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Convergencias confrontadas

JULIO FAESLER

Vivimos una época en la que confluye un cúmulo de fuerzas contrapuestas e intensamente contradictorias que superan en su complejidad todas las anteriores. Lo vasto de su número y gravedad de cada uno de sus implicaciones hace casi imposible priorizarlas para intentar asignarles un cuadro coherente de respuestas.

Hay las combinaciones macabras y estamos presenciando en diversos escenarios regionales con fronteras que se tocan cada vez más. A escala de sufrimientos humanos, están las acciones criminales que asesinan en violencias que día a día aumentan bajo las negras banderas de ISIS. La ola desatada no tiene más paralelo que las de los bárbaros del los siglos antes del medioevo europeo o las de las invasiones savajes que destruyeron las civilizaciones de la antigüedad. Más que entonces, la fobia sin freno anuncia su ambición de obliterar lo por entero la cultura occidental para sustituirse como universal cobrando por cientos víctimas inocentes.

El debilitamiento del crecimiento económico mundial agrava los problemas. Las estimaciones de la OCDE o CEPAL señalan que los años venideros no alcanzarán siquiera los índices que se dieron hace pocos años. No hay remedios a la vista para la presión del crecimiento demográfico que por al menos un siglo más apretará las necesidades de una inmensa y desatendida masa ignorante y confundida. Los estragos del cambio climático, intensificarán el proceso agravando una crisis alimentaria que intentamos conjurar a tiempo.

Los materiales que se usan para aumenta la producción agrícola están resultando venenosos y deben abandonarse y hallar otros materiales para reforzar la producción alimentos. La conquista de la independencia alimentaria está directamente relacionada con la capacidad de los países menos dotados de alimentarse a sí mismos. Al no tener comida la probabilidad de golpes de estado se harán más frecuentes desestabilizando una tras otra las comunidades como efecto del aumento en las brechas socioeconómicas que desde ahora ya se registran en la mayoría de los países del mundo, hasta en los más desarrollados.

La ola de desestabilización política se siente en países tan consolidados como el Reino Unido, España, Ukrania o Bélgica. Existe una mayor desconfianza en los principios democráticos como instrumentos de alivio y respuestas a las ansiedades populares. Cada vez más la duda de su operancia efectiva decae y contra lo que muchos académicos han querido defender se extiende una sensación de que el sistema capitalista, en que se ha sustentado el progreso de los últimos dos siglos, está agotado sin que se asome un sistema sustituto pese a los muchos estudios y ensayos que lo buscan. El sistema de comunismo capitalista que ha enriquecido a China plantea por ahora demasiadas incógnitas para ofrecer una alternativa confiable.

América Latina exhibe, por el momento demasiadas dudas respecto a la eficacia de los variados estilos que ha venido ensayando en el curso de la segunda mitad del siglo XX y principios del actual de cómo resolver de los dilemas que plantea el desarrollo con justicia.

México también está en transición. Aunque casi ha llegado a consolidar la primera etapa de la democracia electoral, aun le falta un largo trecho para llegar a la democracia participativa en la que la ciudadanía entera controla la operación del aparato de gobierno de manera de dar seguridad jurídica y de impartir rumbo a las actividades nacionales.

Es evidente que, como en la mayoría de los países del mundo, estamos lejos de realizar un nivel aceptable de democracia social.

Lo señalado en lo anterior subraya la urgencia de dedicar todas las prioridades a la educación sin la cual poco o nada se logra. El tema es el más problemático, aunque menos para países que parten de cierto nivel de formación físico y material. Para nuestro país es alcanzar un nivel educativo suficiente para cimentar una cultura nacional básica, un reparto suficiente de conocimientos fundamentales que por sí solo, por acción inercial, dote a cada ciudadano de los elementos adecuados para ocuparse en una actividad que posible sostenerse dignamente. Por el momento, empero, la proporción de nuestra población que, ni estudia ni trabaja, impide que avancemos.

El problema se vuelve acuciante cuando sabemos que la confluencia de gravísimas crisis internacionales ya nos quitó el tiempo del que creíamos disponer.

juliofelipefaesler@yahoo.com

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