocan a obsequiar. Después de todo, en la Biblia hay constancia de ochocientos casos en que Dios ordena a sus hijos que se alegren y regocijen; y como en estos tiempos la alegría y el regocijo no son gratis, 'Santa Clos' se muere de risa al mirarnos exprimir las tarjetas de crédito en los centros comerciales. El oropel y el caos social que año con año provoca esta temporada, son cada vez más difíciles de sobrevivir. “Time is not money but stress”.

Y sin embargo yo me niego a ser aguafiestas y aún melancólica como me encuentro ahora (y como seguramente se encontrarán algunos lectores a quienes como a mí, el mundo se les ha roto en pedazos después de un reciente divorcio, la muerte de un ser querido o cualquiera de tantas fregaderas que le inflige a uno la vida) volveré a disponer sobre la mesa mi mejor vajilla y como se hacía en casa de mi abuela, de mis padres, y desde hace ya muchos años también en la mía, cocinaré un guajolote -de esos que ahora se llaman pavos. Prepararé los tradicionales romeritos y el bacalao igual que siempre porque no se trata de una cena como cualquier otra sino de celebrar un ritual. Si después de hacer toda clase de malabarismos con el dinero y el tiempo consigo al menos reunir a mi familia en un ambiente sereno y amable, si logro convencerlos de que dejen los celulares afuera de la conversación y de que en lugar de hacer fotos impriman en su memoria como alguna vez se imprimió en la mía el regocijo de mis primos alrededor de la piñata, la magia de las luces de Bengala y, sobre todo, la tranquilidad enorme de que el mundo de los niños antiguos no se mezclara con el de los adultos, quienes aprovechaban la mesa de mi abuela para ventilar los resentimientos arrojándose los platos a la cabeza. Si sólo consigo dejar en la memoria de mis niños y los niños de mis niños el sabor del azúcar de los buñuelos, habrá valido la pena el esfuerzo. Deseo de veras, pacientísimo lector, lectora, que en medio de las prisas, la cháchara y todo el torbellino que le espera; su Navidad tenga por lo menos un toque de eternidad.

Correo-e: adelace2@prodigy.net.mx

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