Alimento. Las palomas llegan a las dos de la tarde, saben que en la esquina de las calles Guerrero y Madero las alimentarán y cuidarán.
Jaime Salazar sabe cuando una paloma está triste, dice que se esconden y traen la cabeza gacha. Él alimenta mil palomas diariamente, compra 30 kilos de maíz y pasa las horas mirándolas afuera de su carnicería.
El hombre vende carne de puerco adobada, su rostro recio y de gesto desconfiado contrastan con su paciencia para alimentar y curar a las palomas.
Un vecino de Jaime era quien las alimentaba, pero cuando enfermó, él tuvo que hacerse cargo, asegura. Primero eran sólo 30, a los pocos meses llegaron más, a veces 500 y otros días hasta mil.
"En ratos se me hacen muchas, pero mientras haya para darles de comer, a ver qué tanto aguanto. Están comiendo ellas y yo también así que les damos".
Nunca olvida ir a la Central de Abastos a comprar el sorgo con maíz molido, en una tienda de alimentos para aves, ahí gasta hasta unos 100 pesos diarios.
"Están acostumbradas a comer a las dos de la tarde, les echo su comida y les pongo su agua. Se van yendo, pero cuando no les pongo completo se queda una parte".
Dice Jaime que siempre le gustaron las palomas, su indefensión y la belleza de sus alas. A veces llegan palomas de color café, blancas y otras con tonos tornasol.
Junto a su hermano Gilberto, Jaime administra la carnicería ubicada entre las calles Francisco I. Madero y Guerrero, en el fraccionamiento Segunda de Cobián, en el Centro de la ciudad.
Los trabajadores de la carnicería ya saben que a Jaime le gustan las palomas, a veces ellos también las alimentan. "Les gusta también a ellos alimentarlas, cuando no estoy yo aquí también viene mi hermano y él es el que les da de comer".
NO TODOS LAS QUIEREN
Aunque Jaime disfruta de alimentar a las palomas, algunos de sus vecinos no opinan lo mismo. No a todos les parece bien que tenga el patio y techo de su negocio llenos de palomas.
"Hay mujeres que me han dicho 'pa' qué les da de comer', el que está aquí a la vuelta no quería que les diera de comer porque sus carros se los ensuciaban. Yo le digo 'usted puede espantarlas de ahí de su lugar' y ya no se le arriman".
Cada dos semanas lava muy bien su patio, asegura que no lo dejan tan sucio como sus vecinos piensan.
LLEGAN LASTIMADAS
Hay días que las palomas llegan heridas o desesperadas porque se les atora comida u objetos pequeños. Gilberto, hermano de Don Jaime, es quien se encarga de revisarlas y curarlas.
"A veces se les atoran cosillas y él (su hermano) las agarra y las limpia de la tráquea. A veces vienen unas con defectos con una patita, unas se golpean y otras las golpean".
Cuando Don Jaime pasa entre las palomas no salen volando, ellas están acostumbradas a él. A veces se posan en su sombrero y hasta comen de sus manos.
"Se me paran en el sombrero, en las manos. Cuando andan tristes se meten para adentro o cuando andan malitas, eso de vez en cuando".
La preocupación más grande de Jaime es que el perro de la cuadra atrape una para comérsela. Afortunadamente no ha pasado, pero no duda que en un descuido suyo pueda suceder.
Para él todos los animales merecen un trato digno, por eso a veces también se enoja con los "carretoneros", la gente que anda en carros de mulas y vive de tirar escombro.
"Siempre, cualquier tipo de animal los he sentido mucho cuando son maltratados, por ejemplo, tenemos el problema de los carretoneros, como maltratan a los animales, quieren traerlos al paso de las camionetas y no se puede, le pegan con un látigo de llanta de 'troca'".
