Quizá algunas personas se hayan preguntado cuál es la rutina -costumbre arraigada que se convierte en hábito para hacer las cosas sin pensarlas- ideal que nos conviene seguir. Claro que cada día es un día nuevo, diferente, tan impredecible cada uno de ellos, que puede resultar difícil imaginar una rutina diaria. El libro Rituales Diarios: Cómo Trabajan los Artistas, de Mason Curry, presenta la rutina de 161 artistas. pintores, escritores, filósofos, científicos y otros pensadores excepcionales.
Para estas personas del libro de Mason, la rutina es más que un lujo, ellos la consideran esencial para su trabajo. Currey afirma como resultado de su libro que "Una rutina sólida fomenta la energía mental y ayuda a mantener a raya el mal humor". El libro es de fácil y amena lectura, en el se notan varios elementos comunes en las vidas de los genios estudiados y estos elementos comunes se basan más que todo en la disciplina la cual les permite conseguir una rutina que realza la alta productividad. A manera de resumen, el libro de Mason concluye lo siguiente:
Los artistas prefieren espacios de trabajo con las mínimas distracciones. Jane Austen, novelista inglesa del siglo 18, aprovechaba una vieja bisagra sin aceite, en la puerta de su cuarto, que cuando rechinaba le advertía si alguien estaba entrando en el momento que ella escribía. Mark Twain le pedía a sus familiares que si lo iban a interrumpir cuando trabajaba, tocaran un claxón manual que tenía a la entrada y él saldría a atenderlos. Graham Greene, escritor inglés del siglo 20, iba más alla, tenía una oficina secreta de la cual solamente su esposa sabía la dirección y el número telefónico. Por su parte, Newell C. Wyeth, pintor norteamericano del siglo 20, cuando tenía problemas para enfocarse en su trabajo, se vendaba los ojos para no distraerse.
Una caminata diaria. Para muchos de los artistas, una caminata diaria les ayuda al buen funcionamiento del cerebro. Soren Kierkegaard, filosofo danés del siglo 19 se inspiraba tanto con las caminatas, que a menudo regresaba de ellas apresurado para empezar a escribir, sin siquiera quitarse el sombrero. Charles Dickens caminaba tres horas todas las tardes y lo que observaba en sus caminatas le servía de inspiración para escribir. Tchaikovsky caminaba dos horas diarias, ni un minuto menos, convencido de que si caminaba menos se podría enfermar y ello interrumpiría su labor artística. Beethoven hacía largas caminatas después de comer, con lápiz y papel en la mano listos para escribir cuando le llegaba la inspiración. Érik Satie, compositor y pianista francés del siglo 19, en sus largas caminatas de París a los suburbios en donde tenía su oficina, se detenía bajo las lámparas del alumbrado público para anotar en el pentagrama lo que se le iba ocurriendo, de hecho, cuando debido a la guerra, las lámparas permanecían apagadas, su productividad bajo mucho.
Medidas de productividad. Anthony Trollope, novelista inglés de la era Victoriana, solamente escribía durante tres horas al día y lo hacía a un ritmo de 250 palabras cada quince minutos, y si terminaba su novela antes de que pasaran tres horas en su sesión diaria, inmediatamente empezaba un libro nuevo. Ernest Hemingway también media su trabajo diario y llevaba una gráfica para medir lo que avanzaba. Burrhus Skinner, psicólogo norteamericano del siglo 20, iniciaba y terminaba sus sesiones de trabajo accionando y parando un cronómetro y graficaba cuidadosamente el número de horas invertidas y el número de palabras usadas.
Una clara línea divisoria entre el trabajo importante y el que no lo es. Antes de que se inventara el correo electrónico, nos comunicabamos por cartas. Era impresionante la cantidad de tiempo que se invertía para contestar la correspondencia. Muchos dividíamos el día entre el trabajo real, por ejemplo, escribir o pintar por la mañana y el trabajo de contestar las cartas por la tarde. La ventaja anterior con el correo es que éste llegaba en intervalos regulares y no como el correo electrónico actual el cuál llega de manera constante y nos tienta para dejar de hacer lo importante, para contestarlos.
Tener el hábito de descansar, aunque la inspiración esté al máximo. Decía Hemingway: " Uno escribe hasta el punto en que, a pesar de estar muy inspirado para escribir, si estás cansado, lo dejas para el día siguiente". Arthur Miller, dramaturgo y guionista estadounidense fallecido en este siglo, decia que él no creía que deberíamos trabajar en exceso, que él dejaba de escribir aún cuando tenía cosas que escribir, pero debía descansar. Wolfgang Amadeus Mozart era la excepción, se levantaba a las seis de la mañana, estaba todo el día en lecciones de música, conciertos y eventos sociales y se iba a la cama a la 1 de la mañana.
Tener a alguien que te apoye. La esposa de Sigmund Freud, Martha, le seleccionaba la ropa del día, sus pañuelos e incluso le ponía en el cepillo la pasta de dientes. A Gertrude Stein, novelista norteamericana del siglo 20, le gustaba escribir al aire libre viendo vacas y rocas, en sus viajes a la campiña francesa, su asistente se las ingeniaba para que hubiera vacas en el paisaje. La esposa de Gustav Mahler, sobornaba con boletos para la ópera a los vecinos para que sus perros estuvieran quietos. Los artistas solteros también recibían ayuda, Cassandra, la hermana de Jane Austen, hacía todos los quehaceres de la casa para que Jane tuviera tiempo suficiente para escribir.
Vida social limitada. Los artistas son muy reservados y limitan su vida social para dedicarse a su trabajo, a veces llevan una vida muy ordenada para tener tiempo de dedicarse a lo que hacen, por ejemplo, Francine Prose, escritora norteamericana, empezaba a escribir cuando el autobús de la escuela recogía a los niños y paraba cuando ellos regresaban.
La disciplina es fundamental para conseguir nuestras metas y la disciplina es el resultado de una rutina estricta. La gran ventaja de la rutina es que nos libera de estrés y nos ayuda a conservar la energía para usarla en lo verdaderamente importante.
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