Como lagunero que soy, me preocupan las recientes declaraciones del gobernador Rubén Moreira. Su presunto desconocimiento sobre los lamentables fraudes cometidos en el estado. Su confesa ignorancia me despierta encono. Por lo que significa, pero sobre todo por los hechos de los que sí se ha enterado. Como la masacre ocurrida en Allende, Coahuila, en 2011. A dónde vamos a ir a parar. Si de los sucesos de los que tiene conocimiento no se ha capturado a ninguno de los responsables, menos se castigará a los autores de lo que el gobernador no tenía registrado en su memoria.
A principio de año viajé a Allende para presenciar con mis propios ojos los acontecimientos acaecidos en 2011, promovidos ahora con la etiqueta de "La peor masacre de los Zetas". Más de treinta propiedades de allendenses fueron saqueadas, desmanteladas, luego incineradas y al final demolidas con maquinaria pesada. Se calcula que en la región de los cinco manantiales la cifra de desaparecidos asciende a 300. La causa fueron 5 millones de dólares que Hugo Moreno y Garza le robaron al cártel. Y éstos en represalia desataron una venganza contra un sector del pueblo. Nunca en mi vida había sentido tal desolación como la que experimenté al recorrer Allende. Excepto una vez, cuando pasé por afuera del bar Tornado al día siguiente de la balacera y vi en la fachada una z pintada con sangre de unas de las víctimas. El mismo retorcimiento en las extrañas que me produjo la marca de sangre fresca me atacó en Allende.
Aunque los dos hechos parecen encontrarse aislados entre sí, están plenamente conectados. Una de las razones, además de la obvia referencia al cártel, es que en el estado palpita una evidente permisividad para la práctica de la violencia. Esto no significa que no esté vigilado. Lo que interconecta los episodios sangrientos son las palabras de Rubén Moreira. Al asumir su ignorancia respecto a lo que sucede al interior de las administraciones, manda un mensaje claro a los grupos delictivos. Si hacia adentro no existe el castigo para los culpables, hacia el exterior menos. Si no lavamos la ropa sucia que tenemos en casa, no vamos a preocuparnos por lavar ajeno. Lo alarmante no es que el estado haga transparente su incapacidad para la gobernabilidad, sino que este mensaje no es nuevo. Lo viene emitiendo el Gobierno federal desde su pasada administración y desde inicios de la presente.
Como lagunero que soy, me preocupa que el estado esté promoviendo un nuevo brote de violencia con su inactividad. Entiendo que la guerra contra el narco no se pudo ganar. Y que erradicar la violencia no es un pase de magia. Pero el reproche que existe de nosotros como sociedad es que el estado se haya negado a aprender de lo ocurrido. Para evitar que se repita lo de Allende, lo de Tornado, lo de las Juanas. El crimen organizado está asentándose en la región. Y en lugar de combatirlo, nuestros mandatarios confiesan que no pueden depurar la casa. Entonces, con mayor razón no van a poner en orden las calles.