Las dramáticas confusiones que hoy nos aquejan hacen que escuchemos y leamos que su causa está en la falta de liderazgo. Un líder fuerte, se dice, definiría el rumbo nacional y ordenaría las medidas necesarias para alcanzarlo.
Tal afirmación encierra peligros, no porque confirme el estado depresivo en que se encuentra la mayoría de los mexicanos diariamente asediados por la macabra criminalidad que brota en casi todas las regiones del país, sino porque refleja un prospecto que fácilmente puede cumplirse y llevarnos a un estado de dictadura.
El que no haya nadie con carisma fuerte y convincente en el presente escenario nacional es un hecho que simplemente subraya el que las decisiones públicas más importantes están siendo tomadas sin referencia a un programa claro y eficaz para solucionar los problemas más ingentes.
Sin una guía que marque la ruta, la carencia de un liderazgo nacional tendrá como consecuencia que sigamos el conocido derrotero como país mediocre y corrupto, de mediano crecimiento interno, educación fallida, discreta influencia internacional, sin mayores aspiraciones, y dispuestos siempre a ofrecer nuestros privilegiados recursos naturales para que otros los aprovechen. El destino del mexicano quedará en asumir como si fueran nuestros los programas de otros haciendo como si fuesen nuestros sus frutos. Un buen ejemplo es el éxito de la fenomenal exportación de manufacturas, como las automotrices, armadas con componentes extranjeros.
Las ansias de liderazgo no son sólo de México. Las hay por todo el mundo. Por doquier se siente la incapacidad de los gobiernos para defender a sus ciudadanos contra la pauperización e inseguridad acompañadas de un clima de injusticia social y violencia que victimiza a millones de inocentes.
La desesperación popular resultante ha generado las "redes sociales" que se han extendido por todo el planeta vía Internet portadoras de una vigorosa exigencia democrática y de honestidad para que los problemas desatendidos reciban la atención debida por parte de las autoridades. Curiosamente, empero, son estas mismas vías de transmisión de ideas las que, como paradoja, pudieran obstruir su propia eficacia democrática.
En efecto, su extrema apertura y el indiscriminado acceso que se ofrece a cualquiera, contrario a lo que se suele creer en vez de constituir una verdadera acción correctora de los males denunciados, peligra en convertirse en un simple desfogue de reclamaciones.
Lo que requiere una comunidad moderna, tan compleja como ha llegado a ser la nuestra, no basta que el ciudadano quede satisfecho con emitir su opinión en las variantes de una "red", responder a una encuesta o participar en una marcha para luego dejar en otros la responsabilidad de actuar.
La sociedad de ahora requiere que el ciudadano proyecte y defienda su ideal por medios directos como la actuación frente a las autoridades locales o las cámaras y asambleas legislativas. De lo contrario la denuncia social acabará por irresponsabilizar aún más a la autoridad culpable.
El papel principal que se espera actualmente de las "redes sociales" es que sea la firme columna vertebral de un poder ciudadano que demande del gobierno acciones específicas, coactuando con él, para cada uno de las áreas problemáticas del país.
Es aquí donde nace la segunda etapa de la democracia: la participativa. Es este el momento en que el gobierno asuma su papel de líder apoyándose en dicho poder ciudadano que le es indispensable.
Las muy celebradas reformas estructurales se limitan a encaminar un modelo de país orientado sólo a alentar éxitos económicos, personales y empresariales, atendidos por la macroeconomía. Sin la mancuerna gobierno-sociedad civil será imposible solucionar los grandes problemas que nos aquejan.
juliofelipefaesler@yahoo.com