Estados Unidos seguirá siendo durante décadas la mayor superpotencia a nivel global.
Aun si China lo rebasa por el tamaño de su Producto Interno Bruto tan pronto como en 2019, la hegemonía estadounidense prevalecerá por una combinación de factores que incluye, entre otros, su poder militar, su capacidad de atracción de talento y de innovación tecnológica, el papel del dólar como moneda de reserva, así como la omnipresencia de sus industrias culturales y del uso del inglés estadounidense como lengua franca para los negocios, la diplomacia y la ciencia.
Hoy numerosos analistas apuntan que la economía estadounidense se apresta a vivir un nuevo período de auge, dadas sus enormes reservas de petróleo y gas de esquisto -que abaratan los costos de manufactura- y a un perfil demográfico que le permite la renovación de su fuerza de trabajo gracias a los inmigrantes jóvenes de México y Centroamérica, y de ingenieros y científicos de Asia, Europa y de América Latina. Estados Unidos tiene ocho de las diez mejores universidades del mundo, mientras que 70% de los Premios Nobel en actividad vive en ese país.
Sin embargo, Estados Unidos se ha convertido en una sociedad extremadamente polarizada económica y políticamente. La desaceleración económica, la extensión de la pobreza, el empeoramiento de la desigualdad y el destrozo de la cohesión social han contribuido a profundizar el evidente deterioro político.
Dos décadas después de la frase "es la economía, estúpido" en la campaña de Bill Clinton, la cuestión central para Estados Unidos es la disfuncionalidad de su sistema político. El profesor Abraham F. Lowenthal señala en el libro El segundo mandato de Obama: una mirada a la dinámica interna de la sociedad estadounidense (CIDE 2013), que la crisis de 2008 fue causada por políticas emanadas de una combinación de ideología e imperativos partidistas de corto plazo, y apunta que el impacto que Washington tenga en el mundo dependerá de qué tanto es capaz de recobrar la fuerza y la efectividad de sus instituciones políticas internas.
En este sentido, para tener éxito en nuestros intercambios con Estados Unidos es indispensable que los mexicanos entendamos sus intereses y percepciones. Tenemos que seguir de cerca las transformaciones de su economía, los resortes de sus debates políticos, la dinámica de sus regiones y de sus grandes ciudades, y su transición demográfica, así como los vasos comunicantes entre su política interna y su política exterior.
Resulta crucial para nosotros entender cómo opera la Reserva Federal, cómo se dan las negociaciones entre el Capitolio y la Casa Blanca y entre los medios de comunicación y la política; cómo se generan los veredictos de la Suprema Corte estadounidense, y qué distingue a Texas de California. Los mexicanos necesitamos tener presente que en el vecino país del norte 'toda la política es local', y que aún las decisiones en torno a temas 'intermésticos' que combinan facetas internas e internacionales -como la legalización de la marihuana, el control de armas o la política migratoria- responden a factores de poder y a cálculos electorales locales.
P.D. El 8 de enero falleció Bob Pastor, destacado funcionario público y pensador estadounidense. Su obra resalta la idea de que el futuro de su país está estrechamente vinculado al de sus vecinos, y que los intereses de Estados Unidos, Canadá, México, Centroamérica y el Caribe estarían mejor servidos si aprovecháramos inteligentemente nuestra interdependencia y nuestras complementariedades. Un abrazo a su familia.
Profesor-Investigador del CIDE