Carta a doña Olga de Juambelz
El pasado 10 de diciembre, se realizó la presentación del libro de Olga de Juambelz, en las instalaciones de El Siglo de Torreón, contando con la participación de Angélica López Gándara, Felipe Garrido (Premio Xavier Villaurrutia 2011) y Sonia Salum, como presentadores. A continuación se reproduce la carta que Sonia leyó a la autora de Más allá de la mirada durante la velada.
Querida Olga:
Te voy a leer una carta que te escribí. Tú escribiste todo eso que aparece en tu libro, y muchas otras cosas con las que podrían hacerse dos o tres libros más. Todos los hemos leído, y a todos nos han movido. Así que yo me atrevo a escribirte esta carta también.
Sé que te va a gustar porque en ella te cuento cosas que vivimos y platicamos en aquellas largas horas que pasamos juntas, en mi casa, en tu casa, en no sé cuántos restaurantes, y en el único viaje que hicimos juntas tú, Elena Poniatowska y yo.
Apenas nos veíamos, luego luego comenzábamos a hacer un repaso de los hijos, y cada una, orgullosa, platicaba:
-Vieras Poncho, qué bien lo hace.
-Fíjate que Toño está en Tokio.
-Ahora Paty está estudiando para doctorarse en letras.
Pues la familia, Olga querida, tú lo has escrito, es el eje de nuestras vidas. Nos prolongamos en nuestros hijos y nuestros nietos. Por eso, yo hacía lo mismo y te decía:
-Pues Salma es, con mucho, la mejor chocolatera de México.
-Y si vieras a mi nieta Salma Irene, con lo chiquilla que está, y ya se maneja sola.
Y así, en desorden, te recordaré otras cosas: ¿te acuerdas, Olga, cuando con tantísimo entusiasmo me platicaste que fuiste con tu nieto Patricio a unos rápidos, al estado de Veracruz, y te subiste a una lancha? Tú me lo contaste: “Nadie podía creer que yo, la abuela, anduviera allí en esa aventura. Y que me subo y empiezo muy tranquila, y que sigue, y sigue más y más aprisa, el agua que no se detenía, y que sigue, cada vez más horrible... Y ahí voy yo, fascinada, con miedo, y al mismo tiempo encantada”.
Así me lo platicabas, querida Olga, y con todo eso que me contabas yo te imaginaba. Al final de cuentas, eso que me decías era un ejemplo de cómo tomabas entonces, y antes, y después, y siempre, la vida. A lo que viniera le entrabas. A veces con miedo, y en otras fascinada, esperanzada, decidida, según tocara, pero nunca te quedabas fuera de la lancha; siempre te subías a tiempo y te la jugabas.
Y si alguien lo duda, que vea lo que has escrito. Ahí está tu obra, que habla por ti. Ahora vamos a platicar del viaje. ¡Qué risa!
Todo fue muy bien. La plática de Elena en Campeche, casi te la dedicó toda a ti; hizo lo mismo que yo ahora: recuerdos y más recuerdos, de eso están hechas nuestras vidas.
Mérida... Bueno... En el Teatro Peón Contreras, como reinas, apapachadas por don Jorge Esma, un gran promotor de la cultura reconocido en todo el país. Y la noche en el parque cubierto de estrellas, bajo las ceibas, en el tibio invierno de la península, o a lo largo del Paseo Montejo en calandria, con la trova yucateca cantándonos todo el repertorio de nuestras juventudes, y nosotras también -cómo íbamos a no hacerlo- cante y cante. De alguna manera la canción parecía compuesta por nosotras:
Peregrina que dejaste tus lugares,
los abetos y la nieve y la nueve virginal
y viniste a refugiarte en mis palmares
bajo el cielo de mi tierra, de mi tierra tropical.
¿Cómo olvidarlo, querida Olga? ¿Cómo recordarlo sino así, mezclando nuestras vidas, nuestros recuerdos, nuestros tiempos?
Lo que sigue es muy chistoso. Jorge Esma nos dijo que nos mandaría una «van» con «refri», toda acondicionada, y lo que finalmente llegó fue una «combi», sin «refri», sin suspensión, radio, sin nada de nada; asientos austeros, ventanas austeras para refrescarnos, ¡todo austero!
Íbamos de Mérida a Chetumal, pasando por Carrillo Puerto. Nos levantamos temprano, y calculamos que llegaríamos a desayunar a Carrillo Puerto. Bueno, con ese nombre pensamos que se trataba de una ciudad pequeña pero donde podríamos entendernos con todo el mundo. Así que, llegando a la ciudad, sin pensarlo dos veces, ubicamos el mercado y nos bajamos a desayunar.
Habíamos pasado cinco horas de viaje, porque nuestra austera «combi» con trabajos llegaba a los setenta u ochenta kilómetros por hora. Teníamos «hambrita», y cuál no sería nuestra sorpresa cuando nos dimos cuenta de que no podíamos comunicarnos con nadie. Allí, en Carillo Puerto, todos hablaban maya. Todos, menos nosotras. Es una región en la que, bendito el cielo, su lengua no está en peligro de extinción. Por supuesto que al rato nos dimos a entender y las ricuras no se hicieron esperar: «pambazitos», relleno negro, papadzules y demás.
Lo sobresaliente de este viaje, querida Olga, no fueron las pláticas de doña Elena, ni el hermoso paisaje del sureste, ni la trova, sino esa noche en Chetumal, donde las tres mujeres nos sentimos a gusto, tranquilas; Elena sin reflectores, Olga y Sonia sin presiones de trabajo. Las margaritas, tenemos que reconocerlo, nos ayudaron a abrirnos en canal, a contarnos hasta lo que no sabíamos que habíamos vivido, a llegar a ese punto mezcla de llantos, suspiros y recuerdos que es una catarsis de verdad.
Cada una fuimos contándonos, primero lo obvio, lo que ya nos sabíamos; luego lo picaresco, con mucha risa, para aflojar la mente y el corazón. Luego, vino una catarata de preguntas filosóficas, de esas que no tienen respuesta.
De repente, las tres nos quedamos en silencio un buen rato. Elena comenzó a contarnos, a contarnos, a contarnos. No lo podíamos creer. Cuánto dolor, cuánta injusticia hemos sufrido las mujeres. Luego Olga, también dolor tras dolor, injusticia tras injusticia. Y yo, con mi dolor. Todos ustedes lo conocen.
Al final, nos dimos cuenta que en esa habitación de hotel había tres grandes guerreras que no estaban dispuestas a rendirse. Así que las tres seguimos combatiendo, seguimos viviendo, seguimos cosechando lo mismo alegrías que dolores. Aquí estamos, Elena con su premio (uno más); Olga con su libro (ojalá vengan otros); y yo, aquí con ustedes, mis hijas, mis hermanos, mi Torreón.