La palabra "piropo" es linda voz. No la define bien el diccionario de la Academia cuando dice que es lisonja, pues la lisonja es alabanza simulada, y el piropo, para serlo en verdad, debe por fuerza ser sincero. Además los señores académicos parecen haber olvidado ya el galano arte de piropear, pues ponen en último término la más usada acepción de la palabra, que es la de requebrar, y la colocan después de "Variedad del granate" y de "Rubí, carbúnculo", usos escasamente conocidos. "Piropo" viene de dos vocablos griegos: "pir", que significa fuego, y también pasión, ardor, irresistible fuerza, brillo en la mirada; y "ops", que quiere decir aspecto, de "opopé", mirada. De modo que piropo es algo así como "mirada de fuego". El piropo es frase de galantería que se dice a una mujer para encomiar sus prendas. Decirle "mamacita" a una fémina no es un piropo, es mera vulgaridad, lugar común. (Comentaba una joven señora de buen ver: "No entiendo a los hombres. Cuando voy caminando por la calle me dicen 'Mamacita'. Y cuando voy manejando mi automóvil me gritan 'Vieja pendeja'). En cambio sí es piropo decirle a una muchacha, por ejemplo: "Vamos a mi jardín a que te vean mis rosas", o hacer como aquel joven de 20 años que le dijo con voz admirativa a una hermosa dama de 70: "Señora: ¡quién tuviera 50 años más!". O aquella hipérbole de Góngora para encomiar la blancura de las manos y el fuego de los ojos de la amada, que podía hacer "... blanca la Etiopía con dos manos, tórrida la Noruega con dos soles". Todo esto viene a cuento para afear el comportamiento de Soecio, ruin sujeto que acostumbraba molestar a las mujeres diciéndoles groserías por la calle. Cierto día le dijo a una muchacha: "¡Mamacita! ¡Te voy a dar un beso en la parte que te gusta más!". Le respondió ella: "Tendrás que dárselo a mi marido en la puntita". ¡Bien empleada te está esa lección, descomedido majadero! Murió doña Jodoncia y no le dejó nada a su esposo, don Martiriano. Pocos días después, sin embargo, el viudo apareció en compañía de una hermosa morena, alta, llena de curvidades y con notables atributos anatómicos tanto anteriores como posteriores. La preguntó alguien a don Martiriano: "¿Cómo hiciste para conseguirte esa muchachona?". "Bueno -explica él-. Mi mujer quiso perpetuar su memoria, y dejó una buena suma para un monumento. Éste es el monumento"... La secretaria de don Algón se estaba aligerando la ropa en la oficina de su jefe. En el teléfono el salaz ejecutivo hablaba con su esposa. "Perdóname, Farola -le dice-. Ahora no te puedo atender. El personal me está pidiendo un aumento de sueldo"... Decía muy mohína una muchacha: "Falcidio me engañó. Me dijo que me llevaría a vivir en una casa estilo barroco, y me llevó a una estilo barraca"... Una curvilínea chica fue a la consulta de don Aviceno, el médico general del pueblo. Le dijo que era soltera, y que sentía ardores eróticos continuos. El anciano facultativo la examina y luego exclama con dramático acento: "¡Demasiado tarde!". "¿Qué sucede, doctor? -inquiere con angustia la garrida moza-. ¿Tengo algo grave?". "No, muchacha -suspira don Aviceno-. Me refería a mi edad"... El galancete estaba con su novia en la casa de la chica, y no daba trazas de retirarse. El papá de la muchacha le dice al importuno: "Joven: en esta casa la luz se apaga a las 11 de la noche". "¡Fantástico, señor! -se alegra el mozalbete-. ¡Eso me va a ayudar bastante!"... Un individuo fue a una mancebía, casa de lenocinio, ramería, prostíbulo, burdel, lugar de trato o lupanar y le pidió a la madama una mujer. Para su gran sorpresa, la daifa que le trajo la proxeneta era su propia esposa, quien en sus ratos libres -que eran los más del año- ejercía ahí el noble y antiguo quehacer del meretricio. El hombre prorrumpió en dicterios, pues tenía una elevada idea de la moralidad. "¡Mira nomás! -exclama la señora al oír sus invectivas-. Yo vengo aquí a trabajar para ganar dinero; tú vienes a gastártelo, ¡y aun así te enojas!"... FIN.