Al Doctor Mireles nada le gustaba más que ir en el asiento del copiloto hablando por la radio con su gente, dando instrucciones, y camino de tomar una nueva población para liberarla del yugo de los "Caballeros Templarios". Varias veces las cámaras y reporteros de Punto de Partida lo acompañamos. Carismático, con su sombrero bien puesto, alto, su bigote poblado y de fácil discurso, Mireles era el vocero y símbolo perfecto del movimiento justiciero. Así lo entendieron muy rápido quienes en Tepalcatepec organizaron en febrero de 2013 el levantamiento de las autodefensas. Porque a diferencia de la Ruana, donde el organizador, Hipólito Mora, no dudó desde el primer día en dar la cara, en Tepalcatepec durante semanas sólo encapuchados aceptaban hablar con la prensa. Hasta que un día vieron cómo el Doctor le habló muy bien y claro a un coronel del Ejército, entonces lo nombraron vocero. La designación fue un acierto y los medios, todos, lo buscábamos por la claridad, valentía y sentimiento con la explicaba el calvario por el que habían pasado todos en esa zona. En su número sobre el tema, la revista "Proceso" lo puso en su portada y lo calificó como "El Alzado".
Pero el vocero y símbolo se empezó a convertir en un problema para los líderes del movimiento. Poco a poco, los comandantes de los pueblos levantados se convirtieron en sus comandantes, y el movimiento en su movimiento. Mireles ignoraba las decisiones colectivas y contravenía los acuerdos a los que llegaban con el gobierno. El meollo de la diferencia siempre radicó en que los limoneros, ganaderos y dueños de aserraderos que organizaron el movimiento nunca pretendieron alzarse contra el gobierno, todo lo contrario, lanzaron un grito de desesperación para que el gobierno federal los volteara a ver y fuera a hacerse cargo de la seguridad.
Mireles en cambio coqueteaba con la idea de que las autodefensas armadas liberaran todo Michoacán, se imaginaba entrando armado y triunfante a Morelia y emocionado incluso me habló de la posibilidad de un Michoacán independiente. -Lo tenemos todo- me dijo -mar, selva, montañas, agua.
Mireles no se imaginaba sometido a los dictados de las autoridades y rechazó los acuerdos que llevaron a la institucionalización de las autodefensas. Una y otra vez dijo en entrevistas que la situación de violencia no estaba resuelta y que "Los Caballeros Templarios" no habían sido todavía derrotados. El doctor Mireles quería seguir luchando.
Pero en Michoacán todos conocían el acuerdo entre el gobierno federal y las autodefensas: a partir del 10 de mayo se acababan los civiles armados, las tomas de pueblos, la epopeya de los libertadores. Ese día se acababa la tolerancia, la no aplicación de la ley, frente a las violaciones a la ley federal de armas de fuego y explosivos.
Pero el doctor Mireles no se sumó a la Policía Rural como las otras figuras del movimiento. Quizá no logró imaginar cuál podría ser su lugar en estos nuevos tiempos. ¿Regresar al consultorio? ¿Competir en las elecciones y buscar la presidencia municipal? ¿Participar en un movimiento nacional? No optó por eso. El jueves pasado, prefirió subirse otra vez a la camioneta, sentarse con una cartuchera cruzándole el pecho en el asiento del copiloto, arengar a sus hombres a través de la radio para ir a liberar a los compañeros de la tenencia de la Mira, en el municipio de Lázaro Cárdenas.
Hoy el Doctor Mireles está detenido.
El delito es evidente y el desenlace era previsible.
No hace falta que el gobierno busque además desprestigiarlo. En la conferencia de prensa anunciaron que además de las armas al Doctor Mireles se le encontraron cuatro bolsas con marihuana, una bolsa con cocaína, 30 mil pesos y documentos de transacciones bancarias por cantidades importantes que van a investigar. Luego aclararon que la droga que se encontró fue en cantidades mínimas. No era necesario.