Puedo escribir sobre la primavera, sobre los colibríes y la volubilidad con que se acercan las olas a la playa. Puedo escribir casi de cualquier cosa menos de esto. Como mis pensamientos, hoy mis sentimientos están deshilachados. Estoy perpleja, confusa, y no encuentro cómo ni por dónde entrarle a esta página. Me da rabia pensar en el tiempo que hipotecamos en discusiones absurdas, en las palabras duras que nos arrojamos como piedrazos. Duele el silencio, el tiempo de amar desperdiciado. Fustiga la culpa, el miedo, la soledad. Pero la memoria es generosa y entre uno y otro recuerdo aparecen también los momentos en que reímos juntos.
En tantos años de convivencia hubo tiempo para todo. ¿Eres judía? me preguntaste cuando empezábamos a conocernos. Soy católica te respondí. Es bueno saberlo antes de que me enamore porque me gustas mucho, pero nunca podría casarme con una mujer que no fuera judía. Bien marcadas las fronteras y sin pasaporte, nos tomamos de la mano para visitar mis catedrales y tus sinagogas. Festejamos las Navidades y -como lo manda tu cultura judía- oramos separados el "Día del Perdón". Poquito a poco nos fuimos necesitando y si no nos atrevíamos a anidar juntos era porque: ¡Dios, en pecado no, yo no soy de ésas! -te dije la muy hipócrita cuando lo que estaba deseando era meterte en mi cama, ¡perdón! en mi casa. Claro que eso no lo te lo dije, sino que así nomas sin venir al caso ni elegir el momento adecuado, yo misma me sorprendí preguntándote: ¿Te quieres casar conmigo? -Déjame pensarlo, dijiste destemplado. Pero yo no cedí y señalando el reloj en mi muñeca, te conminé: Te doy cinco minutos para que lo pienses y ya pasaron dos… -¡Ay bonita!, por supuesto que quiero casarme contigo, lo que pasa es que me lo preguntas de improviso y sin anestesia…
Eficiente como yo soy, saqué la agenda, "pusimos" fecha, escogí el anillo, hice los trámites del caso y cuando viniste a enterarte ya estábamos casados. Construiste para nosotros una hermosa casa frente al bosque y para llenarla de música acarreaste un clavecín y la centenaria rockola de la que te sentías tan orgulloso. Pulcro y de buen humor te encomendaste a Dios cada mañana para construir un mundo con tu buena fe. Con la inocencia de un niño generoso, fuiste el amigo que da, el que presta, el que ayuda. Para ti fueron las sonrisas y el agradecimiento. La aureola de ángel.
A mi cargo quedó la cruda realidad: recuperar el auto, el dinero y hasta el concentrador de oxígeno del que no podías prescindir y que sin embargo, prestabas con tanta soltura. Rescatar entre tus deudores lo que con tanta generosidad obsequiabas; me convirtió en Maléfica. Entre tu mundo tan risueño como irreal y mi empedrado peregrinaje por la cruda realidad, es evidente que nos complementamos muy bien. A nuestro modo éramos felices. Aunque en el desgaste constante de la convivencia, la vida tiene para destrozarnos la terca paciencia de la marea, nunca te quejaste -es la vida- decías.
Con el bagaje de nuestras diferencias y nuestras coincidencias formamos un complejo, pero sólido patrimonio. Con el parchado de complicidades y desencuentros construimos el puente que hizo posible la travesía que nos estaba destinada. Pero la vida mata y ahora acongojada sólo puedo repetir a Garcia Márquez: Si supiera que estos son los últimos momentos que te veo, te diría "Te quiero" y no asumiría tontamente que ya lo sabes.
Como decía al principio, puedo escribir de cualquier cosa y sin embargo estoy dando vueltas y vueltas porque no encuentro el modo de informar -ni siquiera a mí misma- que mi Querubín que hace ya tiempo había empezado a ver el mundo sin ganas, murió el pasado 15 de abril. Que se fue el día de la Pascua Judía y que según la tradición, sólo las almas puras mueren durante esas festividades.
Y sí, yo se lo dije, si te quieres ir sólo tienes que desplegar tus alas blancas y volar hacia Dios que te estará esperando con la condecoración que reserva a los hombres nobles y generosos como tú.
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