Himenia Camafría, célibe otoñal, fue a una despedida de soltera y ahí oyó hablar de los juguetes sexuales. Al siguiente día, temprano en la mañana, se puso una peluca y unos lentes negros, y cuidando de que nadie la viera entró en el único sex shop que había en su pueblo. Cubriéndose el rostro con el amplio cuello de su abrigo de shantung, y enronqueciendo la voz para disfrazarla, le dijo al encargado del establecimiento: "Quiero un vibrador". "Tenemos éstos" -le mostró el tipo señalándole varios. Pidió la señorita Himenia: "Me da aquél". Le informó el de la tienda: "Ése es el extinguidor"... Un hombre fue a la cantina llamada "Las saturnales de San Antonio". En el preciso instante en que llegó a la barra un tipo que estaba ahí sentado cayó al suelo de borracho. Le dijo el recién llegado al cantinero: "Me sirve lo mismo que tomó el señor"... La Primera Dama del país se presentó ante la opinión pública y dio una explicación acerca de la famosa y malhadada Casa Blanca. Lo hizo, a mi juicio, en forma decorosa, con prestancia y dignidad. Pocos serán, empero, los ciudadanos que darán crédito pleno a las palabras de quien alguna vez fue llamada La Gaviota, por el personaje de una de las telenovelas en que actuó. No digamos ya una gaviota: si la mismísima paloma del Espíritu Santo hubiese bajado a dar esa explicación, tampoco se le habría dado pleno crédito. El estado de crispación que vive ahora México hace que la desconfianza se haya apoderado de los mexicanos, que no creen ya ni en el bendito, como antes se decía. Si hoy por hoy alguien del gobierno se apersonara en un mitin del Zócalo y dijera: "El todo es mayor que una de sus partes", la multitud embravecida y fiera le gritaría, escéptica: "¡No es cierto!". Seguramente, fabricados o no, están ya disponibles todos los documentos notariales, mercantiles y fiscales que se requieren para probar, si alguien lo solicita, la versión dada por la señora Angélica Rivera. En estos casos no se puede dejar ningún cabo suelto. Sin embargo importan más los hechos que las apariencias. Desde ese punto de vista la afortunada decisión de la esposa del Presidente de deshacerse de los derechos que tiene sobre la propiedad de marras es un acierto que quizá disminuirá en algo la intensidad del escándalo provocado por el ostentoso bien. Otros asuntos hay ahora que merecen mayor atención que éste, aunque en él puedan verse todavía indicios poco claros. Ahí está Ayotzinapa, por mencionar sólo el principal. La opinión pública y la presión social deberían centrarse más en ellos... Don Languidio, señor de edad madura, declaró: "Siempre he querido hacer el amor con dos mujeres". Añadió: "Y si fuera posible en el mismo año"... Los marineros de la real flota de Su Majestad tenían fama de que por causa de los largos meses que pasaban en el mar sin trato con mujer acababan incurriendo entre ellos en ciertas prácticas de las cuales no se podía hablar en tierra firme so riesgo de atentar contra el prestigio viril de la marinería. Sucedió que el hijo de un viejo capitán, marino como él, contrajo matrimonio con una chica del puerto. La muchacha no le gustaba del todo a la mamá del joven, pues la creía algo liviana, pero el capitán hizo ciertas averiguaciones, y salió garante de la integridad de la doncella. Los novios pasaron su noche de bodas en la casa del muchacho, cuyo cuarto estaba contiguo al de sus padres. Al empezar el trance nupcial ella le pidió a su flamante maridito: "Velerino, hazme el favor de quitarme los zapatos. Son nuevos y ya no los aguanto". Se arrodilló el marino y trató de sacarle a su desposada el zapato izquierdo. "¡Caramba! -exclamó con voz que sus padres pudieron escuchar en la habitación vecina-. ¡Está muy apretado!". El papá del muchacho le manifestó en voz baja a su señora: "¿Lo ves? Te dije que era señorita". Logró por fin el joven marinero quitarle a su novia el zapato del pie izquierdo, y procedió luego a quitarle el del derecho. "¡Caray! -volvió exclamar en voz igualmente alta-. ¡Éste está más apretado todavía!". Al oír aquello el viejo lobo de mar se atusó el bigote y le dijo lleno de orgullo a su mujer: "¡Ah! ¡Un marinero de la real flota de Su Majestad nunca deja de ser un marinero!". (No le entendí)... FIN.